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De niño pasó una «larga temporada» en el hospital. Allí aprendió -todo lo que puede aprender un niño sobre semejantes asuntos- a convivir con el dolor, con la soledad y el miedo. Y aunque no estaba permitido, consiguió reunir una pequeña colección de insectos, animales, minerales, plantas y otros objetos insignificantes. Cuando estaba a solas, los clasificaba, los contaba, jugaba con ellos. Fue su terapia. «Lo lúdico fue -y lo es aún- mi medicina», afirma el artista malagueño David Escalona, autor de una obra tan sutil como potente en torno a ideas como la enfermedad, la convalecencia y la ausencia.
Escalona sigue fiel a los asuntos que cruzan su producción desde sus primeros proyectos para brindar una nueva y sugerente vuelta de tuerca en 'Cold fever', la exposición que acaba de inaugurar en el antiguo Hospital de Bethania, convertido en prestigioso centro cultural en Berlín. «No intento descubrir e imponer verdades, sino crear ficciones y sugerir la participación en ellas mientras duren. Ya lo advirtió Platón, el artista es un mentiroso, pues participa de todo lo que, precisamente, no es. Para mí las obras de arte son más bien artefactos que comunican al espectador realidades sumamente complejas, sacuden nuestras certezas y nos invitan a la reflexión», ofrece Escalona.
Una reflexión que el artista plantea a partir de instalaciones escultóricas de apariencia frágil, pero con una poderosa carga de profundidad. Una obra vista en espacios como el CAC Málaga, el Centro Conde Duque de Madrid, la Galería Isabel Hurley y la Copperfield Gallery de Londres y que hacen de Escalona un autor de propuesta impecable y sólida. Y si en el pasado Escalona (Málaga, 1981) se ha valido del pan, de los animales disecados y del yeso para abordar su permanente reflexión sobre la fragilidad de la existencia, en 'Cold fever' añade otro vehículo. O mejor, su apariencia: la nieve.
«Todo comenzó con una serie de impresiones puramente corporales o afectivas. Paseé durante días alrededor del imponente edificio del antiguo hospital Bethanien», recuerda Escalona en la conversación con el profesor Daniel Lesmes que figura en el catálogo de la exposición. Y añade: «La nieve no es para mí algo habitual, y allí estaba yo, rodeado de nieve. Quizá lo más importante fue la sensación de frío que, como agujas, parecía clavárseme en la punta de los dedos, rígidos y azulados. Entonces recordé el cuerpo de Robert Walser, su cadáver hundido en la nieve a lo lejos y que no llegamos a reconocer. Me vino a la cabeza el rastro de huellas que dejó como un animal herido antes de caer desplomado en los alrededores de clínica psiquiátrica en la que estuvo ingresado los últimos años de su vida».
Y a partir de esa imagen, Escalona levanta un proyecto que tiende puentes con otros anteriores como 'Y si no hubiese enemigo' (2017), 'Para qué quiero pies' (2015), 'Donde mueren los pájaros' (2014) y 'Lo pactado' (2013) para, acto seguido, ir un paso más allá. Porque ahí están las aves pasadas por la taxidermia, las camas hospitalarias, los tiradores de esgrima detenidos ya familiares para quien conozca su obra, a los que ahora se unen los pájaros y la camisas de nieve, goteando hasta su desaparición.
Porque Escalona no hace obras de arte, hace metáforas, visuales y conceptuales. Porque, como él mismo concluye, «hay metáforas que, a ciertas dosis, pueden sanar a un paciente, ayudarle a pasar las noches más duras de su vida, por medio de la creación de algo constructivo y vital». Porque el arte quizá no sana, pero sí consuela.
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