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Del dictador colgado al compositor alucinado
Albas y ocasos ·
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Tal día como hoy nacía Benito Mussolini y moría Robert Schumann, que renunció al virtuosismo y se lanzó a componer como si no hubiera un mañana sinfónicomaría teresa lezcano
Domingo, 29 de julio 2018
Tal día como hoy nacía Benito Mussolini, quien, ya propagandísticamente apelado Duce, la liaría parda tirando a negra, y moría Robert Schumann, que tras la anquilosis de su dedo anular derecho renunció al virtuosismo y se lanzó a componer como si no hubiera un mañana sinfónico.
Veintinueve de julio de 1883, Dovia di Predappio. Nace Benito Almilcare Andrea Mussolini, quien, ya propagandísticamente apelado Duce, la liaría parda tirando a negra. Después de haber, no sólo coqueteado sino también intimado con el socialismo militante y con el sindicalismo revolucionario, Benito se levantó un buen día y, tras atribuir las nauseas matutinas a una mala digestión mortadelera, se asombró: «pero si de lo que padezco es de fascismo en fase ebullitiva», y comprobado el autodiagnóstico creando el movimiento de Camisas Negras represor de todo lo reprimible, allá que se fue a reivindicar cada uno de sus pronósticos: hoy envío a mis escuadras de disuasión, voluntarias ma non troppo, a sacudir las hordas de huelguistas que me están afeando la conducta y el imperio; mañana me confiero plenos poderes con mis estatutos del Gran Consejo del Fascismo y, aprovechando que el Asopo discurre por las Islas Jónicas, voy e invado Corfù; pasado les siso a los yugoslavos la ciudad de Fiume porque como a orillas del Adriático no se está en ningún sitio; la semana siguiente me anexiono Albania para que nunca falte en mi mesa un cordero asado con yogur ni una buena birra tirana (¡!); el mes entrante me peleo un poco con mi colega führer, pero nos reconciliamos y, después de apoyarle entusiásticamente para que ocupe Austria como residencia vacacional, me paso la opinión de la Sociedad de las Naciones por el forro del Tratado de Versalles y me voy a apalizar un poco a los etíopes que pretenden agenciarse mi parte de Somalia.
Durante el reposo del guerrero me propongo a mí mismo para el Premio Nobel de la Paz, pero los suecos se hacen los ídems y me acuerdo de todos sus muertos vikingos y, si bien no invado Estocolmo porque me coge a trasmano, para vengarme me pongo por montera la Convención de Ginebra y me voy a freír a los partisanos a armas químicas y biológicas… Claro que los supervivientes me devolverán la broma cuando, tras mi derrota coprotagonizada con Herr Adolf, me fusilaron y me colgaron como a un prosciutto di Parma. Arrivederci.
Veintisiete años antes del nacimiento boloñés de Mussolini, moría en Bonn Robert Schumann, considerado como uno de los más grandes y representativos compositores del Romanticismo musical. Admirador del violinista Niccolò Paganini y del pianista Franz Liszt, Schumann se dedicó a perfeccionar su técnica de teclado y para tal fin inventó un artilugio con el cual conseguiría más control y agilidad en el dedo anular de su mano derecha aunque, cuando liberó su diestra del artefacto, el cuarto apéndice dactilar le había quedado más inservible que un miembro fantasma y, habida cuenta que ya no podría convertirse en un virtuoso del piano, se puso a componer como si no hubiera un mañana sinfónico.
No faltan las versiones que atribuyen la irreversible anquilosis digital, no al artilugio supuestamente virtuosador sino a la tóxica medicación a base de mercurio para tratar la sífilis – vocablo proveniente del griego siph, que significa cerdo y de philus, definición del amor, sin comentarios –, cuyas fumigaciones gaseosas tenían efectos secundarios que superaban, tanto física como mentalmente a los síntomas de la enfermedad en sí, si bien en cuanto respecta a los desvaríos neuronales parece verificada la anterioridad de los delirios al contagio bacteriano, cobrando cada vez más adeptos la hipótesis de un trastorno bipolar que la época, harto romántica respecto de los sentimientos aunque facultativamente más ignorante que una sanguijuela, calificaba como locura de cabra montesa.
El caso fue que Schumann se arrojó a la composición sin dedo anular derecho aunque con una sobredosis de mercurio exudada a través de los poros y de las corcheas y, tras cada remontada de la fase depresiva exaltó sus cumbres maníacas con Humorescas, Piezas Fantásticas y dramáticas Kreislerianas dedicadas a Chopin. Después llegarían las alucinaciones con ángeles y las visiones demoníacas, y el intento de suicidarse lanzándose, para evitar el prohijamiento de una epidemia de cólera (no de violento enfado sino de una bacteriana familia de vibrio cholerae) que pasaba por Renania, al Rin de cuyas aguas tirando a gélidas fue rescatado para su confinamiento en un sanatorio mental donde le finiquitaron el romanticismo los omnipresentes tentáculos sifilíticos camuflados de colapso neurocirculatorio. Como dijo el propio Schumann: «entre las teclas blancas y las negras me quedo con las negras… siempre han tenido mejor ritmo y mejores caderas». Danke shön.
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