La vida imita al arte. El papa Francisco sigue ingresado en el hospital. Su pronóstico mejora, pero su fragilidad ha vuelto a reavivar el fantasma ... de un cónclave papal, como la última fumata blanca que tardó siglos en salir. Mientras en el Vaticano se especula sobre la posibilidad de una transición en la Iglesia —con el ala conservadora frotándose las manos—, en Hollywood se vota otro cónclave menos trascendental pero igual de solemne: los Oscar. La película Cónclave, dirigida por Edward Berger, que imagina una feroz lucha de poder tras la muerte de un Papa, llega a la temporada de premios en el momento exacto en que el mundo real empieza a plantearse la misma escena. Como si la Academia, con su otra corte de ancianos influyentes, estuviera a punto de elegir su nuevo Papa.
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Siempre ha habido dificultades para calcular el peso del azar en las cosas que nos pasan. 'Cónclave' es una película excelente que podría ganar el Oscar a Mejor Película en la madrugada del próximo lunes. Probablemente sea la mejor adaptación de la temporada, y el hecho de que el Papa haya estado a un suspiro del fallo multiorgánico le da a esa posibilidad un voltaje extra.
La influencia externa suele resultar inevitable. Un filme que en otro momento habría pasado por la vida sin pena ni gloria, ahora se ve potenciado por el lastre de la actualidad. El drama papal está en la prensa y la Academia se deja llevar por el viento del momento. Pasó con 'CODA' en 2022, una película sobre sordos de la que nadie se acuerda. O con las suspicacias que despertó la victoria de 'Moonlight' frente a 'La La Land': la América de pobres, negros y gais frente a la de ricos, blancos y heterosexuales. Quizá la segunda opción era la más lógica, porque esto es Hollywood. Pero los Oscar se venden como un premio a la excelencia y, a veces, no se elige la mejor, sino la más oportuna.
Así como algunas películas ganan posibilidades, otras las pierden. 'The Brutalist' es un peliculón con ese prodigioso intermedio de 15 minutos que eleva la experiencia cinematográfica a otro nivel. Una película tan bien hecha que resulta abrumadora, pero ha quedado atrapada en un contexto político adverso: es una película muy judía en el año en que la guerra en Gaza ha incendiado cualquier debate sobre el tema. Podría ser recibida como una gran obra de memoria histórica, pero tampoco sería la primera vez que un filme es castigado no por lo que dice, sino por lo que el contexto sugiere que dice. Esto le da más oportunidades a 'Anora', Palma de Oro en Cannes, que en las últimas semanas ha ido ganando fuerza.
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Algo similar le ha sucedido a 'Emilia Pérez', que se ha desinflado no por la película en sí, sino por la presencia de Karla Sofía Gascón en el centro de una tormenta que ha convertido su figura en un elemento radioactivo. Al final, lo que ocurre dentro y fuera de la pantalla nunca está del todo separado y, en cualquier caso, debería ganar Demi Moore.
Este año, el cónclave de Hollywood decidirá su lista de ganadores con sus propios intereses en juego. No será el Espíritu Santo quien ilumine a los votantes, sino la política, el contexto y, con suerte, alguna dosis de criterio artístico. Porque los Oscar, en el fondo, nunca han sido solo sobre cine, sino sobre qué historia necesita contarse en cada momento. Y a veces, por casualidad o por conveniencia, la historia la escribe la realidad misma.
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