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CARLOS ZAMARRIEGO
Jueves, 30 de enero 2025, 01:00
Martin McDonagh estuvo a punto de pegarse con su compatriota Sean Connery en una entrega de premios. La anécdota es real (sólo tenéis que buscarla en google), aunque en mi cabeza también estaba presente en el incidente la reina Isabel II. Se la escuché al ... fantástico actor y dramaturgo Luis Sorolla en 2021, en ese maravilloso proyecto que tenía con el director Carlos Tuñón llamado 'Play&Breakfast'. Fueron ellos los que me empujaron a leer la obra más famosa el autor irlandés, 'El hombre almohada' (2003), que cuenta con una versión dirigida por David Serrano que pasó por Málaga en 2022. También 'El cojo de Inishmaan' (1996) y la menos conocida pero fascinante 'A Very Very Very Dark Matter' (2018). Y, por supuesto, su ópera prima, 'La reina de la belleza de Leenane', que trajo ayer a María Galiana al Teatro Cervantes para recibir el premio del festival de artes escénicas.
Y sin duda es un mate a aro pasado juntar a la abuela de Carlitos de 'Cuéntame' con el autor más representativo del teatro 'in-yer-face', caracterizado por la búsqueda del shock a través de la obscenidad, la violencia o la crueldad. McDonagh es un Tarantino teatral más deudor de Mamet que de Shakespeare. Busca comedia en la oscuridad, tragedia en lo cotidiano y se burla de las expectativas y convencionalismos del público. Su estilo ha saltado con éxito al cine como guionista y director de las películas 'Perdidos en Brujas' (2008), 'Siete Psicópatas (2013), 'Tres anuncios en las afueras' (2017) y 'Almas en pena de Inisherin' (2022), que recibió nueve nominaciones a los Óscar.
'La reina de la belleza de Leenane' podría ser el molde de sus obsesiones: la Irlanda despoblada y casi mitológica, los personajes amargados y la violencia que subyace en el amor. La convivencia sin cuartel entre una vieja tóxica (Galiana), que ni come ni deja comer, y la hija resentida que la cuida (Lucía Quintana), sirven al autor para mostrar un cuadro fascinante de las pasiones más mundanas.
Empecemos por el final: María Galiana triunfó sobre un corifeo de toses y móviles con una actuación natural e incisiva. Una lección de interpretación a sus 89 años. No necesita moverse de la mecedora para generar un retrato veraz de una mujer débil, con miedo, pero incapaz de soltar el control ni dar amor. Enfrente, Quintana construye un personaje que no llega a bailar con la energía de Galiana. No siento esa química que hay incluso en los peores odios. Y aún con momentos brillantes, las palabras en ella no suenan tanto a McDonagh. En su universo, una mujer irlandesa puteada por la vida es una roca tan dura como Frances McDormand.
Me pasa un poco lo mismo con los otros dos actores, Javier Mora y Alberto Fraga. Bien, pero sin la naturalidad necesaria. Y es que la dirección de Juan Echanove se escora demasiado hacia el melodrama, con ráfagas musicales para apuntar la emoción, con lágrima fácil, con teatralización de más. McDonagh con sacarina. Tampoco me convence una escenografía demasiado limpia y horizontal para lo que debería ser un cuchitril con gallinas encima de una colina perdida de Irlanda.
Y con todo, me alegra que McDonagh no pegara a Connery y que se apueste por este autor que parece haber abandonado el teatro por el cine en busca de mayor realismo. Razón no le falta.
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