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Desde el hall del Pompidou, desde ese mirador privilegiado que da a la sala principal, se intuye lo que viene. Se ve una casa de tubos de cartón sobre cajas de cervezas que diseñó Shigeru Ban para dignificar a las víctimas de dramas humanitarios. Destacan ... dos sillas gigantescas, incluso en la distancia, de Barthélémy Toguo: en una descansan decenas de hatillos característicos de quien emigra a la fuerza; en la de enfrente están los sellos de madera de una burocracia que ralentiza cualquier ayuda. Y en la pared resalta el inmenso y colorido paisaje pintado por David Hockney. El Centre Pompidou Málaga renueva su exposición semipermanente con un centenar de piezas que invitan a reflexionar sobre el modo en que ocupamos y habitamos los espacios.
'Place-Ness. Habitar un lugar', hasta marzo de 2025 en Málaga, se inspira en la actualidad. Tras un tiempo de introspección, de refugiarnos en el interior por la amenaza del covid, el centro cultural elige ahora «mirar al exterior, a la manera en el que habitamos el mundo, a nuestra relación con la ruralidad», detalla la directora general del Centre Pompidou, Julie Narbey. Porque en el siglo XXI se dan dos fenómenos, aquí y en Francia, que parecen contradictorios: mientras lo rural se vacía, la consolidación del teletrabajo ha motivado que muchos profesionales huyan de sus pequeños apartamentos de la ciudad a casas en el campo, del ruido de la urbe a la paz de la naturaleza. «De esa observación surgen preguntas y reflexiones, qué es lo que nos liga a los lugares, qué nos retiene en un lugar, qué nos hace huir de él, qué buscamos, cómo interactuamos con ese lugar», plantea Valentina Miomas, comisaria de la muestra.
Las respuestas a esas preguntas las ofrecen 87 artistas a través de seis secciones. 'Deconstruir los clichés' trata de romper con la eterna dicotomía campo-ciudad y con la imagen idealizada y estereotipada de ambos espacios. «Se empieza a esbozar posibilidades de imaginar los territorios como interdependientes y complementarios», explica Miomas. Recibe al visitante una instalación circular de Richard Long a base de pizarras procedente de una cantera de Cornualles. El paisaje de un río pintado al estilo clásico contrasta con el grifo pegado al cuadro a modo de «destrampantojo» que coloca Daniel Spoerri (de dónde viene el agua y dónde acaba). En la sala conviven la tierna 'Maternité' animal de Marc Chagall con 'Dos mariposas amarillas en una escalera' de Fernand Léger, que reflejan la tensión entre naturaleza y modernidad; y con las escenas rurales y urbanas de Natalia Goncharova. Gerhard Richter desenfoca su vista de Chinon convirtiéndolo en un lugar nebuloso e indeterminado, mientras que Marie Menken proyecta el movimiento de Nueva York en una obra audiovisual de los años 60.
El cuadro de Yolande Fièvre que compone el 'Plano de una ciudad antigua para soñar' con trozos de madera da paso al siguiente apartado: 'Transformar la materia: homenajes y huellas'. Aquí el artista usa lo que encuentra en su entorno como herramienta de creación. Lo natural y lo artificial. Oscar Tuazon levanta una columna de neumáticos sobre un pedestal. Marlène Huissoud, hija de apicultor, diseña un mueble con capullos de gusanos de seda y resina de abeja. Y Frans Krajcberg apela a la conciencia ecológica con esculturas de madera que representan una naturaleza desvalida y enferma.
La exposición avanza hacia los no-lugares, hacia 'Habitar un espacio indefinido'. Aquí cobra protagonismo la fotografía con imágenes de Robert Doisneau, Walker Evans y Ergy Landau que muestran zonas de la periferia sin personas ni personalidad. Impresiona la enorme instantánea de Ahmed Mater que plasma la transformación radical de Arabia Saudí para responder a la creciente llegada de viajeros. Las capturas de entornos industriales de Michał Szlaga o esa imagen de Wim Wender de un lugar de Arizona que parece detenido en el tiempo invitan al siguiente espacio expositivo: 'Repensar las dinámicas territoriales'.
Los artistas abordan aquí la sobreproducción, el consumismo excesivo y la explotación de recursos de la sociedad urbana capitalista. Eso tiene consecuencias en nuestro cuerpo (con esa bota de aluminio que Jim Dine tumba sobre terciopelo como representación del descanso tras el duro trabajo) y en nuestra mente: Mika Tajima procesa datos extraídos de Twitter sobre el estado de ánimo de los parisinos (en función de sus expresiones) y los transforma en algo plástico, en una nube de humo que cambia de tamaño y densidad según el sentimiento. Es en parte el reflejo de lo que se aborda después, de un 'Existir en el espacio público' condicionado por estrictas normas sociales y marcado por la desigualdad.
Firenze Lai lo expresa en potentes pinturas con figuras anónimas apelotonadas o haciendo la pausa para comer rápido y seguir produciendo. Gianni Pettena propuso a principios de los 70 otra forma de ocupar lo público: vistió con sillas a una decena de estudiantes que recorrieron Mineápolis con ellas a las espaldas, sentándose a veces para descansar. Robert Filliou se tumba y duerme en la calzada sin motivo aparente. Valie Export ofrece sus pechos a los transeúntes a través de una caja. «Todos ellos desafían los códigos sociales», señala Miomas.
Todo desemboca en 'Recomponer sueños y realidades', ese gran espacio que ofrece una perspectiva aérea, inusual, desde la entrada al Pompidou. Aquí los artistas plantean alternativas para reflexionar sobre el mundo contemporáneo y sus desafíos. Tony Cragg revisita con ironía el 'land art' con una espiral gigante formada con materiales de construcción. Barry Flanagan, por su parte, compone en el suelo la topografía de la ciudad de Lyon y sus ríos con trozos de telas, un guiño al floreciente pasado de la industria textil en el lugar. David Hockney y Joan Mitchell enfrentan sus revisiones del género paisajístico: la versión estilizada de un camino forestal del primero, cara a cara con un valle de exuberante vegetación que el segundo pintó a partir de los recuerdos de una amiga. Y frente a la casa de urgencia diseñada por Shigeru Ban, el drama de los sin hogar por la migración forzada que aborda Barthélémy Toguo con sus grandes sillas.
Un recorrido «apasionante y comprometido», apostilló Julie Narbey, que finalizará en marzo de 2025, justo cuando el Centre Pompidou París cerrará por reformas durante cinco años. En ese tiempo, los fondos del centro de arte contemporáneo viajarán por el mundo con la sucursal de Málaga como uno de los «referente del programa internacional» de la marca, señaló. Además, Narbey anunció un nuevo acuerdo con la Caixa (entidad patrocinadora del centro malagueño a través de su Fundación) para exponer algunas de sus obras en los Caixaforum del país. «Estamos esperando con impaciencia el de Málaga para crear un diálogo entre ambos», indicó.
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