Secciones
Servicios
Destacamos
Estoy en uno de esos momentos en los que el cuerpo pide cambiar de aires durante una temporada. El mundo que me rodea se ha quedado pequeño y necesito ir lejos para ver la realidad con perspectiva y buscar nuevos estímulos. Cuando uno se desvía ... del camino habitual nunca sabe lo que va a encontrar, pero esa curiosidad nos mantiene vivos. Yo he decidido viajar a Ecuador.
La semana pasada, mi amiga Olga organizó un almuerzo en Barcelona con un grupo de escritores ecuatorianos, en su mayoría mujeres, que dibujaron flechas señalando ríos y carreteras en el cuaderno todavía en blanco del viaje. Al caer la tarde seguíamos charlando en la terraza de un bar y alguien propuso prorrogar el encuentro e ir a cenar. Mario dijo que llevaba todo el día fuera de casa y las gallinas estaban sin comer. Además no había venido en coche y pronto salía el último tren. Leonor le ofreció su casa y yo lo animé a quedarse argumentando que un día de ayuno no iba mal a nadie. Al final decidió sumarse a la fiesta. Mario vive con sus cuatro gallinas en una casa de campo a ciento y pico kilómetros de Barcelona. Durante la cena se habló de la selva amazónica y la cordillera andina de Ecuador; su abundante y variadísima fauna y flora; sus ríos y volcanes; las bellas ciudades como Quito, Cuenca o Loja y las otras ciudades atractivas y canallas como Guayaquil. Luego conversamos de historia, arquitectura, arte, literatura, teatro; para concluir con las repercusiones sociales del cambio político. Cuando los países se transforman en palabras, doce horas son suficientes para empezar a conocerlo. Mi cuaderno de viaje lo habían convertido en una tentación de nombres, lugares e itinerarios. Barcelona bajaba las persianas y nosotros fuimos colándonos por rendijas de luz hasta que la ciudad entera se apagó.
Al día siguiente, Mario escribió un correo en el que me decía que al volver por la mañana a casa se encontró con una gallina muerta, y añadía: «Pero no por falta de comidas y atenciones, sino porque era gorda y vieja. Le habrá dado un infarto. Pobre». Lucía, Marifer, Bernardita, Leonor, Fausto y Mario, dejaron claro que no estaré solo bajo ningún volcán. También insistieron en que al llegar a Quito tenía que pasar un día sin apenas moverme ni comer. El mal de altura.
Desde que volví de Barcelona paso las horas cruzando el charco. Atravieso el espacio aéreo donde se mezclan, como nubes, los recuerdos con la imaginación. Pienso en lo que dejaré atrás cuando emprenda el vuelo y hago cábalas sobre la gran incógnita del porvenir. ¿Y si me quedara a vivir en las Islas Galápagos? Ya sé que es una fantasía, pero la vida es una aventura y a veces perdemos, a conciencia, el pasaje de vuelta.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.