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BARQUERITO
Sábado, 30 de junio 2018, 00:19
El toro de Cuvillo con el que volvió José Tomás a torear de luces y en público fue de pasta flora. El tronco cilíndrico de aire Osborne y muy buen compás. Dos estrellones en sendos remates antes de que entrara en escena José Tomás. Con su compás inmaculado, su serenidad absoluta, su encaje de plantas y talones, sus brazos sueltos. Y sus manos de seda curtida. A pies juntos, dos lances de prueba, y tras ellos, seis a pies juntos, mínimo el vuelo, ganando terreno hasta los medios, y el remate cumplido de media a pies juntos con revolera. La ovación fue en cascada, de lance en lance.
Un galleo de siete lances todavía y otra revolera. Un puyazo tomó fijo y entregado el toro. José Tomás quitó ahora para sorpresa de todos: quite mixto, mandil, talaverana, navarra y serpentina. La navarra fue de perfección rarísima. Un recital de toreo de capa. Siguió otro de muleta, en faena escalonada y graduada, de precisión exquisita y más abundante todavía que el concierto de toreo de capa a figura posada.
Siete tandas, espaciadas como convino, sin exigir al toro con la diestra tanto como con la zurda. Llamó la atención un recurso no habitual: el muletazo cobrado con las vueltas, el pase de las flores invertido -una genialidad- y hasta el cambiado por la espalda intercalado que Roca Rey ha puesto tan en boga. La misma temeridad, pero otro el asiento. Sí entró en cálculos la ligazón del farol con el de pecho, una vez y a tiempo, el toreo a pies juntos y a suerte cargada sobre los talones, y los estatuarios, que precedieron a la igualada. Un gran ataque con la espada, ligeramente desprendida la estocada.
De Cuvillo los tres toros del programa de José Tomás. De Jandilla los tres de Perera, y el primero de ellos, bien rematado, un punto brusco, guerrero en el caballo. Perera se lució en un quite por tafalleras en los medios. Hubo que sujetar al toro, que galopó y arreó en banderillas de brava manera. Espoleado por la faena de José Tomás, Perera no ahorró esfuerzo. Apertura con muletazos genuflexos por alto muy mandones y bien cosidos en ovillo. Del toreo de trenza iba a haber a final de faena un derroche. Perera encajado entre pitones, sacando brazo y engaño por huecos invisibles y asustando mucho a la gente. El toreo de siempre, ajustado y consentidor, solo se atuvo al ritmo propio del toro. Ligar dos veces el natural con el de pecho puro fue mérito mayor.
Colorado, serio, bien hecho, el tercero pareció de la colección de Cuvillo. Galopó, sí, pero empezó a soltarse enseguida y solo dejó a José Tomás pegar lances sueltos. Una madeja de siete, dos chicuelinas entre ellos, y dos cobrados con las bambas y una media verónica monumental. Suelto de un puyazo peleado, el toro buscó querencia de tablas ya entonces. Fue su norma de conducta. José Tomás decidió quitar por gaoneras, dando distancia, sin apenas volar el capote y sin poder tampoco ligar más de dos, porque el toro se iba. Hasta la séptima, que fue soberbia, y a favor de querencia, una brionesa de remate tirada a pulso. Incorregible la gana de huir del toro. Por varios sitios lo buscó José Tomás. Sin éxito. Un arreón de última hora estuvo a punto de arrollar a José Tomás, que al ir a cambiar de espada le había perdido la cara.
Después de la larga merienda llegó la sorpresa mayo: el indulto del segundo de los jandilla, 'Libélula', negro zaino, en el tipo propio del juampedro original, cuajado y en peso. Fue toro de fijeza, prontitud, entrega y nobleza excepcionales. El final fue de una docilidad insuperable. Perera vivió su momento más feliz de la temporada, pues, aupado a un cartel de excepción, vino a dar con el toro y la tecla. De capa y de muleta en faena extraordinariamente profusa, tandas enroscadas de las de seis o siete y el de remate, por una mano y la otra, las cuatro primeras espaciadas en pausas excesivas, después de las cuales volvía Perera al ataque, la muleta por abajo, el trazo largo, las tandas rehiladas, compás abierto, ligeramente descargada la suerte para abrir el toro y siempre feliz el remate. Cuando el toro llevaba sus tres docenas de muletazos encima, pareció pedir árnica, o sea, la espada. Perera decidió seguir, enredarse en un triple circular y apostar por los péndulos en zona cero. La obediencia del toro casi a cordel conmovió a la gente, cundió la petición de indulto y cedió el palco después de pensárselo.
Tras el clamor del indulto no parecía sencillo revolver todavía el ambiente, pero eso hizo José Tomás. Con un toro de Cuvillo más encastado o picante que cualquiera de los dos previos. Díscolo en la brega de banderillas, estaba por ver el aire del toro cuando José Tomás se fue a los medios y lo hizo por estatuarios, cinco impecables, el natural y el molinete. Preámbulo de fiesta de gran calado, de espartana pero diamantina sobriedad, formidable al torear José Tomás con la zurda a partir de una tanda cuarta de ligazón exquisita, ejemplo de maestría de los tiempos del pase. Una caricia tras otra, encarecidas por el riesgo tomado. Antes de la igualada, una tanda de frente por alto, la sedicente manoletina, y poco claras las ideas con la espada. Obligaron a José Tomás a dar una vuelta al ruedo apoteósica.
Perera le brindó a José Tomás la muerte del sexto, la ovación fue de trueno y pasó que el toro de Jandilla no fue carne ni pescado, bueno pero poco ganoso, apagadito. Dócil también, pero poco más. A pies juntos Perera firmó momentos brillantes con el capote y en el arranque de faena. Y se jugó el pellejo en un quite por saltilleras de ajuste extraordinario.
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