Cruce de Vías

La voz de la conciencia

La última vez que nos vimos, el vientre de César dijo que los novelistas éramos ventrílocuos que poníamos voz a los personajes

Sábado, 5 de junio 2021, 01:07

Esta mañana me ha telefoneado César. La última vez que hablé con él fue el siglo pasado, una noche de invierno de 1999. También he ido dejando de ver al resto de compañeros de entonces. Atribuyo ese distanciamiento al hecho de que la vida nos ... llevó por distintos derroteros y ninguno hizo nada por restablecer la relación. César era ventrílocuo y se ganaba la vida con los muñecos que casi siempre lo acompañaban. Curiosamente él nunca abría la boca, ni siquiera cuando salía con nosotros. Al principio de conocerlo nos quedábamos desconcertados porque teníamos la sensación de estar con el hombre invisible. De pronto, surgía una voz de la nada que desvelaba secretos inconfesables. Al instante sonaba otra voz distinta y otra. Voces vacías, sin muñecos por medio. La reunión se convertía en un cónclave de presencias fantasmales. Los encuentros con César me producían cierta inquietud, una especie de amenaza silenciosa. Como si algo dentro de él fuera capaz de introducirse en mi cerebro y descubrir los secretos más íntimos. Ahora pienso que César ocultaba su auténtica personalidad en la voz de un muñeco, no sabría decir cuál. Y nosotros nos reíamos de él sin saberlo. Estoy convencido de que los utilizaba de escudos a todos menos uno. Los amigos manteníamos conversaciones insustanciales hasta que llegaba César, entonces todos cerrábamos la boca y hablaba el silencio. César era César y sus muñecos diabólicos. Andrés se excedía llamándolo el monstruo de las seis caras.

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El caso es que el grupo se fue disolviendo poco a poco, como si el ventrílocuo nos hubiera sacado de la maleta y tras finalizar el espectáculo nos encerrara para siempre. Un día dejas de actuar y adiós. La última vez que nos vimos, el vientre de César dijo que los novelistas éramos ventrílocuos que poníamos voz a los personajes y que detrás de esas voces se ocultaba el escritor. Esa noche cambió varias veces el registro de voz, quiero decir que utilizó a varios de sus muñecos sin necesidad de sacarlos de la maleta. Hasta la madrugada estuve dialogando con todos ellos mientras César me miraba igual que el hombre con rayos x en los ojos.

La llamada de esta mañana era para decirme que estaba aquí en Málaga y que podríamos ir a cenar. A las nueve he quedado con él en calle Alcazabilla, frente al Teatro Romano. Pienso de la manera tan misteriosa que fueron desapareciendo los compañeros. Aquella espantada no fue normal. Cada vez estoy más convencido de que nos puso a prueba y lo confundimos con un muñeco. Vuelve la inquietud, el miedo. Me pregunto si se ha ido vengando de todos y cada uno de nosotros por reírnos de él y yo soy el último superviviente. Recuerdo las palabras que pronunció César aquella fría madrugada de 1999: ¿Tú también, Jose, hijo mío?

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