No paran de subir y bajar camiones desde las ocho de la mañana hasta mitad de la tarde. Retumba en el aire el sonido brusco de los frenos al doblar las curvas cerradas que contemplo desde casa. Cuando llegan arriba cargan la tierra con todo ... lo que lleva consigo y después la transportan hacía un lugar desconocido. Los oigo todos los días desde hace semanas. El ruido de los motores me provoca una mezcla de dolor y profunda tristeza. La montaña que tanto me gusta y que me ha acompañado durante años se aleja poco a poco de mi lado. La mudanza de tierra y sentimientos me deja herido por dentro. Yo vine aquí porque me sedujo la vida que ahora está condenada a muerte. La ilusión se desmorona, se va quedando vacía. He visto desaparecer otras montañas casi de la noche a la mañana, he sido testigo involuntario de otras matanzas. Camiones que subían sin carga y bajaban repletos de despojos. La historia se repite. Nadie los detiene. Los conductores se cruzan unos con otros, ni siquiera se miran, como si tuvieran prisa por quitarlo todo de en medio para eliminar las pruebas del delito. Las secuelas del crimen. El cuento del progreso es su coartada perfecta. Delante de casa hay un bache en la calzada que origina un duro golpe que acucia todavía más el dolor. La pesadilla no descansa ni siquiera por la noche, el eco del traslado angustioso de la montaña permanece en el sueño.
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He cerrado las puertas y también he bajado las persianas, pero el sonido infernal no se apaga. El ruido traspasa las paredes de casa y atenta con prolongarse en el tiempo hasta que no quede rastro de la montaña. Los camiones fúnebres son de colores vivos: azul, naranja, amarillo y verde. Los mismos cuatro camiones se cruzan entre sí constantemente, lo que quiere decir que el cementerio está cerca. ¿Cómo se entierran las montañas? Por un instante, encuentro consuelo en los versos de la poeta venezolana María Auxiliadora Álvarez: «El derrumbe nos ha dado una nueva montaña». Pero de inmediato vuelve la pertinaz y desalmada caravana de escombros. No va nadie en la comitiva. No hay cortejo fúnebre.
Cae la tarde y vuelve el silencio. Me asomo al vacío de la ausencia que ha dejado la montaña. No quiero imaginar lo que vendrá cuando todo se acabe. La amenaza fantasma se yergue sobre todos nosotros. Hoy se me ha ocurrido esperar mañana al camión cuando baje de vuelta y seguirlo con el coche hasta el cementerio. Tal vez entonces renazca la esperanza, aunque enseguida abandono la idea porque desgraciadamente es imposible que la bella metáfora del derrumbe se cumpla en este lugar. La montaña que tanto me gustaba ya no existe y la tierra sólo sirve para ocultar el crimen.
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