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Crueldad
«Lo que se trataba de imponer en España era la más antipopular, inmunda y repugnante de las tiranías»
esteban salazar chapela
Domingo, 10 de octubre 2021, 00:29
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esteban salazar chapela
Domingo, 10 de octubre 2021, 00:29
((Artículo publicado en el periódico 'La Voz' el 25 de agosto de 1936 y recogido en el libro 'Reseñas, artículos y narraciones' de la Colección Obra Fundamental de Fundación Banco Santander))
Muchos nos preguntamos ahora, ante los hechos que se registran a diario, qué ... fondo de crueldad inconcebible hay en el español. No es una vez por acaso. Son una vez, y otra, y siempre –¿no es extraño?–, en el enemigo. Éste monopoliza decidido, con una capacidad inaudita, en esta guerra civil, la crueldad. Ese Alcázar de pesadilla en Toledo ¿no es un ejemplo de ella para con las mujeres y los niños secuestrados en él? ¿No es crueldad el bombardeo de hospitales? ¿No es crueldad el asesinato sistemático de mujeres y niños? ¿No se llama crueldad asimismo los fusilamientos en fila, codo con codo, de nobilísimos españoles, por el solo hecho de pertenecer a organizaciones de izquierda? Retrocedemos atónitos, aterrados. Porque no cabe duda: antes de la guerra, estos energúmenos los hemos tenido al lado, hemos departido con ellos, acaso les hayamos dado la mano, hecho un favor, etc., como si realmente se tratase de personas. ¿Pero es posible que hayamos vivido en España mezclados con estos forajidos, sin sospechar que bastaba lo que ellos han creído la coyuntura para que se lanzaran al cultivo del dolor por el dolor, que en ello consiste la crueldad?
Lo característico de la crueldad es la inutilidad del dolor que se produce. El médico que al hacer una operación haya de ocasionar de algún modo, contra sus mejores deseos, un dolor, no es cruel. Este dolor es necesario, incluso útil; está justificado.
La crueldad comienza cuando no hay justificación; lo cruel es el dolor inútil, el dolor por el dolor, la complacencia en un daño que no tiene ni asomo de necesario, que es gratuito. En un tratado que leímos hace tiempo, y cuyo autor no recordamos ahora, se analizaba con extraña agudeza lo que allí se denominaba «el placer de la crueldad». Este placer se señalaba como «doloroso». La víctima de la crueldad devuelve a quien le atormenta una daga dolorida, punzante, cuyo extremo, acaso envenenado de horror, derrama en el corazón del cruel un tipo de reproche ya para nunca enajenable. No es un acto de liberación –al revés que la cólera– la crueldad; antes bien, el cruel queda como sometido a su víctima; es en mucho un acto de sumisión, casi un reconocimiento… Ahora bien: sean o no ciertas estas aseveraciones, es seguro que la crueldad se da siempre en aquellos individuos que «padecen» una debilidad, la cual debilidad puede ser de tres clases: física, espiritual… o política.
En cuanto imaginamos a un hombre verdaderamente poderoso, poderoso por sí, no por ninguna casualidad exterior, no podemos imaginarle cruel. Precisamente lo característico del cruel –padre de familia, crítico literario o de arte, Tirano Banderas– es que su poder está pendiente de un hilo; tiene un poder que no le pertenece, lo tiene por chiripa, y su vacío de impotencia, que él conoce mejor que nadie, lo llena o lo completa de víctimas. La tiranía y la crueldad del enfermo –el padre de familia que trae de cabeza a la mujer y a los hijos–, el odio del enfermo al sano, la crueldad que se precipita en el corazón de cierto tipo de hombres por esta o aquella dolencia que le sobrevino de improviso, son hechos evidentes espirituales que los médicos, y los aficionados asimismo, entre los cuales me cuento, conocemos muy bien.
Otra cosa es la crueldad de origen puramente espiritual. Si allí se trataba de inferioridad física, aquí se trata de inferioridad de alma, pero también de impotencia. «Contra envidia, caridad», se nos dice en el Catecismo con un conocimiento tan agudo de la cuestión…; y afirma uno de los pocos genios con que cuenta este pícaro mundo:
«Contra lo superior a nosotros no hay otra solución que el amor». La crueldad de tipo espiritual, donde más se observa, por razón de su naturaleza, es en las actividades espirituales –arte, ciencia, literatura, etc.–, y por este motivo los ataques más desconsiderados, los más duros, provienen siempre de los impotentes mentales, o sea los imbéciles, que son los únicos que pueden ser crueles…
De propósito hemos dejado para lo último lo que es de actualidad: la debilidad política, la cual engendra, como las otras debilidades, la crueldad. Aquí entramos de lleno en las tiranías. Es proverbial la crueldad del tirano. A primera vista pudiera parecer que el tirano lo tiene todo; y es verdad, lo tiene todo, pero lo tiene «en aquel momento», a la manera como el enfermo tiene a «su» mujer o el necio al grande hombre de ciencias o de letras: lo tiene por chiripa. El tirano se comporta tiránicamente por la sencilla razón de que usurpa un poder: el Poder; un empujón a tiempo, y el tirano se cae. Esto lo han sabido todos los tiranos del mundo tan perfectamente como sus pueblos tiranizados, y esta sensación de debilidad, junto con la conveniencia que pueda tener para el tirano actuar tiránicamente, da origen al tipo de impiedad o de crueldad que caracteriza las tiranías. Un Gobierno emanado del pueblo, y por ello con robustez legítima –al modo de una persona sana, saludable, o de un individuo con riqueza espiritual–, no puede ser cruel. Esto es lo que va de tiranía a democracia.
Pues bien, queridos lectores: lo que se trataba de imponer en España era la más antipopular, inmunda y repugnante de las tiranías; por eso ha comenzado de manera tan cruel. Hubiera sido la tiranía de los tuertos –políticamente hablando– contra el pueblo español con sus cinco sentidos; hubiera sido la tiranía peor del mundo, la más dura y por demás insaciable: la tiranía del fracasado.
¿Comprendéis ahora su crueldad?
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