cristina pinto
Sábado, 16 de enero 2021, 00:39
Hay un refrán por ahí que dice que «la ropa sucia se lava en casa». Algo así como que los problemas se quedan en esas cuatro paredes en las que se convive, en esa línea roja que no se atraviesa. Pero no siempre es ... así. Y aquella noche del 13 de noviembre de 2015 en París las puertas de las casas se abrieron a desconocidos por un simple acto de solidaridad. Ese día, escrito con tinta roja en la historia de la capital francesa y de todo el mundo, fue uno más de esos en los que el Estado Islámico dejó huella y quitó vidas sin razón.
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El mundo conmocionado y los propios ciudadanos parisinos, además de miedo, mostraron su lado más solidario. A través de las redes sociales el hashtag #Porteouverte (puerta abierta) hizo que los ciudadanos ofrecieran sus propias casas a los que no tuviesen dónde ir en aquella noche tan terrorífica. Aunque ayer fuese Málaga y las seis de la tarde, 'Puertas abiertas' hizo pasar al Teatro Cervantes (casi con el aforo permitido al completo) a la casa de Julie, recordando las historias que pueden desencadenarse como consecuencia de un solo factor: el pánico.
Escucha el timbre y atemorizada camina hacia la puerta. Cayetana Guillén Cuervo da vida a la parisina que estaba a punto de vivir una noche con un completo desconocido y, en principio, totalmente opuesto a ella. El actor Ayoub El Hilali se puso en la piel de Faruk que, tras su llegada a casa de Julie, a lo largo de la pieza, iría descubriendo diferentes identidades. A solo tres calles de Bataclan, sala de conciertos donde se vivió el ataque yihadista, estaba la casa de la parisina. Le recibe con un té y, nerviosa, empiezan a hablar sobre la vida del invitado. Ella, con su mente llena de miedos, comienza a exteriorizarlos sin darse cuenta. Al final habían entrado en su casa y ella estaba exteriorizando esos problemas que estando sola se los guardaba para sí misma.
Pero el siguiente ataque llegó y aquella explosión se pudo ver desde la ventana. Ambos tirados en el suelo y temblando, escenifican de nuevo el miedo. El té se cambió por copas de vino y así hasta dos botellas bebidas cuando se colaba el sol del amanecer por aquella ventana de París. Pero hasta que llegó ese momento, toda una madrugada de confesiones que iban más allá: religión, política, amor, familia, pasado y dolor, mucho dolor acumulado.
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A veces parecía un diálogo de besugos, acercándose y distanciándose sin llegar a entenderse. Pero hubo un momento en el que Faruk, tras contar varias versiones de su vida, acaba trasladando su verdad y hablando del terror desde su experiencia como sirio. Julie, en cambio, ya casi al final de la obra consigue desnudar sus sentimientos contando el momento más terrorífico de su vida: durante quince años fue maltratada por su pareja. Fuera de esa casa París sangraba de dolor, dentro de ella, dos almas que supieron escucharse y comprenderse desde dos mundos distintos, desde dos tipos de miedos totalmente diferentes. Estuvieron unidos esa noche por un temor común que, dentro de sus posibilidades, pudieron salvar.
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