![Cura de silencio](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202101/02/media/web-crucedevias_1enero-2.jpg)
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He pasado el fin de año con mi pareja en lugares tan distantes que escapan a los mapas. Hoy día 2 continuamos el viaje que iniciamos sólo escuchar las doce campanadas. Nos levantamos por la mañana temprano y sin movernos de casa planeamos sobre el mantel con la escala del mundo. Un vuelo sin motor, sin ruido, sin distancias. Desde la altura observamos el hormiguero de las ciudades: México, Nueva Delhi, El Cairo; un ir y venir de vidas minúsculas. Las ciudades tienen sentido porque hacen más soportable la soledad. Después del desayuno nos asomamos a la terraza y divisamos la silueta de África en el horizonte. Hace años tracé una línea recta desde mi casa hasta el lugar que había justo enfrente, al otro lado del mar, apunté el nombre del pueblo y fui a visitarlo. Cuando llegué los nativos me miraban extrañados. No se explicaban qué pintaba un turista en un lugar inhóspito sin el menor atractivo para nadie excepto para los traficantes de droga. Fui a la playa y perseguí con la mirada la línea recta en sentido contrario hasta llegar a mi casa. Vi lo cercanos que pueden estar los horizontes.
Ignoro el tiempo que pasaremos yendo de un extremo a otro de la esfera terrestre, dando vueltas y más vueltas como he hecho siempre, aunque ahora más que nunca. Me gusta llevar la contraria y defender las causas perdidas, por eso no paro de viajar con la imaginación. Aterrizo como una flecha en los corazones rotos y solitarios de las ciudades. Me instalo en hoteles que están en las nubes. Pienso que la mente se reduce al margen de conocimiento que se agolpa en el interior. Hago memoria de las cosas que he aprendido en los distintos vuelos realizados a lo largo de los años. Me acuerdo de los grandes sabios que conocieron el mundo sin moverse del sitio donde nacieron. La misma ventana, el mismo trozo de cielo, y sin embargo cada día descubrían algo nuevo reflejado al otro lado del cristal. Me dedico a recoger los magníficos regalos que ellos me ofrecen y que representan pequeños instantes de sus pensamientos.
Un amigo dice que a partir de los sesenta años deberíamos retirarnos a vivir en la naturaleza. Me complace la idea. Ahora pienso instalarme en un lugar todavía más apartado de la gran corriente de la vida, en realidad ese ha sido el común denominador de todos mis hogares. Una existencia monacal compartida con almas gemelas, un paseo por el claustro del universo. Siempre vienen bien las curas de silencio. Mi amigo añade que a medida que uno se hace viejo se muestra más sensible al valor de cada cálido pensamiento de los demás y en 2021 este sentimiento cobra aun mayor fuerza teniendo en cuenta lo que hemos dejado atrás sin querer.
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