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Puede que uno de los momentos más perspicaces de la explosión museística que ha vivido Málaga en las últimas dos décadas haya llegado ahora, con ... la entrada de los catetos al museo; no como espectadores ni como personajes secundarios, sino en un papel protagonista. El Museo de Málaga, en la Aduana, acoge hasta el 28 de mayo 'Verdiales. La fiesta sin nombre', un programa expositivo que incluye la muestra de casi un centenar de fotografías realizadas en diversos encuentros celebrados en la provincia, junto a varios textos sobre este fenómeno y su representación, y un buen número de actividades que van a dibujar el rito de la fiesta y su paradoja. El comisario de esta muestra es Jorge Dragón que, con sus fotografías y el poderoso plantel que las acompaña, propone una inmersión verdialera en una catedral del pensamiento: la invasión de la fiesta en el Museo.
La fiesta sin nombre. Pienso en ese título, y Jorge Dragón me arroja luz: la fiesta no tiene nombre porque no hay otra fiesta posible, y lo que es único no hace falta distinguirlo, ni nombrarlo. La fiesta es lo que ocurre en la parranda y las consecuencias de ese hecho, es el rito que la conmueve y la sustancia que la alimenta. La fiesta ofrece un tiempo sin tiempo, como la fotografía, un sitio de excepción y un estado de ánimo que tampoco tiene lugar, porque todo es campo. Es la gente de fuera la que construye el relato y le da nombre, para señalarlo. Por eso la exposición juega con la fotografía y los textos, como los de John Berger, y dos piezas finales muestran más de mil trescientas personas sin nombres junto a unos lugares que son estos, y que siempre titulan los demás. La fiesta no tiene nombre y esta exposición no tiene catálogo porque ya hay un libro fastuoso, el gran libro de los verdiales, cuya autoría corresponde también a Jorge Dragón y que se llama, simplemente, 'El libro de la fiesta' (Ediciones de El Chaparral).
Además de la exposición pura y dura de fotografías en blanco y negro y de textos, también en blanco y negro, se expande un programa de actividades que ha incluido una mesa redonda sobre el folclore y la modernidad con la coreógrafa Luz Arcas, la violinista y compositora Luz Prado y el dramaturgo Alberto Cortés. El profesor Rafael S.M. Paniagua pronunció el pasado jueves una charla inolvidable sobre la concepción del museo y su relación con las artes de lo que llamamos pueblo. Paniagua aportó un punto de vista muy interesante sobre la distancia entre la cultura popular y la alta, la forma en la que la élite mira a las costumbres, las revoluciones que se han hecho en contra del progreso y el conservadurismo revolucionario que defiende la permanencia de la fiesta verdialera en la época más líquida. La manera en la que el folk funciona como un enorme bosque que lo ocupa todo, con árboles que en apariencia están alejados entre sí, pero sostenidos por un engranaje de raíces que están enredadas hasta el infinito. Es curiosa aquí la relación del cante del fandango verdialero con la jota, o el rito de la fiesta y su parecido con otras manifestaciones en lugares que en apariencia son remotos, pero que están unidos por ese hilo invisible de lo popular.
En esta invasión museística también se disfruta del rito. Las conferencias y las visitas guiadas se expanden hasta la misma clausura. El 27 de mayo, un día antes del cierre, se producirá un encuentro de verdiales que invadirá de una manera efectiva e irremediable el Museo de Málaga, envenenándolo con su magia.
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