Del cineasta cleopatrino al filósofo cartesiano
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Tal día como hoy nacía Joseph L. Mankiewicz y moría René Descartesmaría teresa lezcano
Domingo, 11 de febrero 2018, 01:00
Tal día como hoy nacía Joseph L. Mankiewicz, que después de flirtear con los estudios Paramount y con la Metro-Goldwin-Mayer, recaló en la 20th Century Fox, donde se puso las botas artísticas y un puñado de Oscars por montera, y moría René Descartes, ... abanderado de la filosofía metódicamente discursadora.
Once de febrero de 1909. Nace en Pensilvania Joseph Leo Mankiewicz, benjamín de una familia de emigrantes judeoberlineses que renuncia – el descendiente, no el clan al completo – a la psiquiatría por el periodismo y al periodismo por el cine. Después de flirtear con los estudios Paramount y con la Metro-Goldwin-Mayer, de la que se divorció profesionalmente porque ésta no le dejaba dirigir sus propios guiones, Mankiewicz recaló en la 20th Century Fox, donde se puso las botas artísticas y un puñado de Oscars por montera. Hasta que llegó la pesadilla de Cleopatra en forma de nada onírico rodaje que parecía haber sido ojeado, más que por un tuerto por una legión de cíclopes mirones: que si los dos actores contratados para los papeles masculinos principales, a la sazón Peter Finch y Stephen Boyd en sus respectivos roles de Julio César y Marco Antonio, tomaron las de Villadiego por anteriores compromisos adquiridos.
Que si, después de haber construido el set de rodaje y los costosos decorados en Londres, a Elizabeth Taylor la cazó una neumonía que debía de andar oculta entre la niebla y, tras traqueotomizar a la actriz porque se asfixiaba entre egipcia y literalmente, tuvieron que trasladarse con todos los bártulos cleopatrinos a Roma, ciudad de clima bastante menos propenso que el londinense a reventar pulmones foráneos o autóctonos; que si, ya desneumonizada aunque aún demonizada, la Taylor se enzarzó adúlteramente con el no menos adúltero Richard Burton y la prensa puso el grito en el cielo y la opinión pública el cielo en el grito; que si al propio Mankiewicz lo despidieron por un quíteme allá ese excesivo metraje aunque tuvieron que readmitirlo porque no había dios capaz de montar la película de un modo coherente…
Cleopatra se estrenó finalmente, aunque con la semi quiebra de la 20th Century Fox tras el implausible incremento del presupuesto inicial, y el agotamiento general de Mankiewicz, que necesitó dos años para recuperarse del endemoniado rodaje.
En cuanto a la película, pese a su espectacularidad constituyó uno de los mayores desastres de taquilla de la historia del cine. Gajes del oficio, of course.
Doscientos cincuenta y nueve años antes del nacimiento pensilvano de Mankiewicz moría en Estocolmo René Descartes, Renatus Cartesius en latinizada identidad, facultativamente a causa de una traidora pulmonía que le asaltó mientras filosofaba en controvertida intimidad con la reina Cristina de Suecia que sin embargo prefería a su prima Ebba para cuestiones extrametafísicas. Aunque tampoco faltaron las versiones que conjeturaron que no fue bacterianamente esputado sino arsénicamente envenenado por alguna mano celosa de su cartesiana influencia sobre la soberana escandinava.
Antes de ser pulmonizado o arsenicado, tanto da a estas alturas, Descartes había andado harto entretenido, ya sea inventando la geometría analítica – la cual, por si sienten alguna curiosidad al respecto, viene a decir que las líneas y las figuras geométricas se pueden expresar como ecuaciones y que las ecuaciones a su vez son susceptibles de graficarse como líneas o figuras geométricas –; ya sea abanderando la filosofía moderna metódicamente discursadora y argumentadora de que, antes de intentar conocer lo que hay es prudente conocer lo que se puede conocer, ahí queda eso; ya sea cediendo su casa como punto de encuentro del Círculo de Los Libertinos franceses que no sólo era un grupo de desenfrenados renacentistas sino asimismo un movimiento librepensador que de igual manera te cuestionaba el clericalismo que la ciencia que la filosofía escolástica.
Después llegaron los neumococos o el elemento químico periódicamente entablado como As, ni de picas ni de corazones sino de venenoso metaloide, y finaron a Cartesius a los cincuenta y tres años mientras éste no dejaba cartesianamente de repetir “cogito, ergo sum, cogito, ergo sum” – es decir, “pienso, luego existo, pienso, luego existo”, claro está – . Y así hasta que dejó de pensar y por consiguiente de existir. Como bien dijo mientras aún filosofaba a destajo: “Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro”. Y quién no.
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