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Noah Torrón, con sus padres Jorge y Soledad. Ñito Salas
El futuro del ballet es malagueño y se llama Noah

El futuro del ballet es malagueño y se llama Noah

Con 12 años tiene claro que su meta es ser bailarín profesional. Y las escuelas del mundo ya ven su talento: en verano se formará en la School American Ballet de Nueva York y la Ópera de París

Jueves, 11 de abril 2024, 00:25

Noah Torrón lo tiene absolutamente claro. «Me veo en el futuro como un bailarín profesional, esa es mi meta». Y cuando llegue a ella, «ya veré más adelante», dice con la tranquilidad –y la bendita ingenuidad– de quien tiene toda la vida aún por exprimir. Acaba de cumplir 12 años y un tercio de ellos (4) los ha dedicado a la danza. Baila todos los días menos el domingo, ese lo reserva para descansar el cuerpo «y hacer los deberes» del cole. Pero tampoco tiene intención de parar en sus vacaciones. El malagueño ha sido seleccionado por la School American Ballet de Nueva York y la Ópera de París para realizar sus cursos de verano entre cientos de candidatos de todo el mundo.

Noah Torrón tiene los ojos rasgados. En un enorme mapa del mundo que cuelga tras el sofá del salón, señala el lugar del globo en el que nació: Hanói. «Fue prematuro, con un kilo y 300 gramos. ¡Con lo que ahora come! Tiene mucha vitalidad, se notaba que quería vivir», dice su padre Jorge Torrón. Llegó desde Vietnam con un año y medio agarrado al oso de peluche que ahora preside su cama y del que nunca se separa. Le hace ilusión que aparezca en una de las imágenes que ilustran este reportaje. «¡Me encanta!», exclama de forma espontánea al verla en la pantalla del fotógrafo. Es una de las pocas notas infantiles –junto al edredón de Spiderman– que hay en el dormitorio de una promesa del baile, donde no faltan un enorme espejo y una barra para hacer «a diario» los ejercicios de ballet.

Admite con naturalidad y sin ningún gesto de contrariedad que en el colegio, ya sea por sus rasgos o por sus aficiones, se siente «un poco diferente» al resto. «Pero no me importa mucho, porque me gusta lo que hago», corrobora. «Cuando va al conservatorio o a cursos especializados está en su mundo. Ahí es realmente feliz», añade su padre, profesor de piano en el Conservatorio Profesional Martín Tenllado. Su madre, Soledad Fernández, también da clases de Lenguaje Musical en la Escuela Superior de Arte Dramático de Málaga (ESAD). Era inevitable que vieran el talento.

Noah Torrón, en la barra que tiene en su dormitorio para hacer los ejercicios. Ñito Salas

En verano, el pequeño Noah se formará en Nueva York y París –donde se presentaron 900 aspirantes– tras renunciar a su plaza en otros tantos centros de referencia: el San Francisco Ballet School, la Royal Ballet School de Londres, el Conservatorio Internacional Annarella en Portugal y el Russian Máster Ballet también le admitieron. Si por él fuera, sumaría alguno de ellos a su ruta estival, «pero no hay ni tiempo, ni dinero», explica el padre. Porque es todo un honor ser seleccionado en las escuelas más prestigiosas del mundo, pero también es un coste inasumible para muchas familias (vuelos, matrículas, estancia). «Por eso sería genial contar con la ayuda de alguna institución. Solo el avión es ya un dineral», asegura Jorge, con la mente puesta en los años que vienen en los que Noah necesitará aún más fondos para cumplir su sueño de estudiar en el Real Conservatorio de Danza Mariemma de Madrid.

Ahora Noah cursa sexto de Primaria en el colegio Almudena Grandes en Teatinos y primero del Conservatorio Profesional de Danza Pepa Flores, con el profesor Julio Rivas. Es el alumno más joven de ese grado tras ir un año adelantado a sus compañeros: de tercero de elemental le pasaron directamente a primero de profesional. Y los sábados perfecciona la técnica con las clases particulares de Mónica Tapiador.

Y eso que llegó al baile casi por casualidad. «Mis padres me dieron a elegir entre música y danza. Ellos son músicos, pero yo no sabía lo que era la danza y me inscribí. Fue una decisión aleatoria que me cambió la vida, Había algo que me entusiasmaba y encendía la chispa para seguir», explica.

Noah señala en el mapa la ciudad de Hanói, donde nació. Ñito Salas

En tercero, dice, ya no tenía ninguna duda de que lo suyo era el ballet clásico. Sorprende escucharle hablar con tanta claridad de sus planes de futuro: «Terminaré el bachillerato y me centraré en la vida de bailarín. Y si me hago daño o tengo una lesión permanente, me voy a la universidad».

–¿Qué estudiarías en ese caso?

–(Piensa un momento y responde con sinceridad) Me he centrado en aclararme qué quiero ser en mi vida de bailarín, pero no de estudiante. Poco a poco.

Se esfuerza «mucho» para subir el nivel de su baile y mantener un expediente impecable en el colegio. Sabe que si algún día opta a una beca lo primero que mirarán serán sus notas. «Y mi padre me ha dicho que si no trabajas al final no da sus frutos. Esas palabras me han motivado». A ratos parece mayor con esa seguridad que destila, pero Noah no deja de ser un niño. En cuanto pueda (o se lo permitan), jugará al Minecraft. Como todos los de su edad.

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