La pérdida surca cada página de 'Cuántos de los tuyos han muerto' (Candaya), el potente libro de relatos con el que Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, México, 1983) regresa a las librerías tras la fulgurante acogida de su novela 'Anatomía de la memoria' (Candaya, 2014), que le valió su inclusión en la antología 'México 20' con los escritores más sobresalientes de aquel país menores de 40 años. En plena gira andaluza, este doctor en Historia de la Ciencia presenta este jueves en la Librería Áncora de la capital (Plaza Uncibay, 9; a partir de las 19.00 horas) su nuevo libro, acompañado por el escritor malagueño Pablo Aranda.
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–¿Cómo surgen los relatos reunidos en 'Cuántos de los tuyos han muerto'?
-Estaba viviendo en Culiacán, mi ciudad. Había pasado más o menos un año de la muerte de mi madre y fue una especie de imposición, un momento de recapitular y de repensar ciertas cosas. Apareció el primer texto sobre la muerte de mi madre y a partir de ahí, todo lo demás y en un par de meses tenía los relatos listos en un primer borrador. No pensaba volver a escribir cuentos, me quería centrar en la novela, pero estas historias tenían esta forma, aparecieron así y tenía que escribirlas de esta manera.
–Habla de la forma. La sintaxis, incluso la gramática empleadas en el libro se salen de los cánones ortodoxos. ¿Qué le mueve a ese afán de experimentación también formal?
-Me interesa mucho tener un ritmo y una enunciación que vayan de acuerdo con la historia que se está contando y en este caso fue necesario partir la línea, partir los párrafos, romper un poco la sintaxis ortodoxa para lograr un ritmo y una respiración del relato y una forma de presentación física también que fuera acorde con esa ruptura del momento en el que están los personajes. Son momentos de quiebre y por tanto el lenguaje tiene que estar quebrado.
–Y en esos momentos de quiebre, ¿cuánto de exorcismo personal ha habido en la composición de estos relatos?
-Bastante. Quizá no en la concepción tradicional de haber escrito los relatos y haberse aliviado el asunto, si no en una posibilidad de continuación, de la escritura como una posibilidad de salir adelante y no estancarse. No tanto como un borrón y cuenta nueva como un abrir una puerta nueva.
–La muerte surge como hilo conductor de su libro. ¿Cómo cree que se filtra la relación de su país con la muerte en la manera en que aborda este asunto en sus textos?
-La tradición mexicana tiene una relación muy singular con la muerte. Hablando en términos culturales, el Día de Muertos es una celebración muy especial. Pese a la forma en que se llevan a cabo los ritos fúnebres en la actualidad, cuando hablamos de los tanatorios y las formalidades, aún hay una fuerte imbricación de la tradición. Pero además está la cercanía con la violencia. México es un país que tiene unos 200 años de antigüedad como país independiente de los cuales 150 han estado marcados por la violencia, si no los 200. Esa violencia siempre es un puente hacia la muerte, hacia la pérdida y hoy en día estamos en una situación con el narcotráfico y las mafias que nos hace ver muy de cerca la muerte.
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–¿Cree que determinados productos culturales, como la serie de televisión 'Narcos', han favorecido la banalización de ese escenario de violencia?
-Por una parte, la muerte en sí, desde la existencia de la estructura cinematográfica 'hollywoodiense', ya está banalizada. Una persona que hoy tenga 20 años ha podido ver 200 o 500 muertes; de ficción, pero las ha visto. Ya hay una banalización en ese sentido. Lo que creo que pasa con series como 'Narcos' y otras semejantes es la frivolización de la figura del criminal, la romantización de la figura del criminal, del 'narco' heroico y bueno, el bandido noble, como esa figura que requiere redención y que había que comprender mejor, mientras las víctimas siguen siendo sombras. En eso no estoy nada de acuerdo.
–Junto con la muerte, sus relatos parecen también cruzados por personajes sumidos en distintos tipos de soledad.
-Sí... Por citar una letra de una canción de José Alfredo Jiménez, 'Nacemos llorando y morimos llorando'. De alguna manera, los dos polos se tocan, pero claro, el nacimiento no tiene nuestra conciencia a la mano y la muerte sí. Ahí podemos establecer una relación de intimidad y de proximidad con el que muere, con el que padece la muerte de alguien próximo, de tal forma que sí que se establece una intimidad muy intensa, quizá donde se derriban ciertas barreras emocionales y sociales.
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–Por cerrar el círculo, al principio de esta conversación ha comentado que no tenía previsto volver al relato. ¿Ha sentido presión al ponerse a escribir después del éxito que acompañó a su novela 'Anatomía de la memoria'?
-Si me pongo a pensar en eso, la cosa va a ir mal. Prefiero no tenerlo en cuenta, pero además, los editores de Candaya son muy comprensivos y muy generosos y entendieron que era un libro de cuentos que yo necesitaba hacer. Soy lento para escribir novelas, ya llegará el momento en que la próxima esté terminada y se publique.
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