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Vaya por delante que esto es poco habitual. Sobre todo porque hablar de un familiar (demasiado) cercano puede acabar siendo un acto de nepotismo cariñoso bastante insoportable para todos menos para el que lo escribe. Por fortuna, tengo como aliado a Pepe Ponce, que compartió el homenaje de ayer con Eugenio Griñán, que además de acreditado fotógrafo es mi padre. Y es que la ya tradicional exposición de la crónica visual del año que se nos apaga y que reúne las imágenes de los foteros de la Asociación Malagueña de Informadores Gráficos de Prensa (AMIGP) tiene este 2022 como invitados a estos dos maestros de la cámara que siguen haciendo fotos, aunque ya no las publiquen. El que tuvo, retuvo. Para la ocasión, ambos han desempolvado de su archivo un par de imágenes para unirse a la exhibición. Pepe muestra así un retrato de Carlos Álvarez con un diapasón que vibra para repetir el perfil del barítono hasta el infinito y que recuerda al mítico Orson Welles reflejado en los espejos en 'La dama de Shanghai', mientras que Eugenio ha elegido una foto de su época como reportero del desaparecido C.D. Málaga, cuando Johan Cruyff bordeó el desacato y se encaró con los grises en el césped de La Rosaleda que entraron para sacarlo del campo tras una roja del árbitro que el elegante pero broncoso jugador del Barça se negaba a aceptar. Dos fotos que atrapan a grandes personajes, pero que también son el retrato de dos maestros cámara en mano que atesoran buena parte de la memoria de Málaga desde los años sesenta.
Esto de la fotografía imprime carácter y la prueba es que ambos, aunque jubilados de la calle en la que crecieron a golpe de clic, iban ayer cogidos del brazo de sus inseparables máquinas. Griñán, con una Leica –marca por la que siente devoción–, y Ponce, con una rectangular que además hace llamadas y que demuestra que el objetivo de la cámara es lo de menos, porque lo importante fue, es y será la mirada del que apunta y dispara. «Decanos de la fotografía», como ayer los presentó el presidente de AMIGP, Daniel Pérez, el reencuentro de los reporteros se saldó con abrazo y duelo en el O.K. Corral del Archivo Municipal que acoge la expo. Uno frente al otro, enfocándose y llevándose puesta una foto viceversa. Otra más.
Profesión y devoción obliga, Pepe&Eugenio también retrataron a los compañeros con los que desde ayer comparten la exposición 'Málaga 1922-2022', en la que no falta la calima, los desahucios, las secuelas de la guerra de Ucrania, el baño popular del Cautivo o el fuego de cada verano con las firmas de Pepe Ortega, Álvaro Cabrera, Marilú Báez, Javier Albiñana, Ñito Salas, Carlos Díaz, Jesús Mérida, Carlos Guerrero, Javi Ramírez, Koke Pérez, Hugo Cortés, Francis Silva, Francis González, Carlos Criado y el propio Pérez. Confesos herederos en esta era digital de los homenajeados, que vivieron y protagonizaron la evolución del glorioso blanco y negro al color. Fotógrafos de raza y estirpe que no llegaron tarde a los píxeles, sino que llegaron pronto a la fotografía. A esa artesanía para la que había -y hay- que tener mucho arte. Y también buenas espaldas para llevar aquellos equipos de muchos kilos que ahora son miniaturas. Foteros de laboratorio en la trastienda, de negativos y cubeta con fijador y químico de haluros de plata que en sus manos se convertían en imágenes de oro. Instantáneas que han levantado acta de la Costa del Sol desde esa dolce vita de Frank Sinatra y cía que persiguió Griñán hasta aquella 'Málaga, solar del paraíso' que denunciaba Ponce. Historia de lo grande, pero también de lo pequeño que en sus cámaras se hizo gigante. Porque además de la prensa, la imprescindible BBC de la ciudad, bodas, bautizos y comuniones, siempre irá unida a la G de Griñán. Como le dijo ayer la propia directora de Cultura del Ayuntamiento, Susana Martín, que recordó que su álbum familiar rebosa de esa G.
De Pepe Ponce jamás olvidaré que lo conocí en una presentación, aunque he olvidado de qué. Llevaba cuatro días trabajando en SUR a mediados de los 90 cuando se me acercó un tipo con perilla blanca, calvicie estable –la misma que ahora, vamos–, mirada encantadora, bolsón de cámaras y flashes cargado por encima de sus posibilidades y me dijo que quería hacerme una foto. Me dejó pasmado porque hasta entonces todas las fotos decentes me las habían hecho mi padre y mi madre que tenían la exclusiva. Pero me la hice y me la hizo, aunque tengo que decir que jamás he visto esa foto. Alguien me dijo una vez con guasa cariñosa que Pepe era el fotógrafo que había hecho más fotos en Málaga, pero que nunca le ponía carrete a la cámara. Divertida mentira para un maestro absoluto que, con el digital, ya no necesita poner negativo y que tiene la sana costumbre de contagiar a otros su pasión y su magia en clases magistrales. Algo que tanto él como Eugenio han hecho siempre. Comenzando por casa. Ayer mismo confesaban que su gran legado no estaba tanto en esas miles de fotos que llevan firmadas, sino en haber despertado el clic en los herederos de ambas sagas: Pablo Blanes y María Eugenia Griñán. Larga vida a la fotografía. Y a todos los foteros cámara en mano.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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