Distribuidas por las habitaciones y el patio hay piezas de diferentes épocas. «Ya ni me acuerdo», confiesa Elena Laverón mientras pasea entre ellas acariciándolas suavemente. ... Sincera y humilde. Como acostumbra la mujer que rompió los moldes del arte urbano pensando siempre a lo grande. La creadora, malagueña de adopción, traslada parte de las piezas que conserva en el jardín de su casa-estudio en Churriana a la vecina Casa Gerald Brenan. Un recorrido sencillo pero coqueto por cuatro décadas de producción (de los 60 a los 90) que muestra su doble faceta como escultora y pintora, y que simboliza el principio de lo que viene. «Ahora estoy otra vez resucitando», asegura con una sonrisa.
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Tras una «racha mala» de salud y con problemas de movilidad en un brazo que hacen imposible el modelado, Elena Laverón se vuelca ahora en la pintura, una disciplina que siempre le ha acompañado. «El dibujo es la levadura, de donde salen otras cosas», explica. Muchos de esos bocetos de futuras esculturas ocupan hasta el 26 de abril las paredes de la casa de Brenan, de propiedad municipal. En ellos explora el movimiento que caracteriza a sus obras –como esas bailarinas con posturas imposibles– y ensaya figuras que luego crecerán hasta las tres dimensiones y los varios metros de altura. «Aunque de esta nunca me ha salido ninguna escultura», comenta señalando uno de los papeles, con una estructura vertical rodeada de un círculo.
Pero Elena Laverón hace años que también pinta como un fin en sí mismo. Con unos cuantos trazos limpios compone una escena en 'Pareja en la playa' (1975) y sorprende con un picassiano dibujo en 'El pastor' (1964). «Es que Picasso me copiaba mucho», bromea la artista cuando se hace referencia al parecido con el pincel del genio malagueño. También le gusta hacer retratos de sus familiares, de sus amigos y conocidos. En la Casa Brenan se exponen, por ejemplo, el de su marido Aser Seara, ya fallecido, y su propio autorretrato de los años 70. «Me divierte hacerlos, y ahora los sigo haciendo». No es una mera afición. De su obra plástica han hablado autores como Mario Vargas Llosa, José Hierro, Rafael León y Rosario Camacho, entre otros.
La pintura, lo que ahora le ha devuelto las ganas de seguir creando, convive con naturalidad en la Casa Brenan con la escultura, lo que le dio la fama y el reconocimiento mundial. Además de sus conocidas obras en Málaga, donde fue una de las primeras 'artistas callejeras' con piezas emblemáticas como el 'Marengo' o el 'Monumento a los donantes', sus esculturas se reparten por Madrid, Massachusetts, Miami, Mulheim (Alemania), Torremolinos (Centro y la Nogalera), Nueva York (colección Museo Guggenheim), Toluca (México), Atlanta, París (en la sede de la Unesco), Suiza y Liechtenstein, entre otros lugares.
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En la Casa Brenan hay una selección de piezas que definen perfectamente su trayectoria, una carrera coherente, con un estilo bien definido de formas estilizadas y sugerentes que decoran el espacio y a la vez invitan a ocuparlo, a sentarse en esas figuras tumbadas o en los vacíos que siempre deja en sus diseños. Siempre siguiendo su propio camino: «Yo no he estado nunca de moda. Cuando se llevaba lo abstracto, yo hacía figurativo. Y al revés». Ahora en cambio, afirma, «se lleva todo».
Hay una 'Mujer recostada' de 1969 y otra del mismo título –siempre muy descriptivos– de catorce años después. Se aprecia la evolución hacia líneas más sinuosas, pero se reconoce la mano de la misma creadora en ambas. Una de ellas, tallada en arenisca, roza los 300 kilos de peso. Están 'Mujer de pie con ropaje' (1998) y 'Pareja cubista' (1975). Pero la que más impacta, por su puesta en escena, es la 'Familia de cuatro' que ocupa el estanque del patio de Gerald Brenan y se divisa desde la entrada de la casa.
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«No sabía que mi obra iba a quedar tan bien aquí, porque el espacio es complicado», reconoce Laverón, tras dar algunas indicaciones sobre los focos que iluminan el patio. Cuenta que no conoció a Brenan, pero ya había estado en este lugar, en esta casa, cuando aquí residía el también escultor Hamilton Reed Armstrong, ya fallecido. «Éramos amigos. Tenía su estudio allí», dice señalando una ventana con cierta nostalgia.
A sus 85 años, Elena Laverón transmite calma, consigo misma y con los demás. «No puedes contentar a todo el mundo, así que hay que hacer lo que a ti te guste y te parezca», concluye.
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