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Cristóbal Toral camina por la sala vacía antes de la presentación. Recorre con su mirada el espacio aún en calma, da unas últimas instrucciones y ... hasta repasa con un pañuelo el cristal que cubre una de sus instalaciones. Es un día de una «satisfacción enorme» y quiere que todo esté perfecto. Porque a sus 82 años, él hoy es un debutante. El artista antequerano expone su primera individual en Málaga capital, una ambiciosa retrospectiva por medio siglo de creación que hace justicia con uno de los pintores malagueños vivos con más proyección internacional. Tras pasar por el Guggenheim de Nueva York, el Pompidou de París, el Sofía Imber de Caracas y el Reina Sofía de Madrid, entre otros museos, las maletas de Toral hacen escala en las Salas del CAC Málaga-La Coracha, de la mano del Área de Cultura del Ayuntamiento.
Más de cien toman el centro de la estancia en una instalación creada ex profeso para esta exposición comisariada por Sebastián Gámez: decenas de maletas que se superponen en azul y amarillo, los colores de la bandera de Ucrania. «Es un homenaje a la valentía de los ucranianos y a los cinco millones de exiliados de su país por culpa de un autócrata», lamenta Toral, el gran cronista plástico de las migraciones. Pero esta no es la única pieza firmada en 2022, la barbarie de Putin le ha inspirado para retratar a esa población en tránsito en la estación o paseando por las calles de una tierra arrasada. No hay descanso, Toral sigue «obsesionado» por la pintura. «Llevo el mismo ritmo de trabajo, incluso diría que un poco más, que hace 40 años porque el tiempo se me acaba», confiesa minutos antes de la inauguración. Por eso, dice, ahora está «en el momento de ver cosas distintas, de progresar». «Siempre hay que superarse».
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Habla de la muerte sin dramas. «La vida es así. El hombre nace en un punto y desaparece en otro, y entre ellos hay una trayectoria que se recorre con el símbolo de la maleta. Todo tiene su comienzo y tiene su fin», argumenta. 'El último viaje' es, de hecho, el simbólico título de uno de los apartados de la muestra, con cuadros que remiten a 'La isla de los muertos' de Arnold Böcklin y una impactante escultura: un cuerpo totalmente envuelto yace en un ataúd rodeado de los zapatos que marcaron sus pasos, de las postales «que certifican» los lugares por los que pasó y hasta de las imágenes de las personas a las que admiró, como atestigua la foto de Paul Newman. En la cabecera, no hay ningún cielo esperándole sino el espacio. «En ese final hay una salida cósmica, un viaje mucho más planetario y desconocido», sugiere el artista, un enamorado del universo que presume de haber cenado en Washington junto al mismísimo Michael Collins. «Yo iba para astronauta y me quedé en pintor», bromea con una gran sonrisa.
Pero no lo oculta, Cristóbal Toral está orgulloso de lo conseguido, de la gesta de haber sido capaz de crear una obra desde «cero». En la última parte de 'Una aventura creadora', Cristóbal Toral enseña algunos de los dibujos que pintó de adolescente en la choza de Antequera en la que vivía. No tenía las más mínimas nociones de arte (no tenía ni silla), su vida iba encaminada a trabajar el campo, hasta que esos tiernos dibujos impactaron a unos cazadores que fueron a pedir agua a su casa. Recomendaron a su padre que le apuntara a la Escuela de Artes y Oficios de Antequera y ahí, con 19 años, empezó su periplo por el mundo: de Antequera a Sevilla, Madrid y Nueva York, siempre con la maleta a cuestas. La misma que desde sus inicios está en sus cuadros.
«El pintor es un testigo de su época, y nunca como en nuestra época ha habido tantas maletas ni equipajes. Yo mismo he sido protagonista en ese mundo de emigraciones, de moverse de un sitio a otro», explica. El desplazamiento, los éxodos y también la espera son una constante en su pintura, a veces inquietante, en algunos casos angustiosa. Porque a Cristóbal Toral le duele el mundo y lo plasma en obras de enorme realismo y crudeza. Como 'La Gran Avenida', con cuerpos desperdigados por el suelo rodeados de equipaje. Una pintura de más de tres metros de alto «inspirada en la guerra de los Balcanes del 94 que podría ser la imagen del telediario de este mediodía», apostilla el comisario.
Veinte años después, la historia se repite. Lo hizo hace solo cuatro días muy cerca de aquí. En la instalación 'La tierra prometida (Valla de Melilla)', Toral relata la tragedia de quienes se dejan la vida en busca de un futuro mejor: en una malla se quedan enganchadas las humildes pertenencias e incluso la sangre -en este caso, la del propio artista- de los que intentan cruzar al otro lado. La pieza es de 2014, pero recuerda que él ya representó a España en 1975 en la Bienal de São Paulo con la imagen de un inmigrante muerto. «Y fíjate ahora lo vigente que es. El artista se adelanta un poco a su época».
A pocos metros de la valla, 'El secuestro del Papa Benedicto XVI' introduce al visitante en la amenaza del yihadismo con esa potente escena de Ratzinger acorralado por dos asaltantes con el rostro cubierto. La obra, más allá de su poderoso mensaje, es de una precisión técnica (fíjense en las manos del Papa) al alcance de muy pocos. Un virtuosismo que queda patente desde sus primeros lienzos, cuando Toral ya se atreve a revisar a maestros como Velázquez y Goya: en sus 'Meninas' las maletas ocupan el lugar de las personas y 'La familia de Carlos IV' aparece en disposición de viajar en dos cuadros de los años 70.
Artista figurativo anclado en la realidad, pero abierto también a las vanguardias, admite que siempre ha ido a su aire, al margen de movimientos, generaciones y «grupos de influencias». «Me he sentido muy solo, un francotirador. Cosa que me enorgullece», sentencia. Nunca se calló: «Incluso criticando a veces abiertamente ciertas situaciones en el mundo del arte, algo que me ha pasado factura». Pero defiende que el artista debe ejercer su libertad. «Yo he tratado de hacerlo». Lo demuestra en esta selección de 70 piezas reunidas en Málaga hasta el 13 de septiembre, la mayoría de su propia colección.
-Con una producción tan extensa, ¿sueña con un Museo Cristóbal Toral?
-Eso es lo más bonito que le puede ocurrir a un pintor. Porque cuando desaparece un pintor, si los herederos no controlan la situación, existe el peligro de que la obra termine dispersa, en subastas, muy mal. El que termine en un museo y que se sitúe en tu tierra, en Málaga o Antequera, sería el premio máximo.
En su cabeza le ronda la idea de abrir «un centro de arte contemporáneo importante» con su creación y la de otros artistas con los que tiene conexión. Confiesa que aún no lo ha hablado con las administraciones, el arte le ocupa todas sus horas. «Pero tengo que hacerlo, porque está en la línea de que la obra perdure y esté bien acogida». Este martes le acompañaban en la inauguración el alcalde de Antequera, Manuel Barón, y el de Málaga, Francisco de la Torre. Puede que ahí encontrara el momento.
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