Un día se despertó sin ver absolutamente nada por un ojo. Seis meses después, la diabetes se llevaría por delante la visión de los dos. Le queda un 0,05 en el derecho. «Vamos, que ahora mismo no te veo. Solo hay luces y sombras», ... matiza Esther Ruiz a un par de metros de distancia. Lo cuenta sin dramatismos, incluso sonríe. Tenía 23 años, era peluquera y la enfermedad le obligaba a reaprender la vida desde la oscuridad. La luz desde entonces la pone ella. «De una experiencia mala saqué algo muy muy bueno, cumplir un sueño, hacer teatro», relata.
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Habla sobre el escenario del auditorio de la Fundación Once. Allí lleva horas, días, ensayando su primera obra en solitario. «Tengo miedo, ganas, ilusión... Todo mezclado», confiesa con una risa nerviosa. 'Manto' se estrena el 9 de octubre en la Sala Maynake donde permanecerá durante dos fines de semana consecutivos (10, 16 y 17 de octubre. 19.00 horas). Arriesga «mucho» con esta apuesta. Esther Ruiz ha creado su propia productora para hacer la obra que quiere, sobre los temas que le preocupan y con ella sola ante el público, únicamente acompañada por la guitarra de Sergio Molido 'El Kuko'. «Habla de mí, pero sobre todo habla de mujeres, de mujeres en general y de las de la Generación del 27, artistas que tuvieron que exiliarse y que estaban silenciadas. Quería darles voz y hacerles un homenaje», explica. La poesía de Rosa Chacel, Concha Méndez, Josefina de la Torre y otras más se fusiona aquí con teatro y con canciones de autor que ella misma interpreta.
Esto es, dice, su «vida». Desde pequeñita quiso ser actriz como su abuela Conchi, que siempre que podía actuaba en compañías amateur. «Lo llevo en la sangre, lo he heredado de ella». Pero de joven no pudo hacerlo. Vivía en el Palo con su madre –su padre murió de forma prematura– en la casa de sus abuelos. Tenían lo justo y para el cabeza de familia esto «era un hobby y no una profesión». La peluquería parecía más seguro. «Mi madre era muy jovencita, no tenía medios suficientes y no quiso enfrentarse a mi abuelo en ese momento. Con el tiempo me ha dicho que hoy lo haría sin dudarlo». Ella, su madre, lloraba «como una magdalena» el primer día que la vio en acción sobre las tablas. Su abuela no podía hablar, no le dijo nada cuando terminó la función, pero al día siguiente le repetía al teléfono una y otra vez la misma frase: «Eres la reina, Esther». Al fin y al cabo, «este era su sueño también, y no lo pudo alcanzar».
Cuando perdió la visión, aprendió braille de inmediato («Me encantaba leer y era lo que peor llevaba») pero pasaron unos años hasta que alguien le habló del grupo de teatro de la Fundación Once. «Estaba muy nerviosa, no sabía cómo lo iba a hacer sin ver. Había querido ser actriz cuando veía y me parecía muy difícil; sin ver ya me parecía imposible». No lo era. Esther Ruiz se hizo rápidamente con los trucos del oficio: contar los pasos, contrastes que sirven de referencia, ruidos, el carraspeo de un compañero que da el pie... Diecisiete años lleva ya moviéndose con soltura en los escenarios de la Fundación Once y también de la mano del director Mel Rocher en su compañía Teatro de la Orilla.
Pero 'Manto' es su gran debut, el punto de partida de una nueva etapa con ella al frente. Aquí ya no es Esther, es Zira Williams, su nombre artístico. Viene de una historia de juventud, de un grupo de música que montó con amigas a los 18 años. Al nombre de Zira –«nos encantaba la mujer del malo de 'El Rey León: El Reino de Simba'»–, le sumó el apellido de su actor preferido: Robin Williams. «Me enamoré de esos ojos en 'El club de poetas muertos'» .
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LaPili y Rafael Bulé, dos conocidos de la escena malagueña, firman la dramaturgia y la dirección. Ella, coinciden ambos, «ha venido a mostrarnos lo que no vemos». 'Manto' toma su nombre de un personaje de la mitología griega. Era hija del adivino Tiresias, ciego desde su juventud, que se convirtió en mujer siendo hombre. Se decía que tenía el don de cambiar de sexo. Desde ahí se cuenta la historia. «Esther tiene ilusión y entusiasmo. Está trabajando mucho y se nota cada vez que ensayamos. Dice muy bien el texto y tiene muchas ganas. Lo tiene todo», asegura LaPili.
Esther no ve al público, pero lo siente. «Aunque tengas los ojos cerrados, la sensación es diferente cuando está el teatro lleno a cuando no hay nadie, es otra energía», declara. Después vienen los aplausos... «Y eso me encanta, pero me pongo nerviosa, me da vergüenza», confiesa. «¡Por lo menos ya he logrado no ponerme 'colorá'!», exclama. Ya no entendería su día a día sin la escena. «Cuando me subo al escenario me transformo. Me permite vivir otras vidas, hacer otras cosas que normalmente no podría hacer», detalla. Hasta cinco papeles tiene ahora entre manos: tres con la Fundación Once, uno con Mel Rocher y su 'Manto'.
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La malagueña habla con el corazón en la mano y, con una sinceridad aplastante, afirma: «No tengo aspiraciones de ser una gran estrella, simplemente quiero hacer lo que me gusta y si puedo ganarme la vida con ello, pues bien». Está cerca de conseguirlo.
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