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Era apenas un cuadrito colocado en un recodo del paseo, en una equina junto a una puerta sin puerta. Un rectángulo de menos de 30 centímetros de alto por 20 de ancho. Y, sin embargo, desde el principio de convirtió en un icono, un emblema visual, mental y sentimental de todo un proyecto, a partir de su presencia en la colección inaugural del Centre Pompidou Málaga. Era 'El marco' (1938), un pequeño autorretrato de la mexicana Frida Kahlo que proyectaba el magnetismo del grito cabal, ajeno a la estridencia. Porque si en muchos casos retratarse a uno mismo representa un deseo –quizá necesidad– de autoafirmación, en el caso de las mujeres artistas ese impulso tenía –y aún tiene– una carga más profunda.
Lo recuerda la profesora de la Universidad Autónoma de Madrid Patricia Mayayo, que este jueves (a partir de las 18.00 horas, inscripciones en museopicassomalaga.org) cierra el seminario digital 'Arte de vanguardia 100 años después' promovido por el Museo Picasso Málaga (MPM) y la Fundación General de la Universidad de Málaga con la conferencia titulada 'La revolución feminista'.
Autora de multitud de estudios sobre la presencia (y la ausencia) de la mujer en el arte y especialista de referencia en las corrientes feministas aplicadas a la plástica, Mayayo empieza matizando cómo lo habitual es asociar el feminismo en las artes visuales con la llamada segunda ola de este movimiento reivindicativo, surgida a partir de los años 60 del siglo pasado. «Es entonces cuando se configuran a nivel internacional unas tendencias muy conscientes de mujeres artistas que se identifican con la causa feminista y la incorporan de manera militante en su discurso artístico«, sostiene Mayayo.
Sin embargo, «muchas de las estrategias de las artistas feministas en los años 60 y 70 habían sido precedidas por el trabajo de las mujeres artistas de la vanguardia, intuidas o incluso desarrolladas por ellas, aunque quizá sin hacerlo de una forma tan consciente como en la segunda mitad del siglo XX«, detalla la autora de libros como 'Frida Kahlo, contra el mito' (2008) e 'Historias de mujeres, historias del arte' (2003), ambos incluidos en la cuidada colección de Cátedra dedicada a la teoría artística.
Así, Mayayo pone el foco «no tanto en artistas como en tendencias» a la hora de señalar hacia el feminismo inscrito en las vanguardias de principios del siglo XX. «Una práctica muy habitual fue la reivindicación del textil y de las llamadas artes decorativas, tradicionalmente trabajadas por mujeres y consideradas disciplinas menores en la jerarquía artística», brinda Mayayo. Así enlazarían por ejemplo las creaciones textiles de Sonia Delaunay con los trabajos en la misma línea desarrollados por Louise Bourgeois y vistos justo en el Museo Picasso Málaga hace ahora cinco años.
Junto con ese trabajo en las llamadas «artes menores», Mayayo destaca otra faceta de las vanguardistas: el cultivo del autorretrato como método de «autoafirmación como artistas». Y cita la profesora las obras de Maruja Mallo, Romaine Brooks, Elsa von Freytag-Loringhoven o la mencionada Frida Kahlo.
«Hay cuestiones planteadas entonces por las artistas de la vanguardia –reflexiona Mayayo– que han sido incorporadas al sistema artístico contemporáneo con gran protagonismo, como la defensa del trabajo colaborativo, la creación de redes de apoyo mutuo y el cuestionamiento del concepto de genio«. Porque justo esa idea de genio se enuncia y articula desde el masculino singular, desde el patriarcado dictando el relato de la Historia.
Un discurso monolítico al que le van saliendo grietas por donde entra la luz. «Se ha avanzado y sería absurdo negarlo, no sólo en lo relativo a las mujeres en el campo del arte, sino en lo global, sobre todo en España, donde veníamos de una dictadura. Pero, pese a todo, todavía queda mucho por hacer«, sostiene la especialista.
Para Mayayo, «no se puede analizar la situación de las mujeres en el campo del arte aisladamente», porque «se enfrentan a los mismos problemas: los cuidados, la desigual carga en el trabajo doméstico, la precariedad laboral, los salarios más bajos en un ámbito ya de por sí especialmente precario como el de las profesiones culturales«.
Y, como telón de fondo en este escenario, la necesaria reescritura de la Historia del Arte para colocar a las artistas en pie de igualdad con sus colegas varones. «No basta con introducir a las mujeres en el discurso –cierra Mayayo– si al mismo tiempo no cambias las herramientas con las que las estás estudiando. Si analizas, por ejemplo, a Artemisia Gentileschi con las mismas herramientas que a Caravaggio, es difícil que cambien las estructuras patriarcales de la Historia del Arte«. Hay que pensarlo todo de nuevo. Esta vez, con ellas.
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Álvaro Soto | Madrid
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