Sr. García .
Cruce de vías

Cruzar el puente

Durante el sueño pasaba las horas asomado a las almenas aguardando que bajaran la plataforma y poder atravesar el foso

Esta noche he soñado que vivía en la Edad Media. El tiempo transcurría lento y aburrido en el interior del castillo feudal. Un amplio y profundo foso lleno de agua rodeaba las murallas. El puente levadizo que comunicaba con el exterior permanecía siempre levantado para ... que no entrara ni saliera nadie y así protegernos del enemigo, aunque probablemente el enemigo no estaba fuera sino dentro de algunos de nosotros. Esto último lo pienso ahora que estoy más o menos despierto. Como no había gran cosa que hacer pasábamos las horas discutiendo, pero los señores medievales únicamente prestaban atención a las opiniones que reforzaban las que ellos ya tenían.

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Durante el sueño pasaba las horas asomado a las almenas aguardando que bajaran la plataforma y poder atravesar el foso. Me quedaba toda una vida por delante y no era cuestión de malgastarla practicando el tiro con arco. Un flechazo, precisamente, me despertó. Fui al cuarto de baño y sonreí al espejo que mostraba la imagen de un hombre unos cuarenta años más viejo que el protagonista del sueño. Volví a la cama y a la Edad Media. Me sorprendió encontrar a todos los personajes flotando por el espacio aéreo del castillo sin salirse un ápice de las colmenas que marcaban la frontera de la libertad. En ese preciso instante vi claro lo que tenía que hacer, algo tan simple como soltar las cadenas del cabrestante hasta bajar la plataforma y cruzar el puente.

Una vez libre estuve paseando en sueños por el amor, la vida y la muerte. Iba vestido con una túnica como las que llevan en las películas. Me detenía a descansar en los distintos castillos que encontraba a mi paso. Era como volver atrás en el tiempo. No me refiero a la época medieval sino al siglo pasado, hace tan solo unos cuarenta años, cuando yo tenía la edad del hombre del sueño de esta noche. «Hay que cruzar el foso y salir a recorrer mundo, al menos mientras queden fuerzas», dije. Justo en ese momento me desperté. El amanecer con sus resplandores anaranjados y rosáceos iban diluyéndose en el horizonte. La vida estaba delante de mí, hoy, esta mañana, hace sólo unas horas, inmensa y majestuosa.

Desayuno y el rompecabezas del mundo se recompone poco a poco en mi cabeza. Me ducho, me visto con otra ropa más incómoda que la del sueño y salgo a la calle. Me sorprende ver que nadie se ha quitado la coraza. Un desconocido me entrega un papel con un mensaje que dice: «El fin del mundo está cerca». Lo miro a los ojos y sé que dice lo que realmente piensa. Sigo andando por los mismos lugares de siempre hasta llegar al viejo puente elevado que todos los días trata en vano de impedirme el paso.

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