Evaristo Guerra posa frente a 'La luz de Andalucía', una de sus grandes obras. Francis Silva
Evaristo Guerra: «Me duele mucho no estar en el Museo de Málaga»
Arte ·
El pintor veleño crea una fundación para proteger su legado con el reto de ver cumplido el sueño de abrir una pinacoteca en su pueblo. «Sé que yo pasaré, pero quiero que mi obra quede. He luchado para eso», dice a punto de cumplir los 80 años
Viernes, 19 de agosto 2022, 00:05
Evaristo Guerra: «Me duele mucho no estar en el Museo de Málaga»
Evaristo Guerra se despierta cada mañana a las siete. Herencia de su padre, panadero de Vélez-Málaga. Nunca aprendió a hacer pan, pero el pequeño ... de 17 hermanos recorría a diario el pueblo con su canasto repartiendo molletes desde bien temprano. Hace tiempo que ya no tiene la presión de cumplir plazos con nadie, pero madrugar forma parte de su naturaleza. Se levanta, desayuna y va a su estudio, a unos pasos de su casa en Torre del Mar. Es una necesidad: «Si me paso tres días sin pintar, mi mujer no me aguanta, me pongo malo». El pintor de la Axarquía «soñada» cumplirá el 5 de septiembre 80 años sin separarse del caballete. Se le ve feliz mientras repasa su trayectoria rodeado de recortes de prensa, cuadros de juventud y una galería de fotos con grandes nombres de la cultura, pero no oculta una pena: «Me duele mucho no estar en el Museo de Málaga».
Publicidad
Habla con la rotundidad y el aplomo que permiten los años. «Soy un embajador de la Axarquía y soy un pintor malagueño. No diré si los que hay están bien o mal, pero que yo tendría que estar ahí, claro que sí». Es más, no tiene ninguna duda sobre la pieza que debería colgarse en el museo que gestiona la Junta en el Palacio de la Aduana. Evaristo Guerra señala los 30 lienzos que ocupan toda una pared del taller, 30 cuadros que a modo de puzle componen un idílico paisaje de las ocho provincias andaluzas. Es 'La luz de Andalucía', la que considera su obra maestra junto a los inmensos murales que pintó durante doce años a la Virgen de los Remedios en su ermita de Vélez. Y lo seguirá reivindicando ante quien quiera escucharle: «Porque sé que yo pasaré, pero quiero que mi obra quede. He luchado para eso, no he tenido más en mi vida que un lienzo en blanco y una paleta de colores».
«Soy un embajador de la Axarquía y soy un pintor malagueño. No diré si los que hay están bien o mal, pero que yo tendría que estar ahí, claro que sí»
museo de málaga
Con esas herramientas sigue. Sobre el caballete está su último proyecto, uno de sus característicos paisajes axárquicos en formato tríptico, esta vez con el lienzo central en vertical. En la esquina de la madera, se lee una frase escrita de su puño y letra: «El arte es el autorretrato del alma». Para que no se le olvide. «Es lo que quiero que me pongan en mi lápida», aclara. Esa expresión, dice, le define. Él no puede pintar «cabreado ni con malas noticias». Confiesa que a veces se enfada con los cuadros, que los pone contra la pared y se pasa días sin hablarles cuando le rechazan un color. Otras veces es él quien está disgustado por cosas ajenas al arte: «Y cuando me pasa algo raro que se sale de lo mío, no pinto. No me sale nada». Entonces lee o prepara los lienzos para la siguiente idea que le ronda la cabeza: «Las cuatro estaciones, el mismo paisaje con la luz de primavera, verano, otoño e invierno».
El pintor repasa los recuerdos de su vida a través de recortes de prensa.
Francis Silva
Evaristo Guerra se enfrenta a la muerte con la misma franqueza que a la vida. «Es lo natural. He estado dos o tres veces a punto de irme». Una de ellas por el riñón que se dejó en la ermita mientras completaba los 1.150 metros cuadrados de murales, una extensión pintada mayor que la de la Capilla Sixtina. «Me subía a las ocho de la mañana al andamio y no bajaba durante horas ni a orinar. Me lo tuvieron que quitar. Así que puedo decir que pintar la ermita me ha costado un riñón, literalmente», apostilla entre risas.
Publicidad
Lo tiene todo pensado. «Este es el lugar, entre árboles», dice mientras enseña una foto del rincón del cementerio donde quiere que le entierren, bajo un pedestal con un busto que guarda ya en su estudio. «Estas cosas hay que decirlas en vida». Por eso también ultima el destino de su legado. El artista acaba de crear la Fundación Evaristo Guerra con más de 300 obras de su colección particular que atraviesan todas sus etapas. Las ha repartido entre sus hijos, Evaristo, Antonio y Lola, pero con una condición: «Ellos ya saben que los cuadros los tendrán que prestar para el museo».
Ese es ahora su objetivo, casi su obsesión: ver concluido ese refugio para su obra en su tierra natal. De momento, está la voluntad del Ayuntamiento de Vélez de hacerlo en un solar del centro donde él se crió. «Pero llevo ya cuatro años esperando. Mi pintura es de aquí, de la comarca de Vélez-Málaga. Yo debo estar aquí, en mi tierra. Esos almendros no te los encuentras en la calle Larios, sino en los campos de aquí», sentencia mientras señala un almendro en flor que cuelga de la pared. «Julio Iglesias tiene uno como ese», añade.
Publicidad
«Ya le dije al alcalde que si no me hacen el museo, el día que me muera que no me vayan a mandar una corona»
Museo en Vélez
Evaristo Guerra se pone serio, pero sin dramatismos, con su ironía: «Ya le dije al alcalde que si no me hacen el museo, el día que me muera que no me vayan a mandar una corona, porque le pego una 'patá' y la mando a hacer puñetas». De momento, lo único seguro es que su obra se verá en la antológica que le prepara el CAC de Vélez-Málaga para marzo y abril del próximo año.
El árbol es el 'leitmotiv' de su vida, la imagen del premio de pintura con su nombre que convoca la Diputación con el Ayuntamiento de Vélez y el símbolo de su fundación. Siguiendo árboles para pintarlos en su libreta conoció a su mujer: «Me metí en el campo hasta que llegué a Arenas y allí me encontré al almendro en flor más bonito que había», dice mirando a María Adela, que ha venido de visita al taller y sonríe a su lado. Como ha estado siempre desde que se casaron hace ahora 54 años. «Yo sé que está primero la pintura, yo lo noto. ¡Se desvive más por sus cuadros que por mí!», le recrimina con un gesto cariñoso. Se entienden sin palabras, él intuye cuándo una obra no le apasiona con una simple mirada; y en un segundo pueden pasar de lo más lírico a lo absolutamente prosaico: «Hoy filetito a la plancha y ensalada, ¿te parece bien?», le pregunta antes de marcharse.
Publicidad
El artista veleño, en su estudio, con su último proyecto.
Francis Silva
Evaristo Guerra es consciente de que la pintura le ha robado muchas horas a la familia, pero está convencido de que solo «la constancia trae la suerte». De adolescente, mientras se formaba en una escuela de pintura del pueblo, sintió la «necesidad urgente» de irse a Madrid. A los 19 años ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de la capital, pero apenas estuvo un curso. «Cuando aprendí el 'aeiou' del arte ya no me interesaba más».
Su estilo académico, aunque siempre creativo, fue evolucionando hacia un neoprimitivismo –como lo etiquetó el crítico de arte 'Abc' Antonio Manuel Campoy– que imaginaba coloridos paisajes de la Axarquía, vistas soñadas del campo de una hermosa sencillez que cautivaron a galerías de prestigio como Biosca y Macarrón y que atrajeron a grandes coleccionistas como la Duquesa de Alba. E insiste, lo suyo no es naif como a veces se ha dicho: «En mi pintura hay una perspectiva que en el naif no existe».
Publicidad
«He sido siempre muy creativo. Ese es mi éxito. Que pinten mejor que yo hay 200.000, pero no tienen la chispa»
Su secreto
Nunca fue un pintor de vanguardias. Le encantan Picasso, Bacon y Tàpies. «Pero a mí no me sale. Lo puedo hacer pero sería forzarme». Él huye de etiquetas y de movimientos: «Siempre he estado solo batallando con mi arte. En el taller soy una persona muy feliz, otro a lo mejor tiene que tener sus reuniones, pero yo no», mantiene. Lo que no quita para que entablara amistad con Antonio Gala, Camilo José Cela, Manuel Alcántara, José Antonio Muñoz Rojas, Mingote, Juan Manuel de Prada...
Católico, «pero no capillita», asegura que vivir del arte es una especie de milagro. «Yo pinto un cuadro y no sé para quién es. Es un diálogo entre el cuadro, la paleta y yo. Ahora viene una tercera persona y le gusta. Y además, es un coleccionista y te lo compra. Y con eso vives, es milagroso». Hay algo inexplicable en esa conexión que se produce entre el artista y un espectador: «Que pinten mejor que yo hay 200.000, pero no tienen la chispa». Y ahí está el secreto.
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.