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Antonio me habla del Teatro Cine Perelló de Melilla. Nació al lado de ese cine, en calle General Polavieja 23. No le hubiera importado nacer en el número 37, donde se encuentra esa reliquia del Séptimo Arte que sigue proyectando películas desde hace casi un ... siglo. Me cuenta anécdotas de aquella infancia de sesiones dobles en el gallinero del Perelló. Le viene a la memoria una película clásica que vio la otra noche: 'La llamada de la selva'. Se echa a reír y relaciona al perro Buck de la película con un perro de Melilla que también era enorme. Se llamaba Garbi. El dueño lo sacaba a pasear por el barrio. El perro olisqueaba el bordillo de la acera, las farolas, los troncos de los árboles, hasta detenerse delante del número 23 de calle General Polavieja. Miraba hacia la escalera como si esperase que bajara alguien. Quizá sólo quería jugar con Antoñito, a fin de cuentas eran igual de altos y tal vez tuvieran la misma edad. Seis, siete años; la edad de la inocencia.
Antoñito había llegado a la conclusión de que Garbi era un perro policía que iba persiguiendo la huella de un niño que se parecía mucho a él, un doble suyo o algo así. Desde el principio tuvo claro que no era un perro de caza; los perros de caza eran medianos, incluso pequeños, aunque con muy mala leche. En ocasiones, Garbi iba solo por la calle, entraba en los bares, incluso se colaba en el cine y subía al gallinero, sin duda buscaba al amo o quién sabe si seguía la huella de su presa favorita. Hasta que el acomodador lo echaba escaleras abajo. Un día, Antoñito lo vio venir de lejos y se escondió en el portal de casa. Se apoyó en la pared hasta quedarse petrificado, como si un portazo lo hubiera incrustado en el cemento, igual que en las películas de dibujos animados. Los brazos estirados en posición de firmes. Garbi se asomó al portal como hacía siempre, luego entró y se detuvo frente a él, cara a cara, sin pestañear. Las narices casi se rozaban.
Antonio no recuerda cuánto tiempo duró aquella escena que se representó fuera de la sala del cine, sin espectadores, sin testigos, los dos protagonistas a solas en el portal. Hasta que el perro dio media vuelta y se marchó con paso cansino, triste, decepcionado. Dicen que los perros huelen el miedo, pero no creo que Garbi quisiera asustar a ningún niño. Se pueden interpretar los ladridos, las miradas, los gestos; pero nadie sabe lo que pasa por la cabeza de un perro. Le digo a Antonio que seguramente Garbi escuchó la ancestral llamada de la selva y deseaba que su amigo lo acompañara. Antonio lo piensa un instante y contesta: «No sé, nunca hago preguntas a un perro».
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