Secciones
Servicios
Destacamos
antonio garrido
Jueves, 18 de abril 2019, 02:23
(Este artículo fue escrito por el profesor Garrido Moraga para SUR en junio de 2017)
No me resulta fácil atenerme a la preceptiva de un texto que tiene que tener mucho de académico cuando la cálida amistad, las muchas conversaciones, el disfrute de su ... agudeza y los recuerdos me inclinan más a hacer una melancólica evocación del hombre y del poeta pero es justo atenerse al título propuesto.
En la naciente Facultad de Comunicación dirigí la primera tesis doctoral que en ella se defendió y quise que tuviera como tema de análisis la extraordinaria producción de artículos de prensa de Alcántara. No se disponía apenas de bibliografía y hoy es una satisfacción comprobar que el horizonte investigador se ha ampliado sobre él y sobre otros – también dirigí una tesis sobre los artículos de Francisco Umbral– , y lo que más me interesa, sobre este tipo de textos periodísticos que podemos llamar género, aunque no es cuestión de entrar en discusiones bizantinas.
Durante décadas se ha enseñado a los futuros periodistas que existen dos grandes universos textuales que nacen del elemento común: la noticia. Los textos de información y los textos de opinión. Ambos se vinculan con dos conceptos: la objetividad y la subjetividad. En el primer caso, se trata de narrar los hechos como se han producido y nada más. En el segundo el autor es libre de expresar su criterio personal. ¡Qué cómodas son las distinciones teóricas y que erradas!
Ni siquiera en los tiempos en que se aceptaba esta distinción se podía sostener en la práctica. La simple elección de un adjetivo para calificar una noticia ya supone una opinión. A un accidente se le puede aplicar: terrible, tremendo, espantoso, dramático, trágico, fatal y así hasta agotar el diccionario de sinónimos. No existe la objetivas, existen grados y matices, que se manifiestan en la elección de los elementos del lenguaje que se aplican. A partir de aquí me moveré en el campo de batalla en el que Alcántara salía siempre victorioso, en el uso del idioma, clave del estilo, y clave del mundo que el sistema crea, sutil equilibrio entre ensayo y lirismo poético.
En muchas ocasiones, no siempre desde luego, la consulta del diccionario de la Real Academia Española no resuelve las dudas sobre los significados de las palabras. En la acepción cuarta del sustantivo 'artículo' se lee: «Cada uno de los escritos de mayor extensión que se insertan en los periódicos u otras publicaciones análogas». Cuando vamos a la realidad la definición es inadecuada. ¿Qué cantidad de extensión se acoge en 'mayor'? Si encaminamos nuestra pesquisa a 'columna' nos informa que: «En una publicación periódica, artículo de un colaborador o redactor que aparece de forma regular y frecuente en un espacio fijo».
Según lo anterior, Manuel Alcántara, poeta y periodista, el orden de las palabras está plenamente justificado como demostraré, es el más importante de los columnistas de prensa en lengua española dentro de una clase de textos que se define como artículo literario. Su extraordinario currículo así lo muestra, sus premios y, lo más importante, el asentimiento de sus iguales y el reconocimiento de sus lectores. Es un lugar frecuentado el afirmar que muchos empiezan a leer el periódico por su columna, escrita en una máquina ya arqueológica, que hay que conservar, y que sumaba día a día una cifra de textos que se cuenta por miles.
El calificar la palabra artículo o columna supone una restricción a la amplitud del significado –función propia del adjetivo–, y literario nos lleva a otro universo, el de la libertad creadora, el territorio sin límites, nos lleva a la espiral infinita de Borges, al que conoció, del que aprendió y al que tanto admiraba.
Un dato desconocido absolutamente pero muy relevante es el que sigue. Borges, entre 1936 y 1939, escribió artículos para la revista bonaerense 'El hogar' que aparecía cada semana y tenía como destinatario al público femenino. Estos artículos son en su mayoría críticas de libros y hasta breves biografías de escritores, fueron reunidos en un volumen y Alcántara los leyó y releyó, los anotó porque en estos textos, me decía, aprendía mucho. Tengo el honor de que me regalara el volumen con una dedicatoria de la que destacaré: «… este libro bien leído, con el abrazo del que fue su firme amigo».
La presencia del argentino en el estilo del malagueño es clara y querida por este. Dos columnistas geniales con un punto común: la noticia que es el núcleo, a veces, difuso, para hacer literatura, de la mejor. Cuando digo difuso, me refiero a que queda en la niebla del segundo término ante el empuje de la creación; es decir, del eminente uso del idioma que reclamaba Lázaro Carreter, del valor autónomo de la palabra y, por lo tanto, del texto que demandaba Jakobson al establecer la función poética.
Existe un mundo de noticias que a lo largo de los años se ha repetido con cansina asiduidad. ¿Cuántos atentados, guerras, calamidades, situaciones políticas, accidentes, aparecen en los textos alcantarinos? Las situaciones casi idénticas en muchos casos no llevarían, si no a la monotonía estilística, sí a la repetición. No es caso. A temas muy semejantes, soluciones textuales diferentes, originales, únicas. Esta es la clave del autor y lo consigue con una creatividad, frescura y belleza, sí belleza, extraordinarias, con una admirable estructura retórica. Esta es la clave del artículo literario, pura creación.
En los manuales y en los artículos de investigación se repite que Larra es el creador del moderno artículo literario – cierto, con algunos antecedentes como Francisco Santos al que algo he estudiado -, y que nombres como Cavia, Chanes Nogales, Romero Murube, Ruano, Camba, Umbral, Vázquez Montalbán y Alcántara son hitos de ese devenir que considero es una de las vías de futuro del periodismo, en el contexto de una sociedad global donde la realidad, concepto complejo de definir, es compartida en lo que se denomina tiempo real.
Junto a la libertad a la hora de abordar el tema, ¿qué otro rasgo tienen en común? No están sometidos en sentido estricto a la actualidad, pueden retomar noticias anteriores que sirven a su propósito; muchas veces con el recurso de comparar dos circunstancias; incluso, pueden hacer predicciones de lo que consideran ocurrirá en el futuro.
Voy a poner un ejemplo singular de lo que supone la excepcionalidad de Alcántara. Voy a referirme a sus crónicas de boxeo. Elijo este tema por ser materia que a priori no se presta a la creación literaria y porque era muy querido por el escritor. ¿Qué diferencia existe entre una buena crónica de un combate y un texto de Alcántara? Una muy sencilla de formular y no tan fácil de explicar. Los textos del malagueño son literatura, ni más ni menos; es decir, excepcional acuñación de los recursos del sistema que el lenguaje permite por medio de mecanismos que llamamos estilo, una medida del mundo a través de las palabras que lo crean, que son pulso y ritmo de la prosa, humor e ironía, mirada cervantina que es lo mismo que decir humanísima.
Es evidente que hay una historia que contar y que viene dada, es la referencia obligada, mucho más que el espacio de libertad del artículo de opinión pero veamos. 'Ingratitud', del 7 de mayo de 1978, se inicia con la interrogación retórica: «¿Dónde estaban los que se ponían de pie?», a la que siguen dos más y el uso del pretérito: «Sus hinchas, los que dijeron de él que era el boxeador más valiente que había pisado un ring, ¿qué se hicieron?». Esta evocación elegíaca, esta manera de presentar la soledad de Tony Ortiz, es una paráfrasis del tópico clásico y en concreto del inmortal Manrique: «¿Qué se fizieron las damas, / sus tocados, sus vestidos / sus olores?». Todo el texto es una lamentación por la evidente decadencia del boxeo.
Alcántara crea la atmósfera que desea por la perfecta capacidad de designación léxica que, siempre contenida, posee un rendimiento textual indiscutible, una gran capacidad de provocar emociones en el lector. «Debe ser tu última batalla, Tony», del 5 de noviembre de 1977. La atención queda prendida, es marca de la casa, desde la primera frase: «Hay combates que no se programan: se perpetran». He hablado de la capacidad de selección léxica; aquí está en el verbo perpetrar: 'Cometer, consumar un delito o culpa grave'. No es necesario más. En Alcántara predomina la síntesis formal y la amplificación es siempre sobria sin exceso de subordinación. Esta cualidad es lo que le permite dar el salto ingenioso varias veces en el mismo texto y siempre sin red, Gracián en el horizonte.
En 'De lo ridículo a lo sublime', del 18 de mayo de 1977 encuentro este recurso de ruptura de la automatización perceptiva. Pelean el campeón Muhammad Ali y el joven Evangelista. Existe un principio 'decoroso', la algarabía del público, sus gritos; pues bien: «El público, que ha coreado el nombre de Ali, no como se aclama, sino como se reza». Se trata de la destrucción de la línea supuestamente lógica del argumento. La negativa crea una expectación que concluye en el verbo rezar, el opuesto al clima de un combate de boxeo. ¿Magia? Sí, la única verdadera, la del idioma. Alcántara crea un espacio sagrado en el que Ali muestra su declinar.
Una de las claves de estos textos es la manera de definir, no en vano al escritor le interesaban sobremanera los diccionarios. A ello uno los guiños literarios. 'Un safari para la historia', del 19 de mayo de 1976. Primero el guiño: «Como el doctor Jekyll, tiene Pepe Durán dos caras», segundo, la definición: «Es un boxeador gélido…Un púgil on the rocks».
Otra clave es el detalle, con trazo impresionista, rápido, sucesivo. 'El revés de la trama', del 20 de febrero de 1972: «La lona y las cuerdas del ring son celestes, y los acomodadores van vestidos como almirantes de opereta».
Veamos otro ejemplo de tema diferente, es el artículo publicado el 3 de enero de 2007, 'Pronóstico reservado'. El principio es una noticia de actualidad, las primarias de Iowa que inician la carrera para la presidencia de USA.»Parece que las encuestas dan empate a primera vista», como si se tratara de amor y no de política.
En Alcántara hay grados sutiles de ingeniosidad gracianesca; es decir, de sorpresa. Da un salto y se viene a España y se ríe, siempre con sentido cervantino, del teórico empate entre PSOE y PP. Las encuestas nunca son fiables pero menos en un país donde el encuestado miente, por una parte y, por otra, entrega su voto porque sí y para siempre a una opción política siguiendo el principio de que 'lo que se da no se quita'. Un voto hasta que la muerte los separe del partido de sus amores, otra vez el amor.
El autor recurre a la expresividad coloquial: «Como que te voy a decir a ti a quiénes pienso votar». La mezcla de los niveles coloquial y culto es una de las claves de su prosa. Se cita de pasada a Epicuro y después afirma que los que siempre votan lo mismo aunque sus líderes preferidos «hagan el indio» no se comportan con lealtad, se comportan como «la piedra pómez». Sigue con una anécdota que, con fino humor, ilustra lo dicho y vuelve a la realidad, en este caso terrible realidad, de los disturbios de Kenia. Termina con un adorno marca de la casa. Treinta muertos en los disturbios lo fueron porque incendiaron la iglesia en la que se habían guarecido y es que «se habían acogido a sagrado», el famoso derecho de asilo, pero qué guiño más estupendo.
La limitada extensión de la columna exige que la brevedad vaya en relación directa con la intensidad. Es un ejercicio de brevedad que se articula sobre una poderosa arquitectura retórica, sobre la 'dispositio' de los elementos léxicos y morfosintácticos que dan como resultado la 'elocutio' sorprendente que lleva al lector a la sonrisa, mucho más que a la carcajada, y a una elegante meditación pero, por encima de todo, a la adhesión ante el mensaje propuesto. Ese gesto se asentimiento es la consecuencia del efecto del texto en la recepción lectora.
Durante mucho tiempo la retórica ha tenido muy mala fama. La acepción séptima del DRAE afirma: 'Sofisterías o razones que no son del caso'. Este significado se puede aplicar muy bien al lenguaje político y es opuesto al que corresponde a Alcántara, acepción cuarta: 'Arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover'. Los tres objetivos los consigue sobradamente.
La columna es una pieza breve que exige la condensación de los elementos en una síntesis que solo se puede calificar de poética; es decir, con profunda capacidad expresiva por medio de una retórica que, desde la humildad como actitud, administra magistralmente el recurso de la greguería, el concepto ingenioso de Gracián, el ritmo de la prosa y la más auténtica equidad; todo ello resumido en una intensa mirada cervantina sobre el mundo con gotas de escepticismo y en una raigambre de la mejor cultura hispánica en su síntesis de lo culto y de lo popular. La columna diaria es la galera del soneto barroco, la lucha contra el breve espacio de la página, la exigencia del estilo que es voluntad de ser y estar en la palabra.
Año tras año, desde la crónica de un combate de boxeo a la sempiterna reiteración de la política, pasando por el temblor de la primera flor de la primavera o la denuncia de las injusticias de este mundo, Alcántara ha creado un universo de mundos posibles para compartirlos con todos sus lectores. Lo hacía cada día siguiendo el precepto de Juan de Valdés, algo tan difícil: Escribo como hablo. No se ha destacado la importancia de la oralidad en el autor malagueño y universal, y la oralidad es clave para adentrarse en las claves retóricas de su prosa.
La retórica de Alcántara es hija de paralelismos; un elemento objetivo se transforma por comparación o metáfora con otro y el resultado es sorprendente; nos queda una agudeza aforística o un eco de greguería, al modo de su admirado Ramón, un triple salto mortal sin red en la pirueta de la palabra, de la singularidad de su significado y la frase brilla con luz inusitada. El lector la degusta y sonríe levemente con la inteligencia de un humor elegante, con el perfume de limones mediterráneos.
La intertextualidad, verdadera conscientemente inventada, es otro rasgo de su estilo. El recurso a la evocación, a la presencia de la memoria en el texto, también es mimbre de la columna que alcanza su plenitud en un crescendo generalmente sosegado, en una coda que es un adorno refitolero, sin exceso alguno, de la prosa.
De lo cotidiano, de lo habitual a la magia de lo trascendente en el detalle elevado a categoría, a poesía como suprema expresión del yo, como voz lírica que se deleita en la linealidad clásica y en la rocalla que rompe la fría racionalidad para que la palabra se sacrifique en el altar del estilo.
La cultura milenaria corre por las columnas en las que se reclama el sosiego de la pasión contenida y, a veces, desbordada. ¡Cuánto Manuel Machado detrás de esta actitud! ¡Cuánta Marco Aurelio! Los siglos se cruzan en la sensibilidad del autor y el tiempo se hace presente en detalles como la espuma de la orilla, la caída de la tarde, la víctima inocente, la denuncia de la corrupción, la necesidad del otro, la misericordia ante la tragedia, el desprecio del terror, la necesidad imperiosa de cultura y, claro está, el ocaso que aman los dioses, más dioses por más humanos.
La mejor cualidad de la prosa y de la poesía de Alcántara – es forzoso establecer una comparación de estilemas para comprobar elementos comunes de forma y sentido, de sensibilidad y construcción –, es su capacidad de exacta designación léxica que crea imágenes de gran emoción con valor de sentencia inapelable. Es lírica verdadera, expresión de las contradicciones del 'yo' y del mundo. Su obra, en un sentido de totalidad, no aspira a transformar el mundo porque es desarrollo de la peripecia personal en la realidad histórica que le toca vivir. Es voz individual y, por su verdad, de todos que nos sentimos aludidos en esa soledad escéptica a la que salva el punto exacto de la ironía tan humana, tan próxima, tan sincera. En consecuencia, supera la, quizá, artificial dicotomía entre conocimiento y comunicación.
Quiero dejar claro que Alcántara es escritor que se manifiesta con diferentes tipologías textuales, especialmente el artículo-columna literario del que es el máximo exponente sin lugar a dudas, como creo haber probado a lo largo del análisis. Creo importante esta afirmación y este punto de partida para el análisis de su obra.
Tengo que concluir y cito unos versos. Él que tanto amó la poesía. En 1958 publicó 'El embarcadero', donde los tres primeros versos de la 'Canción 4' son antológicos: «Cuando termine la muerte / si dicen a levantarse, / a mí que no me despierten».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.