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Comenzó a hacer grafitis inspirado por las obras que veía en las vías del tren durante sus frecuentes viajes a Málaga, pero Darko ha trascendido aquella primera dedicación para convertirse en una de las figuras más respetadas del arte urbano en España. Autodidacta, ha exhibido su obra en galerías y exposiciones colectivas en museos como Matadero Madrid, CAC Málaga, Neurotitan (Berlín) o Fundación Cini (Venecia), además de pintar murales en el Museo Ruso y el Centro Pompidou y aceptar encargos en espacios como el Hotel Higuerón. Hace casi una década dio un giro hacia la abstracción, explorando tanto la geometría en su serie 'Circles' como una expresión más gestual en 'Estratos'. Su constante vocación de transformación lo ha llevado a investigar nuevos soportes y técnicas, aunque su faceta más desconocida es su compromiso con la educación; suele impartir talleres y charlas sobre arte urbano a niños y adolescentes. Sus obras están presentes en colecciones privadas en España, Reino Unido o Alemania y han sido reseñadas en numerosas críticas de diferentes publicaciones nacionales. Será uno de los ocho artistas que participen el próximo 10 de abril en 'Rebelion en la Fábrica', la primera exposición efímera de artistas malagueños que organiza el Aula de Cultura de SUR en la Fábrica de Cervezas Victoria, con el patrocinio de Cervezas Victoria y Fundación Unicaja (entrada libre previa inscripción en forossur@diariosur.es).
-En realidad, tu obra siempre ha estado vinculada con lo efímero.
-Desde siempre, sí. Todo lo que hago en la naturaleza, desde mi época con los primeros grafitis, es efímero. Los murales están expuestos a que alguien los tape, a la salinidad, a cualquier cosa. Y eso me parece importante porque conecta con la humildad del artista. Lo demás es demasiado ambicioso, eso de querer perdurar en el tiempo, que tu obra te sobreviva... Es demasiado clásico, un ego artístico muy ortodoxo.
-Pero tú siempre has estado entre dos mundos, ¿no? Lo underground y el mainstream.
-Sí, siempre me veo entre dos aguas. Soy un artista urbano para la gente que viene del grafiti y un grafitero para la gente del mundo del arte. Pero no tengo ningún tipo de apego a mi obra. Disfruto del proceso.
-Te enfrentas a la obra sabiendo ya que tendrá una fecha de caducidad.
-Claro. Recuerdo que cuando empecé me preocupaba no usar colores que se desvanecen con más facilidad, como el amarillo o los flúor, pero he aprendido que el arte es como la vida: se va perdiendo. Cada día es un día menos de vida. Pasa también con los clásicos, que hay que restaurar. Pero en realidad todo va muriendo. También nos pasa a nosotros mismos: te vas a pintar un muro, terminas por la tarde, ya los colores no están iguales, tú no tienes el mismo fondo físico, no te encuentras igual...
-¿Cuál fue el detonante para que comenzaras en la abstracción?
-La serie de animales funcionó muy bien, pero acabé aburriéndome. Fue entonces cuando empecé con la abstracción, que por otro lado es el lenguaje que más tiempo está perdurando en mi obra.
-Aunque se te sigue asociando al grafiti.
-Sí, quizá también porque se asocia la técnica del spray al grafiti.
-¿Te molesta?
-No, no. Creo además que el grafiti es una actitud: do yourself, no tener permiso... Y esa actitud la voy a conservar siempre. Cuando intento pintar y no puedo, me busco la forma de hacerlo.
-Una actitud. Como el rock.
-Eso es. Un tío puede cantar folk, o hasta una balada, y tener una actitud brutal. Incluso cuando hago una intervención en la naturaleza, que utilizo cuerda o cinta adhesiva o pego un poste, para mí lo fundamental, la seña de identidad, sigue siendo la actitud.
-¿Y cómo lleva los encargos un tío tan honesto como tú?
-Sinceramente, estuve dieciséis años trabajando en un centro comercial. Compaginaba ese trabajo con intervenciones en el Pompidou o el Museo Ruso. Y hace cuatro años lo dejé y me hice autónomo. Empecé a aceptar encargos, pero ahora puedo permitirme hacer solo aquello que se ajusta a mi estilo. Y si me piden algo que no tiene que ver con lo mío, no sé, un jarrón por ejemplo, pues intento llevarlo a mi campo. Por ejemplo, en el Higuerón, o siempre que me llaman para pintar algún encargo, me llaman porque han visto mi estilo. En general, la gente que me llama ya sabe qué hago y cómo lo hago, que trabajo abstracciones geométricas, por ejemplo..
-¿Sigues yendo en Cercanías?
-Sí, y sigo viendo mis obras, aunque algunas estén ya tapadas.
-¿Y qué recuerdos te traen?
-Bonitos. Al principio pintaba por donde me movía: las playas, el campo, la distancia que recorría el Cercanías... No me veo tan diferente, la verdad. Hablo de otro tipo de cosas y tengo otros lenguajes, pero sinceramente creo que no he cambiado mucho.
-¿Qué le dirías a aquel chaval que pintaba desde la perspectiva del artista maduro que eres ahora?
-No se creería que acabaría viviendo de esto, la verdad. Pensaba que me jubilaría vendiendo zapatillas. No le diría gran cosa. Quizá: sigue pintando y disfrutando. Porque al principio me fustigaba bastante, me comparaba con los grafitis que veía en las revistas y a mí me salían con chorretones y pensaba que se me daba mal.
-¿Y cómo se remonta esa autoestima cuando empiezas pensando que lo haces tan mal?
-Es que antes apenas había formación. Ahora yo mismo doy talleres, pero antes la única manera de aprender era comprar sprays e irte a hacer grafitis a la calle. Y era algo medio clandestino: si hacías algún deporte, no sé, fútbol o baloncesto, tus padres iban a verte. ¿Pero pintando grafitis? Mi propio padre me confiscó muchos botes de spray. Estaba muy mal visto. Ahora es mucho más respetado. La gente entiende que es algo que ayuda a muchos chavales. A mí mismo me sirvió para remontar.
-¿Sí?
-Sí. La pintura nunca me ha abandonado. Siempre ha estado ahí en cada crisis, cada vez que me he roto. Y me encanta que sea la vía de escape de muchos chavales ahora: se hacen un bocata, se compran una lata y se van a echar el día pintando.
-Pero es un arte que también permite socializar, ¿no?
-Sí, por un lado es un arte muy solitario y, por otro, permite crear una red que te sostiene.
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