Ángel Gallardo
Domingo, 1 de octubre 2023, 00:08
Le preocupa mucho la coherencia. Por eso, hace ya tiempo, se alejó del sector del arte urbano y dejó de participar en eventos nacionales e ... internacionales. También por eso, el año pasado, decidió borrar todas las intervenciones que había venido realizando en Málaga durante esta última etapa. D. Dreucol es aquel artista al que multaron y que vendió la multa para poder pagarla, ese que empapeló la ciudad de carteles con la frase «No al graffiti» que al retirarse revelaban su firma estampada en la pared. Es el artífice anónimo de aquellos viejos barbudos y semidesnudos que inundaron las calles allá por 2015, aunque esa serie ya no lo represente. Dreucol es el creador que, sorteando las contradicciones, ha hecho desaparecer sus propios murales dejando su huella en forma de estéticos huecos por las paredes del Distrito Centro.
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Aún es joven, pero su camino hasta este punto ha sido largo y su transformación, constante. Tenía unos doce años cuando olió por primera vez la pintura en aerosol. Lo que más le gustaba del grafiti no eran las piezas ni los estilos, sino todo lo que había alrededor. Salir a firmar de noche, explorar la ciudad en su momento más íntimo, moverse por barrios que no eran el suyo. Túneles. Fábricas abandonadas. Adrenalina. Sobre todo, adrenalina. Aunque en una dosis menor que la de quien se atrevía con los trenes. «Lo que pintabas era lo de menos, lo interesante era la misión», evoca el artista sentado sobre el respaldo de un banco del parque Alfonso XII, a unos metros del Santuario de la Victoria.
Para Dreucol, «el grafiti hay que entenderlo como un juego, no como arte» —y dice juego con la gravedad con que lo hacen los niños—. Pero se cansó pronto de jugar siempre a lo mismo. Terminó aburrido de esa testosterona común entre los escritores y de los mismos estilos importados de Nueva York. Había poco margen para la creatividad. «El grafiti es pintar letras. Incluso si hacía un muñeco ya era algo raro», cuenta. Trataba de desmarcarse sin salirse del todo, pero no era suficiente. Y aquella necesidad de expresarse más allá del grafiti, potenciada por su ingreso en Bellas Artes, lo llevó a explorar otros lenguajes.
No tardó mucho en llamar la atención de cierto sector del arte urbano. «Entonces es cuando entras en la rueda», explica rememorando aquella etapa. «Te empiezas a ir de viaje a un montón de sitios. No tienes un duro, pero te pagan el hotel y te das con un canto en los dientes. Te sientes como un 'rockstar'». Pero las contradicciones se le empezaban a hacer insoportables: «Son los gobiernos los que impulsan este tipo de festivales», puntualiza. «La gran mayoría de murales de gran formato no cuestionan nada. Lo único que hacen es, como se dice descaradamente en muchos sitios, decorar. Han desprovisto al arte urbano de toda capacidad crítica».
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No tardó más de dos años en salir de la rueda. En 2018 decidió reinventarse y apostar por lo local, con piezas más irónicas, más satíricas, más libres y, sobre todo, más consecuentes. «Pasaron de llamarme para pintar en festivales a llamarme para hablar de lo que pinto», cuenta Dreucol orgulloso. Pero el año pasado detectó algo que tampoco le terminaba de encajar. Pudo haber seguido la inercia y haber continuado con aquello, pero optó por detenerse, borrar y pensar.
«Borré mi obra porque no estaba siendo comprendida», explica el artista. «Es el sentimiento de estar haciendo algo en el lugar equivocado». Para él, el auto borrado es un proyecto en sí mismo, un gesto con una intención artística y, por tanto, también crítica. El motivo, nuevamente, es guardar la coherencia. «Yo planteaba esas piezas como vecino del centro de Málaga, con una intención muy localista», cuenta. Pero, cuando salía temprano a pintar, Dreucol se encontraba con pocos vecinos y demasiados turistas. En una ocasión, recuerda, le llegaron a ofrecer limosna mientras intervenía una pared. «Con todo mi respeto a los artistas de la calle, fue una cosa realmente impactante», reconoce. El rumbo que está tomando la capital estaba empezando a fagocitar su obra. Lo sintetiza en un texto que publicó en explicación al borrado:
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«Hoy, aquí, como en tantas otras ciudades, casi todo es instrumentalizado para fines turísticos, para extraer, en definitiva, un rendimiento económico a costa —y no en cooperación— del otro [...]. A pesar de tratar de escapar de un muralismo complaciente, el monstruo en el que se ha convertido el modelo de mercado de la ciudad neoliberal ha provocado que considere que este tipo de acciones no sean ya efectivas para mis motivaciones».
Huelga aclarar que Dreucol no está contento con la dirección en que la ciudad se está desarrollando. «Cuando uno critica duramente sus políticas, lo que se encuentra suele ser la respuesta de '¿y qué preferías, la Málaga de los 80 con el centro lleno de yonquis?'. Porque estas personas ni siquiera se plantean que haya otra alternativa», explica indignado el artista. «Es consecuencia de vivir en una sociedad en la que el pensamiento crítico está incluso mal visto». No obstante, reconoce que está percibiendo un cambio en la percepción generalizada acerca de la gestión de la capital: «Gente que hace diez años te decía 'Málaga solo va a mejor y está muy bonita', hoy ya te dice 'he intentado ir a un restaurante del centro, pero no se puede porque está todo lleno de guiris' o 'quiero que mi hijo estudie en Málaga, pero no puedo pagarle una habitación porque vale un dineral'».
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Durante los últimos meses, ha estado trabajando en 'Tapicería Juan Luis', una exposición sobre la historia de un antiguo tapicero del barrio de El Molinillo al que conoció justo después del borrado. Pero no ha abandonado los murales. Ahora se encuentra buscando otro modo de enfocarlo, uno más congruente con el espacio que intervenga. «Me gustaría volver y está en mi cabeza hacerlo», asegura Dreucol, aquel artista que pintó en un cierre metálico del centro un letrero que rezaba «No pintar la persiana». El que coloreó un metro cuadrado de suelo de La Malagueta y otro de La Palmilla y puso en venta los lienzos, idénticos, a una diferencia de precio de más de 3.000 euros. Ese que ha borrado su obra dejando todos esos huecos en las paredes del centro.
Y mañana volverá a salir.
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