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Lucio Romero, gesto adusto, junto Salvador salas

Lucio Romero, el Marlon Brando de calle San Juan

El actor repasa sus seis décadas en los escenarios, su amistad inquebrantable con Saza y se confiesa más del teatro que del cine, que le descubrió «tarde». Y no oculta que su espléndida colección de carteles de películas se ha convertido en su pesadilla

Domingo, 15 de noviembre 2020, 00:37

«Quiero una foto que se vea la torre de la Iglesia de San Juan». Pide –medio ordena, medio ruega– Lucio Romero (Málaga, 1933), mientras Salvador Salas cambia de objetivo, se contorsiona y busca el contrapicado que hace posible el mandato. El actor, gesto ... serio, de veterano con tablas, clava su mirada en el ojo vidrioso del gran angular, apoyado en el bastón que le han regalado y que usa, aunque –advierte– no lo necesita. Allí plantado, la imagen es de un auténtico Corleone de barrio. «Soy el Marlon Brando de calle San Juan», proclama con una sonrisa el intérprete que se siente en sus dominios pisando fuerte en la acera de esta vía en la que nació, trabajó y todavía tiene su casa. Porque antes que cómico, Romero fue el hijo del carnicero. Segundo de cinco hermanos, su guion familiar decía que heredaría el corte y despiece, pero él era carne de escenario. De hecho, despachó de joven muchos filetes, pero convirtió el mostrador en su primer teatro. «Todas las clientas me buscaban a mí porque tenía mucha gracia», cuenta nada más sentarse en un café bajo la sombra de la imponente almena del templo con el que se ha retratado para la foto. «Después de la catedral, ésta es la torre más alta de Málaga», cambia de tema el actor, que demuestra que también lleva dentro al mejor guía turístico de calle San Juan. Un cicerone con pose de estrella que nunca ha olvidado sus orígenes. Y más ahora. En este año pandémico cumple 60 años de personajes. 60 años desde que abandonó Málaga para vivir su sueño.

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«Ese viaje a ninguna parte que retrató el gran Fernando Fernán Gómez lo viví yo cuando salí de Málaga en agosto del 60 en un tren que tardó dos días en llegar a Figueras y me pasé dos años recorriendo las plazas y teatros de Cataluña y Aragón», cuenta Lucio Romero que le hizo caso a su primera maestra, la «grandísima y olvidada» Guillermina Soto, que le dijo que la mejor escuela eran los pueblos. Así que dejó de correr detrás de los artistas que venían al Cervantes o a rodar una película –como Maureen 0'Hara o su «queridísima» Juanita Reina– y se matriculó en esa escuela transeúnte del teatro de provincias, donde se anunciaba como José Romero, porque todavía tardaría un poco en ganarse el nombre artístico.

Arriba, Lucio Romero con su «queridísima» Juanita Reina en el Teatro Cervantes. Abajo, con Marisol, en el camerino del actor en 1968. A la izquierda, Romero, en los Baños del Carmen en 1960. SUR

Se lo puso una compañera, la argentina Elmer Barber, con la que compartió la gira de la comedia 'Carolina'. Ella escuchó su nombre completo, José de Lucía, y le espetó: «¡Ché, boludo! Es más lindo Lucio Romero». Y así quedó bautizado para los escenarios este actor que se proclama «pionero de los malagueños emigrados a Madrid». Los 60 y 70 fueron los años dorados del intérprete desde que empezara con dos grandes, Mari Carrillo y Julián Mateos, en 'La historia de los Tarantos' y quedara bendecido definitivamente en 1968 con el premio al actor revelación por 'No somos ni Romeo ni Julieta'.

«No soy una persona famosa, pero qué alegría tener tanta gente que me quiere cada vez que vuelvo a Málaga»

LUCIO ROMERO, actor

«Después mi papel lo hizo en el cine Emilio Gutiérrez Caba y lo mismo me pasaba siempre, pero no me importaba porque lo que siempre me ha gustado es ponerme delante del público que es donde se ve lo que vale un cómico», sostiene Romero, que se acuerda de Javier Bardem, que estaba «imponente» en 'Jamón, jamón', pero después lo eligió el director teatral José Tamayo para el papel de Brando en 'Un tranvía llamado deseo' y «duró una semana de ensayos».

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«Yo hablo sin parar, así que córtame cuando quieras», anima el actor, aunque no da mucha tregua ya que ha vuelto a hilar con el actor de Hollywood que hizo de Padrino. «Tuve tanto éxito que llegué a creerme Marlon Brando, sobre todo en mi tierra donde siempre me han reconocido, aunque yo nunca he olvidado lo que me enseñó Guillermina Soto sobre la humildad», sostiene el intérprete de 'Aprobado en inocencia' y 'La señorita de Trevélez', que relata su paso por el Cervantes con la gira de la revista 'Este tío... no funciona' como «primer actor cómico».

En cuanto a géneros, Lucio Romero se define como un todoterreno que igual le da al drama, al humor, al musical, los monólogos... «Eso del club de la comedia ya lo hacíamos nosotros en los setenta», apunta el intérprete, que dice que el cine le «descubrió tarde» e insiste en que siempre se ha «sentido un actor de teatro».

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Filias y fobias

De sus seis décadas en las tablas guarda gran recuerdo de Fernando Fernán-Gómez –«un hombre culto y bueno, nada que ver con su imagen final»– y del «mejor actor del mundo», José Sazatornil 'Saza', su «maestro». Compartieron escenario y complicidad fuera de las tablas. «Hasta me dio el Fotogramas de Plata que ganó para que yo lo tuviera en casa», revela Romero, que también se ha llevado mal con alguna estrella. Como una primera actriz de cuyo nombre no quiere acordarse, aunque hace unos días la vio en una entrevista en la que pedía perdón a los que ella pudiera haber hecho daño. «Creo que lo decía por mí porque me hizo la vida imposible y quiso echarme de la compañía, pero no pudo», cuenta con aire triunfante, pero sin querer decir el nombre pese a la insistencia.

«Trabajo con jóvenes y a todos les digo que lo que no debe hacer un actor es drogarse. Mi droga han sido los aplausos»

lucio romero, actor

En cuanto al secreto de su longevidad, Romero no puede evitar la sonrisa entre picarona y presumida. La edad es imposible que la admita –«tú di que ya tengo los 80», zanja– y asegura que no se piensa bajar de los escenarios y los rodajes porque está enganchado. Ahora tiene pendiente de estreno la nueva película de Daniel Calparsoro, 'Hasta el cielo', en la que ha compartido pantalla con otro malagueño, Miguel Herrán, además de rodar el pasado verano 'La vida chipén', que retrata la época dorada de la Costa del Sol. «Trabajo con muchos jóvenes y a todos les digo que lo no debe hacer nunca un actor es drogarse para salir a escena», asegura vehemente el intérprete que no tarda en reconsiderar su postura y confiesa: «Bueno, sí que he tenido una droga y han sido los aplausos».

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Su otra droga son los carteles de cine. En sus múltiples giras, aprovechaba para visitar los almacenes de los teatros y salas y pedía carteles de cine. «Muchos los tenían para echarlos a la caldera... así que los salvé de la quema», relata el actor que ha reunido miles de obras, algunos de ellos auténticos incunables cinéfilos, que ha mostrado en numerosas exposiciones por todo el país. Ahora los tiene alojados en una dependencia municipal del Ayuntamiento de Málaga, aunque confiesa que tiene que buscarles una salida y su pensión ya no da para costear los gastos. «Todo lo que he ganado lo he invertido en la colección, pero ahora son un problema. Si viviera otra vida volvería a ser actor, pero no guardaría ni un cartel», asegura tajante y arrepentido.

Y aunque el gesto se le tuerce, vuelve a levantar la mirada a la torre sanjuanesca, esquina con las Cinco Bolas, y se le levanta el ánimo. Tiene que volver a Madrid por trabajo, pero asegura que se quedaría aquí, en casa. «No soy una persona famosa, pero qué alegría tener tanta gente que me quiere porque cada vez que vuelvo encuentro a los de antes y cada vez más jóvenes, muchos de ellos directores, que me aprecian y no sé por qué», expone Romero que no tarda mucho en sonreír y en admitir que, en realidad, sí que lo sabe. «Siempre estoy dispuesto a trabajar en sus cortos y, además, lo hago gratis».

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