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99 corazones y no por San Valentín

99 corazones y no por San Valentín

Syrie Jo Blanco Walsh nació en Málaga porque su madre quería parirla en la ciudad que vio nacer a Pablo Picasso. Con ello, invocaba a las musas que la iluminan y ha terminado siendo artista. Ahora expone en La Línea de la Concepción tantas obras como días duró el confinamiento por la Covid-19; todas, con un hilo conductor: el corazón

Martes, 13 de febrero 2024, 12:52

Nació en Málaga, en El Limonar, por deseo de su madre: quería parir en una cuna de artistas, en la de Pablo Picasso en concreto, y allí se dirigió desde San Roque (Cádiz), donde tenía su residencia la familia formada por esa mujer irlandesa y su marido español. Así quiso «empujar el destino», bromea Syrie Jo Blanco Walsh, en la exposición que en La Línea de la Concepción muestra sus 99 corazones -nada que ver con el día de San Valentín; es uno por cada jornada de confinamiento que vivió España por la pandemia de Covid-. La predeterminación de su destino tuvo otro ingrediente: su nombre, y no por casualidad, es el mismo que el de la hija del artista americano Gino Hollander que vivió en la Costa del Sol un tiempo y fue amigo de su familia y que también es creadora.

Lo cierto es que esta mujer malagueña de nacimiento y muy vinculada al periodismo local se terminó licenciando en Bellas Artes en la Universidad Europea de Madrid y cursó un Máster en Arte Contemporáneo. Y con la pandemia ella misma dio a luz el que califica de su proyecto más ambicioso y que se expone hasta el 2 de marzo -el viernes, 1, por la tarde, y el sábado, 2, a mediodía, tiene lugar la clausura con sendas performances- en el Museo José Cruz Herrera de La Línea de la Concepción, donde reside y donde además tiene un restaurante.

La artista, en pleno proceso creativo.

En esos días de confinamiento en 2020 comenzó a crear con lo que tenía a mano en casa (tintas, pan de oro...). Cuenta que siempre le han llamado la atención los órganos del cuerpo humano como elemento a través del que expresarse artísticamente. Y en esta ocasión, como icono, escogió el corazón, donde comúnmente se dice que todo se siente. La suya no es la forma cursi y esquemática con la que estos días se han llenado los escaparates de las tiendas en ese estandarizado día del amor que es este 14 de febrero, San Valentín. El que ella representa es el propio órgano, la víscera, con toda su crudeza, del que parten y al que van las arterias y las venas, el que contiene las válvulas que bombean la vida.

«El corazón piensa», dice, además, aludiendo a lo que durante una de las visitas guiadas que organiza le ratificó un profesor universitario que se apoyaba en investigaciones que apuntan que también contiene neuronas, además del cerebro. Pocas, pero las tiene. El corazón tiene razones que la razón no entiende, porque tiene sus propios motivos inspirados por ese puñado de células inteligentes. Ahora ya lo sabemos.

Durante los días de encierro para contener los contagios, Syrie Jo creó quince corazones. Pero se marcó el objetivo de completar la colección hasta llegar a los 99 representativos de ese idéntico número de jornadas de cuarentena que se metieron los habitantes de España entre pecho y espalda, aunque ahora ocupen sólo un lugar muy recóndito de la memoria, aun estando tan cercano ese tiempo en el calendario. Tardó tres años y medio en cumplir su misión y en culminar su proceso creativo.

Esta creación reúne un gran número de técnicas -cerámica, resina, tinta...- y representa numerosas temáticas alrededor de la pandemia, desde lo doméstico hasta los nuevos sueños y los frustrados pasando por los traumas, la lucha, la guerra, la muerte, la esperanza o el cambio climático. Y la complementa con veinte entrevistas a personas de múltiples profesiones que con sus testimonios reunidos encapsulan el shock que vivió el mundo en el año 2020. Son médicas, enfermeros, hosteleras, farmacéuticas que cuentan cómo se desató la lucha por acaparar mascarillas, su abuela irlandesa que vivió la pandemia sola en Dublín, psicólogos, un profesor de arte que sufrió lo que es enseñar su disciplina en la distancia y que decidió prejubilarse porque no soportaba seguir haciéndolo así... Y también el propio alcalde de La Línea, que cuenta cómo fue gestionar todo un municipio desde casa.

«Recordar»: pasar dos veces por el corazón

Su ánimo es el recuerdo. Y ése podría ser el corazón número cien. O el gran corazón que los albergue a todos los demás. Porque, como decía el escritor Eduardo Galeano, «recordar» viene del latín 're-cordis' y significa volver a pasar por el corazón.

Las obras de Syrie Jo Blanco Walsh están repartidas en cuatro instalaciones, cuatro estancias por las que la artista va guiando a los visitantes con voz tan suave como el terciopelo y el toque justo de misterio para que tras cada cortinón que separa cada habitación haya un pequeño factor sorpresa.

En la primera de esas salas está reproducido el que fue el salón de cualquier casa durante la pandemia, convertido en cuarto de estar, de trabajo, además de aula y salón de juegos para los niños. Ahí está el corazón del papel higiénico, el ejemplo más reciente y paradigmático del efecto bola de nieve que supuso su acumulación compulsiva por parte de gran número de hogares que vaciaron los estantes de los supermercados. Pero también están ahí los corazones de las cuatro estaciones, indicando cómo iba pasando el tiempo y el encierro que iba a durar dos semanas terminó acaparando parte del invierno, toda la primavera y hasta entrado el estío.

La segunda estancia está alfombrada con una textura que simula la del césped. Representa el momento en que ya se podía salir algo a la calle, o a los afortunados que durante el confinamiento tenían un pequeño jardín, o una terraza, o un balcón. Si esas salidas proporcionaban oxígeno literal y figurado, a la naturaleza también le dio una tregua el parón económico que forzó la Covid-19: y eso también lo representa la artista con sus obras, como ese coral blanco, muerto, que recupera su color rosado sano.

Además está la propia Syrie Jo expuesta, con la obra que representa a Irlanda, en homenaje a su abuela, que encarna la solidaridad que con los mayores se desató en todos los vecindarios del mundo. Y con su propio corazón, en el que se descubren varios elementos que la definen: el olivo, el trébol y las mariposas, omnipresentes, -la mitad de su vida se están arrastrando, para luego volar-, así como los tatuajes -aunque ella no los lleva- con los episodios y los nombres que han marcado su vida, a los que irá sumando lo que le vaya aconteciendo en el futuro.

Uno de estos eventos que ha marcado su vida ha sido, precisamente, la propia pandemia, una etapa en la que mucha gente se replanteó su vida y diseñó cómo iban a ser sus siguientes pasos. Ella, dice, tomó una determinación: se iba a alejar de otras distracciones y se iba a centrar en lo que verdaderamente la apasiona, que es comunicarse, enseñar y recordar a través del arte.

El corazón que representa a la artista, con sus icónicas mariposas.

La tercera sala es la de la evasión, la de los viajes hechos y los soñados pero que no se podían hacer, la de los artistas que la inspiran, como Monet y Pollock, y la de mirar a las estrellas (sí, ella también participó de la fiebre por comprar un telescopio y mirar al firmamente a través del cielo más limpio que regaló la pandemia fruto de la paralización de toda actividad).

Durante esos días, contemplamos las estrellas, pero también nos convertimos en panaderos -había que pasar el tiempo-, nos hicimos verdaderos maratones de series de televisión, y quisimos cambiar de vida o descubrimos cómo queríamos que fuera o que podía ser distinta. Todo eso tiene su hueco en la muestra de esta artista nacida en Málaga.

La última estancia es la de más duro contenido. Es hasta un poco tenebrosa, aunque Syrie siempre trata de buscar y de mostrar esperanza (por eso muchas de sus obras irradian esa luz en medio de la oscuridad). Esta cuarta sala la preside una escultura representativa de todas aquellas personas a las que la medicina no pudo atender por estar saturada por la Covid-19; hubo tantas intervenciones canceladas, hubo tantas personas fallecidas que quizás en otras circunstancias hubieran recibido un diagnóstico más temprano que les hubiera salvado la vida... que se merecen esta obra de memoria que reconoce también a los médicos, llenos de voluntad pero con las manos atadas por las circunstancias.

Syrie Jo Blanco Walsh, con la obra que homenajea a los enfermos que no pudieron tratarse por el colapso sanitario que provocó la Covid-19.

También un lugar destacado lo ocupa el corazón de María, fallecida por cáncer de mama a los 35 años y que dejó huérfanos a dos niños pequeños a pocos días de inaugurada la muestra en La Línea. O la guerra de Ucrania que se solapó con los últimos coletazos de la Covid y que ahora se superpone con el nuevo estallido bélico en Oriente Medio. Y, además, el volcán de La Palma, que duró más días de los que ella tardó en culminar la impresionante obra.

La pandemia no ha acabado, continúa y tiene su expresión en la economía que Syrie Jo sufre en sus propias carnes como autónoma propietaria de un restaurante. Y ése es uno de los últimos corazones de su exposición, el que muestra las cargas de una trabajadora por cuenta propia: las facturas, los impuestos, la cuota...

La artista ya tiene más de la mitad de su colección vendida. Aunque la parte mala -para los espectadores, para los amantes del recordar, del pasar dos veces, o más, por el corazón- es que esta cápsula de un momento histórico inédito -pero no irrepetible, porque seguramente vengan más epidemias- no se pueda volver a reunir para ubicarla en otro espacio. Ella confía en que sí será capaz de hacerlo. Tiene localizados a la mayoría de los compradores de sus obras y en un momento dado, cuando se quiera volver a rememorar ese momento que perturbó el día a día de toda la humanidad, confía en que se las cederían. El arte tiene que circular, tiene que moverse, tiene que verse.

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