![Los «amores a primera vista» de José María Castañé se descubren en el Museo Ruso](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2023/07/25/ruso4-Ru1VN9pHMJsqZRDroBGzk5N-1200x840@Diario%20Sur.jpeg)
![Los «amores a primera vista» de José María Castañé se descubren en el Museo Ruso](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2023/07/25/ruso4-Ru1VN9pHMJsqZRDroBGzk5N-1200x840@Diario%20Sur.jpeg)
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Las más de 500 piezas que ocupan la primera planta del Museo Ruso forman parte de su colección, pero durante el recorrido José María Castañé (San Sebastián, 1938) se detiene un largo rato frente a una de ellas como si fuera la primera vez que ... la ve. «Y así es, nunca la había visto desenrollada y sobre una pared», explica frente a un enorme tapiz. Lleva diez años sin comprar arte después de toda una vida de coleccionismo, con una excepción: esta creación de la artista contemporánea Laure Prouvost, su último «amor a primera vista». El más reciente de una inmensa, casi inabarcable, lista de pinturas, objetos y documentos que le han enamorado a lo largo de las décadas y que ahora conforman la nueva exposición del centro cultural de Tabacalera.
'Más allá de su tiempo. La aventura de un coleccionista' expone los tesoros de uno de los fondos privados más interesantes del país, el que ha ido construyendo con adquisiciones procedentes de todo el mundo el empresario, financiero y patrono de honor del Museo del Prado. «Esta actividad de búsqueda de vías de acceso, de detección, de descubrimiento y de estudio proviene de recuerdos y experiencias esenciales en la formación de mi personalidad», detalla. Primero, empezó a «reunir cosas que no interesaron a nadie o a casi nadie», con pocos medios pero con mucha pasión. «Esto habría de permitirme mucho tiempo más tarde estar en condiciones de adquirir objetos que resultan también deseables para otras personas e instituciones», añade. De hecho, algunos de los documentos que se exhiben han sido cedidos por la Residencia de Estudiantes y la biblioteca de la Universidad de Harvard, a quienes Castañé se los donó previamente.
La muestra se presenta con el siguiente subtítulo: «Una colección internacional con lo mejor del arte ruso, además de documentos y fotografías históricas. De Kandinsky a Kiefer, pasando por Diego Rivera». Solo el catálogo de artistas del Este propiedad de Castañé justifica su presencia en un Museo Ruso huérfano del arte del Museo Estatal de San Petersburgo desde que Putin invadiera Ucrania. Pero es que, además, esas pinturas se contextualizan con una selección del arte europeo de finales del XIX y buena parte del XX y con un apartado documental con cartas, escritos, fotografías, mapas y propaganda de enorme valor histórico que hablan de la Revolución rusa, de la construcción de la URSS y de la Segunda Guerra Mundial. Cada sección tiene su propio comisario y su 'joya de la corona' para Castañé.
Cuenta que su interés por el arte ruso le viene de la niñez, de una conversación con su madre, que en 1937 presenció «una serie de cosas que la conmovieron y alteraron». Un día le dijo: «Hijo mío, no te vayas a pensar que el infierno es una entelequia, que es producto del espíritu o de la mente. El infierno es algo real. Y no pienses que el demonio es una idea o un concepto, es una persona que está hecha materialmente como nosotros». Y concretó: «El infierno es la Unión Soviética y el demonio es Stalin». A partir de ese momento, Castañé confiesa que sintió «una gran curiosidad» por ese lugar en el que según su madre estaba el infierno. «Y a medida que encontraba cosas, me impresionaban cada vez más». Descubrió entonces la fuerza del alma rusa, la creatividad y su rica cultura.
Ivan Samarine comisaria las salas dedicadas al Este, una sección que se abre con una intensa acuarela de Konstantin Bogaevsky pintada en torno a 1900, donde se capta la potencia del mar sobre una costa rocosa. «Con los años mi amor hacia ella ha ido creciendo», aseguró Castañé. De Alexander Deineka se expone un cuadro de uno de sus viajes por EE UU, con un coche circulando por una carretera comarcal americana. El color y la sensación de ligereza que transmite la pintura de Aristarj Lentúlov sirve de carta de presentación de esta muestra. Hay una cromolitografía y una litografía de un Kandinsky ya en la Bauhaus europea. También, obra de Natalia Goncharova, una de las principales exponentes de las vanguardias rusas; y de Filipp Malyavin, un artista de origen campesino que aquí retrata a un joven bolchevique. Natan Altman, Liubov Popova, Yuri Annenkov, Zinaida Serebriakova y muchos otros recorren el arte ruso del siglo XX.
De ahí la exposición avanza hacia 'Un siglo de conflictos', con el comisariado de José María Faraldo, historiador y profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Sorprende un documento que reúne «solemnidad y espontaneidad de una forma brutal», expresa Castañé: una galerada del periódico 'Pravda' corregida a mano por Stalin y Molotov sobre el infame pacto germano-soviético de 1939 que dejó el campo libre a Alemania para iniciar la Segunda Guerra Mundial. «Nos habla de la importancia que el sistema soviético le daba a la censura de prensa», se lee en las cartelas. Hay un texto donde Lenin imparte «instrucciones para la seguridad de la revolución» durante los años de la guerra civil rusa, una fotografía de su entierro y un libro dedicado por Stalin.
El archivo de la Segunda Guerra Mundial es impresionante: un mapa original de los frentes en Rusia y en Ucrania de la División Azul, fotografías aéreas de Moscú y Zaporozhie realizadas por la Inteligencia alemana antes del inicio de la 'operación Barbarroja', testimonios de la matanza soviética de Katyn, un bando sobre el confinamiento estadounidense de sus ciudadanos de origen japonés y la icónica foto de Yevgeni Jaldéi de la bandera soviética sobre el Reichstag. Y, además, escritos de Benito Mussolini, los discursos de la victoria corregidos a mano de Charles de Gaulle y Harry Truman y una serie de telegramas que anuncian la rendición alemana.
Una sala cargada de información que desemboca en la belleza del arte moderno y contemporáneo occidental, principalmente europeo, el último espacio de esta propuesta que comisaria el escritor y crítico de arte Juan Manuel Bonet. Una vista de la Plaza Roja de Diego Rivera, la recreación de un jardín malagueño por Iturrino, el color de Eduardo Arroyo y dos singulares retratos de David Hockney comparten sección con Santiago Rusiñol, Maurice Denis, André Derain y Albert Gleizes. Hacia el final, está la pieza por la que Castañé siente una especial debilidad, una obra que compró sin verla, solo a partir de una fotografía de alta resolución, y cuya visión en directo le produjo un tremendo impacto: 'Reina en el cielo', un óleo con dimensión de mural de Kiefer, «la voz más honda del nuevo expresionismo alemán», en palabras de Bonet.
Pero la exposición aún se reserva una última sorpresa: el gabinete del coleccionista, una pequeña habitación plagada de singulares objetos de medio mundo, desde el Tíbet hasta Anatolia, pasando por el imperio napoleónico y la influencia rusa. Espejos, porcelanas, cajas de madera, ilustraciones, fotografías y mobiliario antiguo que capturan «la atmósfera del coleccionismo ilustrado» donde priman el conocimiento, el saber y la cultura, como detalla José María Luna, director de la agencia que gestiona los museos municipales. A su lado en la presentación estuvieron el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre; la concejal de Cultura, Mariana Pineda y representantes de la Fundación la Caixa y CaixaBank.
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