En la ciudad decorado
Línea de Fuga ·
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Línea de Fuga ·
Lagunillas puede ser nuestro Macondo, pero también debería ser nuestro dolor en el costadoAndaba revuelto el otro día el patio tuitero a cuento del anuncio de una marca de cerveza con Lola Flores resucitada con el agua bendita de una tecnología inquietante. Brotó el instinto racial de la tierra, el orgullo gregario al reconocer el decorado como parte de nuestro paisaje cercano. Las calles estrechas de Lagunillas asomaban como telón de fondo para gente joven, guapa y moderna con un botellín en la mano y, claro, el primer instinto amagó con aquel 'Yo a ese lo conozco', por la satisfacción de saberse admirado desde fuera, como cuando una revista o un periódico extranjero incluye este recorte del mapa entre los lugares más deseados para vivir, viajar o pasar el rato, como ese mensaje de Linkedin afirmando que están valorando tu trabajo y que has aparecido esta semana en no sé cuántas búsquedas. A todos nos gusta que nos quieran.
Pero quizá la espuma fugaz de ese reconocimiento deje un poso más amargo, menos cómodo. El anuncio me ha recordado a los años en que la ciudad daba la bienvenida a su feria con una maqueta de la fachada de Tabacalera, por entonces un agujero negro de 40 millones de euros para vergüenza de quien la tenga en la gestión pública, pero ahí cuajada de lucecitas brillantes para saludar las ganas de ir de fiesta. Lo que debía ser motivo de escarnio público se transformaba en nuestra mejor carta de presentación para la celebración colectiva y el selfi comunitario, gracias a nuestra proverbial capacidad para la desmemoria y el fatalismo hedonista.
La promoción de la cerveza deja un trasfondo parecido: nos han sacado en un anuncio de gente guay, pero en la búsqueda de la hipotética raíz andaluza enarbolada por la campaña han elegido un puñado de calles dejadas a su suerte desde hace décadas, arrinconadas, humilladas y olvidadas por las administraciones públicas desde los planes generales de ordenación urbana de finales de los años 80 hasta hoy mismo, cuando la especulación ha hecho más que el abandono por la expulsión de los pocos vecinos y comercios que van quedando en ese lugar que no es un barrio ni una calle, sino todo junto y nada del todo. Puede que Lagunillas sea nuestro Macondo, pero también debería ser nuestro dolor en el costado.
Porque el anuncio de la cerveza brinda el penúltimo sorbo en la barra libre montada en la ciudad desde hace décadas, de La Coracha a los callejones del Perchel, hasta desembocar en la pereza infinita de bautizar a un supuesto nuevo barrio cultural con el nombre de otro que ya es famoso en todo el mundo. Y así, a la desconexión histórica se va sumando el desapego emocional hacia nuestro paisaje cotidiano hasta bordear la trampa perversa de que un lugar desolado nos parezca pintoresco. Y en devenir de esa lógica pueril acabaremos mirando nuestras calles con el interés folclórico de un visitante fugaz, seremos turistas en nuestra propia casa, figurantes en una ciudad decorado donde vienen a rodar anuncios que proclaman que somos auténticos de la muerte. Pero al otro lado del muro con gratifis sólo hay un descampado.
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