![Cruzar la manzana](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202111/27/media/cortadas/web-crucedevias_11-noviembre-27-kZ3B-U16085585249RvE-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
![Cruzar la manzana](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202111/27/media/cortadas/web-crucedevias_11-noviembre-27-kZ3B-U16085585249RvE-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Enrique apenas sale de casa y cuando lo hace no va más allá de la manzana donde vive. No cruza la acera, salvo en contadas ocasiones y por cuestiones absolutamente necesarias. Cuando nos citamos para tomar un café o almorzar, siempre quedamos en alguno de ... los restaurantes que hay en el perímetro de la manzana o el café librería que está al doblar la esquina. Me recuerda la niñez en el colegio San José Oriol de los hermanos gabrielistas, en Barcelona, cuando un fraile nos acompañaba a cruzar las calles hasta llegar a casa. Nos colocábamos en distintas filas en el patio del colegio y cada fila correspondía a una calle: Villarroel, Casanova, Muntaner... El hermano detenía el tráfico y los niños cruzábamos la calzada.
Paula, la mujer de Enrique, suele ser la encargada de hacer la compra e ir al supermercado. Cuando ella no puede por cualquier motivo, Enrique cruza con cautela la calle sin dejar de mirar a un lado y a otro, aunque el semáforo esté en verde. Ya en la otra acera, entra en la panadería y pide en voz baja la barra de pan. La timidez y la falta de costumbre le crean dudas. Al ver las diferentes clases de pan duda cuál elegir. Entonces se queda bloqueado y no le salen las palabras. Igual le pasa en el supermercado. Coge lo necesario, paga, y vuelve a casa inmediatamente, como si le amenazara un extraño peligro.
El otro día nos citamos por la mañana en el café-librería. No hablamos demasiado, nunca lo hacemos, como si el hecho de vernos fuera un simple pretexto para abandonar la soledad en la que habitualmente nos hallamos encerrados. Los dos sabemos que la soledad nos puede volver medio locos y somos conscientes de que deberíamosque salir más de casa. Fue el lunes pasado. Los dos nos sentamos a tomar café, miramos de reojo las portadas de los libros e hicimos vagos comentarios para romper el silencio. Hasta que dimos por acabado el breve encuentro. Antes de despedirnos lo acompañé a comprar un bocadillo en el bar que hay en el chaflán de enfrente de su casa. Paula tenía molestias estomacales y no le apetecía tomar nada. Luego, Enrique se fue. No le di la espalda hasta que cruzó la calle y entró en el portal.
Anduve hacia el hotel con la curiosidad de adivinar en qué sitio de la manzana tendríamos la próxima cita. ¿Acaso sería en el restaurante chino, el italiano, el vasco o la librería? Lo imaginé asomado al balcón, pensando lo lejos que quedaba todo y cuánto tiempo hacía que no caminaba Ramblas abajo hasta llegar al mar. La desembocadura de su vida cotidiana era el río de asfalto de calle Urgell, más allá se extendía un mundo inmenso y desconocido. La aventura de la vida.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.