Santiago Beruete se encarga de su propio jardín. Montse pongiluppi
Santiago Beruete | Filósofo y antropólogo

«La parte femenina de los hombres hay que realzarla y ponerla en primer lugar»

Su primer recuerdo, con poco más de un año está protagonizado por un cordero que, entre espigas de trigo, lo miraba fijamente. Autor de celebrados ensayos en los que filosofía y naturaleza se abrazan para enseñarnos a vivir, propone hacerlo 'a la manera de los árboles'

Domingo, 26 de junio 2022, 00:32

Uno se lo imagina como un Adán, pintado por Durero, horrorizado con el hecho de tener que abandonar un Paraíso cuajado de la belleza de las plantas. Santiago Beruete (Pamplona, 1961), filósofo y antropólogo, experto en jardines y autor de ensayos tan celebrados como 'Verdolatría' ... y 'Jardinosofia', ambos editados por Turner, vincula naturaleza y filosofía para encontrar enseñanzas que nos ayuden a vivir mejor todos: animales, plantas y humanos.

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– Sostiene usted que Sócrates, Platón y Aristóteles también dijeron «auténticas memeces». Pues vamos listos.

– [Risas] Tendemos como a santificarlos, a entronizarlos, sin hacer algo que ellos pedían que hiciéramos: tener una visión crítica. Platón dijo algunas cosas terribles, sí; de hecho, la gente lo asocia con la democracia cuando está muy lejos de ser un demócrata. Y otra cosa: esa idea de la separación entre cuerpo y alma, del cuerpo como cárcel del alma, sobre la cual se apuntalará después el cristianismo, la hemos arrastrado como una condena, con sentimiento de culpa incluido. En 'Verdolatría', en el capítulo dedicado al jardín de plantas venenosas, hablo de esto: de cómo algunas de las ideas sacrosantas de la tradición filosófica son, en realidad, memeces.

– Pónganos un ejemplo.

– Me viene a la cabeza ahora esa idea de (Jean Paul) Sartre de que «el infierno son los otros». ¡Qué espanto! Y tantas otras cosas..., por no entrar ya en el sesgo machista y sexista de muchos pensadores.

– ¿Cuál de ellos a la cabeza?

– La tradición clásica nos ha dejado dos herencias muy terribles: el sexismo y la xenofobia. No hay que olvidar que la palabra bárbaro es de origen griego y se refiere a cómo los griegos decían que hablaban los otros: balbuceando. Los miraban con desdén, con superioridad. Y estos dos nervios, el supremacismo y el tema del machismo y el sexismo están en el ADN de nuestra cultura grecolatina. El mismo Aristóteles, que es un autor por el que yo siento gran devoción porque creó el primer jardín botánico del que se tiene noticia fidedigna, cuando habla de hombres libres deja fuera a la mitad de la Humanidad. No nos olvidemos de esos pequeños detalles [risas]. Tenemos construida nuestra sociedad y nuestro pensamiento, sin revisar, a partir de estas figuras fundacionales y patriarcales, que aunque alentaron el pensamiento crítico, como le decía, no lo hemos ejercido sobre ellas.

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– ¿Se reconoce víctima de la denominada educación patriarcal?

– Sí me reconozco. Estudié en un colegio de jesuitas, solo de varones. Todo eran figuras patriarcales y el director había sido capitán de barco y lo dirigía en plan 'Capitanes intrépidos' (de Rudyard Kipling). Todo era testosterona en estado puro. A veces, cuando veo el espectáculo del mundo, me digo: 'Había mucha más sabiduría en mi abuela, con la que yo me crié, que en aquel capitán de barco'. ¡Cuánto mejor nos iría si contásemos con menos Putin y más mujeres en el poder. Sin ser un feminista furibundo, creo que la parte femenina de los hombres hay que realzarla y ponerla en primer lugar, porque de ahí vendrá la esperanza.

– ¿Qué le aporta su parte femenina?

– ¡Mi parte femenina me ha dado muchas alegrías! La jardinería ha sido uno de los refugios típicos de las mujeres; yo la aprendí de mi abuela, que era una gran jardinera. Tuve maravillosas conversaciones formativas, de niño, en el jardín de mi abuela. Plantando rosas, cultivando, cavando, ¡era incansable la mujer! Tenía conocimiento y experiencia en las labores del campo, no es que fuera un espíritu angelical criado entre rosas. La mirada sobre la jardinería, la manera de ver el jardín como una escuela ética, creo que ha estado muy teñida de este feminismo no racional, sino emocional, de mi abuela, que me enseñó una manera de estar. La jardinería me ha dejado una huella profunda.

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– ¿Qué primera experiencia recuerda de su relación con la naturaleza?

–Mi primer recuerdo infantil, debía tener yo poco más de un año, es el siguiente: me acuerdo de la sensación entre asombro, estupor y miedo que tuve porque se me acercó un cordero y se me quedó mirando. El primer recuerdo que tengo de estar en esta vida tiene como escenario el campo; yo estoy allí, rodeado de plantas que debían ser espigas de trigo, y un cordero me mira fijamente. No hay personas, solo animales y plantas.

– Con los que usted se relaciona maravillado.

– El antropocentrismo nos hace creer que somos los protagonistas de la historia natural, pero la realidad es que somos unos recién llegados al escenario de la vida. El planeta estaba pobladísimo desde hace cientos de millones de años por plantas, árboles, flores, cuando el 'sapiens' da sus primeros pasos. Y si administramos mal nuestros pasos por esta tierra, el planeta continuará sin nosotros. Lo que está en juego no es la continuidad del mundo, sino de la civilización humana. Si no sabemos resolver este gran reto que tenemos de la emergencia climática, el planeta continuará sin nosotros.

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– Y sin nuestras torpezas.

– Frente a toda esta visión tan sectaria, tan supremacista, tan racista, debemos sentirnos parte de la raza humana, de una única especie, de una única hermandad de 'sapiens' que conviven con otros habitantes no humanos, no racionales, del planeta. Esta visión cambiaría mucho nuestra percepción, tenemos que avanzar en esta cultura planetaria, y aprender de los animales y las plantas, que estaban aquí mucho antes que nosotros; tenemos que dejar de verlos como carne y bienes, y empezar a pensar que son otros de los habitantes planetarios. Además, todas las formas de vida están emparentadas; saber que compartimos todos código genético debería no solo ser un principio de la biología, sino también una lección ética de primera envergadura.

Fascinación por los árboles

– ¿Qué le han enseñado las plantas?

– Me fascinan, por ejemplo, los árboles que crecen en situaciones difíciles. No pueden, al contrario que nosotros, sortear las dificultades poniendo pies en polvorosa, largándose. Tienen que adaptarse, que encontrar estrategias de supervivencia, y esto es un acto también de rebeldía y de creatividad. Me maravilla esta aceptación de que a veces hay límites y de que la adaptación es una condición necesaria para la creatividad. Vivir a la manera de los árboles conllevaría aceptar que hay cosas que escapan a nuestro control, pero también que podemos hacer muchas cosas para encontrar nuestro sitio, por crear mecanismos para, dentro de las limitaciones, adaptarnos lo más ventajosamente posible.

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– La belleza también los caracteriza.

– La belleza no es superflua en la naturaleza, es una parte esencial de estos mecanismos adaptativos y evolutivos. La belleza es una palanca importantísima para cambiar el mundo y para vivir. Fíjese en las flores que atraen a los polinizadores, en los animales que se engalanan para atraer a las hembras...

– ¿Cómo se imagina el Edén?

– Creo que a los seres humanos nos cuesta imaginar un Más Allá, como también un más acá, sin el verdor de las plantas. Siempre tendemos a engalanar nuestras ideas del paraíso, del cielo o de un mundo más allá de este con plantas, árboles, flores. En nuestro imaginario la vegetación forma parte del telón de fondo de una buena vida.

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– No todo el mundo puede tener un jardín.

– Lo sé, pero creo que es el hábito de ajardinar el que distingue a los espíritus cultivados. Y ese hábito de ajardinar empieza, como dicen los budistas, por el propio jardín interior, por el jardín de la conciencia, por adoptar una actitud de cuidado, de desensimismamiento, de observación, de atender al mundo que nos rodea. Y esa curiosidad por el mundo al final es el humus fertilizante de una mente bien ajardinada. Se trata de una actitud que va más allá de tener o no tener jardín. Los huertos domésticos, los jardines y huertos de pueblo, los jardines históricos, los parques ornamentales y los más humildes jardines hechos con cuatro latas, todos requieren de una misma actitud de cuidado, de descentramiento, de pensar que las plantas son seres vivos y que implican un diálogo. Para cuidar de una planta tienes que entrar a dialogar con un ser que no se comunica contigo con palabras. Y este acto sencillo, que lo hemos visto tantas veces practicar a las abuelas, a mí me parece que es un acto esencial.

– ¿Por qué lo dice?

– Las plantas nos permiten establecer un diálogo con nosotros mismos, y cuando digo plantas me refiero lo mismo a un jardín, que a un huerto, que a un bosque, que a pasear por el campo.

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– Algo que no sienta nada mal en mitad de tanta preocupación.

– Estoy espantado. No hemos acabado de salir del túnel de la pandemia, estamos en medio de una crisis climática y nos hemos metido en una guerra de impredecibles consecuencias. Curioso: esos impulsos sádicos, destructivos, agresivos, que tiene el ser humano, en la jardinería encuentran una manera de sublimación. Al final, también se puede ver la jardinería como un sofisticado arte de la crueldad. Cuando todos esos impulsos no se subliman hacia el conocimiento y la creatividad, pueden hacer aflorar lo peor del ser humano. Estoy inquieto con todo esto, porque muchos de los fantasmas que creíamos que habíamos dejado atrás los tenemos delante. Hemos vuelto a las viejas encrucijadas y tenemos por delante un porvenir bastante sombrío.

– ¿Qué no hacemos bien?

– Cuando le preguntaban a Antístenes, un viejo filósofo de la escuela socrática que fundó la escuela cínica, que para qué servía la filosofía, decía rotundo que la filosofía le había enseñado a hablar consigo mismo. Creo que tendemos a acumular conocimientos, cosas, dinero, riquezas..., pero nos olvidamos de que la verdadera sabiduría tiene que ver con hablar con uno mismo, con conciliar ese conocimiento de uno mismo con la biofilia, con el respeto a la vida, y esto se nos olvida continuamente. Vivimos en una cultura individualista y consumista que no concede el valor que debería a esto.

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Alianza con la naturaleza

– ¿Qué considera apremiante?

– Estamos sometiéndonos a una prueba de fuego. Apremia restaurar la alianza con la naturaleza, porque a la emergencia climática se ha sumado la guerra y la crisis socioeconómica, y necesitamos nuevas narrativas, una nueva manera de mirar el planeta. Crear un nuevo relato en el que la gente entienda la necesidad de los sacrificios y las renuncias para revertir el deterioro de la biosfera, pero también unas relaciones sociolaborales que están muy degradadas, y crear un sentimiento de comunidad, de altruismo, en detrimento de lo que ha dominado en estos últimos años. Pero tampoco soy fatalista, la especie humana se ha enfrentado muchas veces incluso a desafíos medioambientales y ecológicos, algo de lo que a veces nos olvidamos, y ha salido siempre adelante gracias a su talento. No sabemos si el experimento de la naturaleza con el 'sapiens', con el animal humano, va a acabar en un ecocidio o en una nueva era ecológica. Estamos en un momento crucial.

– ¿Qué no deja de hacer?

– Ser curioso. Mi abuela me lo decía muchas veces, 'sé curioso, no te sientas culpable por serlo, es mejor preguntar mil veces que quedarte con un silencio dentro'. Y eso para mí ha sido una guía, una brújula interna.

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– ¿De qué está usted en camino?

– Concibo la vida como un experimento filosófico, me gusta retarme. Estoy en un camino de desapego, de ir hacia un desprendimiento, hacia tener cada vez menos necesidades. Son pocas las cosas que uno necesita y es muy importante reconocerlas. Estoy ahí, en ese viaje.

– ¿Qué cosas?

– Es muy importante tener amor, personas que te quieren y a las que tú quieres, y también lo es ser humilde, rebajar tus expectativas; tener actitud de miras pero expectativas bajas. La felicidad está aquí, al alcance de nuestra mano, si tenemos capacidad de crear magia con las cosas cotidianas, con lo que tenemos al alcance de la mano.

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