La entrevista comienza mal. Por culpa del redactor. Una dislexia con las siglas que anteceden a la palabra Málaga provoca una confusión y que el entrevistado llegue al hotel correcto, mientras el entrevistador y el fotógrafo esperan equivocadamente al protagonista en otra recepción de la ... ciudad. Una llamada, una carrera, otro hotel y un largo vaso de agua después, comienza el interrogatorio a Rodrigo Cortés (Orense, 1973) que no ha perdido la sonrisa y la amabilidad pese al plantón. Curiosamente, el dichoso hotel de este encuentro está junto al escenario en el que el cineasta rodó su única producción en Málaga, el anuncio de una cerveza que convertía la capital en la mismísima Nueva York. Pura magia para una ciudad sin rascacielos. Pura mentira. En el Festival de Málaga también presentó su debut como cineasta, 'Concursante' (2007), donde recibió sus primeros aplausos y sus primeras tortas por su apuesta por un cine diferente, contemporáneo e internacional que le ha llevado a trabajar con Robert de Niro y Uma Thurman. Hace unos días, volvió para presentar en la librería Luces su segunda novela 'Los años extraordinarios', probablemente su obra más personal, en la que con humor, mala leche elegante e imaginación rescata las memorias investadas de Jaime Fanjul.
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-Con Fanjul no ha creado un personaje sino toda una vida para escribir sus memorias. ¿De dónde surge?
-Apagando el cerebro y sin plan ni propósito. Mientras montaba la película 'Blackwood' y esperaba una llamada de Los Ángeles, tenía que hacer tiempo en una cafetería y me encontré tecleando: 'Nací el 18 de octubre de 1902'. En tres semanas tenía 30.000 palabras, pero no tenía mapa ni nunca supe quién era y lo que iba a suceder hasta el final.
-No es nada parecido a lo que ha hecho, al menos en cine.
-Efectivamente. El que solo conozca mi película 'Buried' se sorprenderá. El que conozca 'El concursante' ya habrá tenido acceso a otros aspectos. El que haya leído mi novela anterior -'Sí importa el modo en que un hombre se hunde'- le sonará algo más y el que siga el 'Verbolario' no se sorprenderá ante cierto manejo de la ironía o el contraste.
-¿Entonces estamos ante un compendio de todo Rodrigo?
-De forma inevitable. Cuando me preguntan si me parezco a Jaime suelo responder que no, que a lo que me parezco es a la novela.
-¿Qué es la literatura para un cineasta?
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-Soy incapaz de concebir la cámara sin pluma y la pluma sin cámara. Y aunque solo sea por razones cronológicas, soy antes escritor que cineasta. Pero no es una vocación sobrevenida, sino que es una parte de lo que soy. Y son universos completamente distintos que se guían por lenguajes completamente distintos. El mundo del cine requiere una estructura sucinta y toda semilla que se siembra tiene que ser recogida en el último acto. Lo fundamental es la trama y el personaje se define por sus actos. La literatura es distinta, es el terreno de la mirada, de la vocación de las resonancias y de la sensorialidad del lenguaje. No es tan importante la trama como el modo en el que el protagonista discurre. Son poco intercambiables y, de hecho, la verdadera literatura no es muy adaptable a la pantalla. Al cine le gusta las novelas de trama y narrativa, mientras que la literatura más evocadora se traslada mal al universo cinematográfico.
-Pues su novela no tiene fácil adaptación...
-La veo casi inadaptable, porque es más importante la mirada de Fanjul que lo que le sucede y su forma de digerir el mundo. Y en lo presupuestario será inabordable porque será atravesar el siglo XX entero, varios continentes y con cinco milagros por página...
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-Nada más que llevar el mar a Salamanca ya asusta a un productor…
-Habría que utilizar técnicas de cine mudo o de ópera, con lonas moviéndose, llevarla a un terreno poético.
-La novela es difícil de etiquetar. Tiene mucha ironía, humor y mala leche sin perder la elegancia. ¿La bautizamos como rodrigocortesiana?
-Ja, ja. Me hace gracia lo que dices porque un profesor de literatura del instituto nos pidió un texto y al final me puso una nota que decía: 'Tiene usted mucha mala leche lúcida». Creo que es una cosa muy gallega que son mis orígenes y tiene que ver con Cunqueiro, Fernández Florez y esa magia tan aterrizada y natural en la que un personaje puede volar pero solo cinco o seis centímetros por encima del suelo o se puede hablar con los fantasmas pero solo por el rabillo del ojo y por la izquierda. Es un terreno en el que puedes inventarte las reglas, pero tienen que ser tangibles.
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-No sé si una de las reglas era divertirse escribiéndola porque da la impresión.
-(Sonrie, hace una pausa) Esa es la impresión.
-¿Entonces lo ha sufrido?
-Pues sí, porque esa forma de trabajar en la que no sabes a donde vas y que además inventas un mundo que atraviesa el siglo XX por la vía de servicio suena a muy divertido, pero cada día es un trabajo de pico y pala. Y con muchas dudas: ¿Qué coño hago ahora? ¿Podré sostener esto hasta el final? ¿Tiene sentido? ¿Habrá alguien al otro lado cuando acabe esto? Al terminar el primer borrador es cuando empezó lo divertido, lo placentero, la reescritura, que es la verdadera escritura, la de la música. Lo duro ya estaba hecho, ya sabía quien era Jaime y lo que había pasado, por lo que ya no había que picar, sino pulir.
-Sí que ha encontrado gente al otro lado ya que la novela se publicó hace un año y aquí sigue usted para hablar de su libro…
-Soy el primer sorprendido. Nadie estaba seguro de que el lector respondiera de esta manera, porque las recomendaciones teóricas del mercado no se correspondían con este personaje de Jaime que hace poco esfuerzo por ser querido. Pero el lector lo ha acogido, adoptado, perdonado y vibra con sus propuestas por insensatas que sean. Y se siguen produciendo reediciones que me han traído a Málaga un año después.
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-Hace cine, novelas, artículos, podcats… ¿de dónde saca tiempo?
-Pues honestamente, renunciando al sueño. Duermo cuatro o cinco horas y no por insomnio. Si pudiera dormir más lo haría, pero si haces todas estas cosas... Trato de pensar que son mis años extraordinarios y ya habrá tiempo para dormir.
-Su última película, 'El amor en su lugar', es uno de sus trabajos más personales, pero solo logró dos nominaciones técnicas en los Goya. ¿Le penaliza la apuesta por un cine internacional?
-No hay forma de saberlo porque la Academia no es una señora, sino miles de votantes y cada uno de su padre y de su madre. La película llegó tarde y hubo poco tiempo para verla, aunque sin embargo tuvo presencia en los Feroz y en las medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos. Me siento reconocido y agradecido. En cuanto a las razones por las que no estuvo en los Goya solo queda concluir que hubo cuatro películas que gustaron más.
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-El cerco a ciudades como Mariupol en la guerra de Ucrania no se diferencia mucho de lo pasan los judíos en el gueto que retrata su último filme sobre la II Guerra Mundial.
-La película no tiene ninguna voluntad de resonar con el mundo contemporáneo ni establecer una metáfora del mundo actual. Pero cuando respetas una historia y no tratas de dar lecciones, es cuando consigues que algo sea universal sin buscarlo porque inevitablemente va a resonar con las verdades y experiencias de cada espectador. En cambio cuando tratas de subirte a una banqueta para dar una lección, probablemente lo único que vas a dar es una turra que nadie te ha pedido. La peli habla de un grupo de actores que quiere interpretar una función en las condiciones más improbables e inadecuadas. Y eso significa mucho para los que asisten.
-¿En la película hay toda una declaración de amor al teatro?
-Sí. Yo comencé en el teatro antes que en el cine. Empecé a escribir mis primeros sketch para un café teatro y yo mismo era uno de los actores, muy malo, pero me dio una visión muy real que me ayudó después en la relación con los actores. Y esta película es sobre todo una historia de actores que no pueden evitar hacer lo que hacen por razones hermosas y terribles, por necesidad de los demás o por el aplauso que es lo único que les alimenta. Y todas esas sombras y luces que son humanas están en la película.
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-Es curioso como Rusia utiliza lo del antinazismo como coartada para la invasión.
-Hablamos demasiado. La definición de antialgo suele ser algo. En la propia película trato de caer lo menos posible en ese cliché e incluso el desarrollo del alemán trata de no ser el del malvado que se retuerce el mostacho, y no porque tenga buen corazón, sino porque tiene una energía inquietante que a veces es dulce y perturbadora por esa razón.
-¿Qué recuerda de su primer paso por el Festival de Málaga, con su ópera prima, 'Concursante'?
-Fue un gran pase, con enormes aplausos y ovaciones con la gente en pie, pero después descubrí que eso era habitual en el festival…
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-Pero la película ganó el Premio de la Crítica por lo que la cinefilia de aquel público quedó acreditada en este caso…
-Es cierto. Fue muy emocionante. Era la primera vez que una criatura de larga duración se sometía a consideración y fue una prueba inédita para mí. Y descubrí que la experiencia era mucho más relajada que en el corto, cuya única función era ganar o perder el premio de turno. En el largometraje tiene además un terreno más competitivo porque se estrena en un cine y la gente va a verla. No es un combate de boxeo entre películas. Pero guardo un gran recuerdo de aquella noche.
-Ya entonces sorprendió por su forma de rodar que tenía que ver más con el lenguaje de Hollywood que con la tradición hispana. Aquella ruptura no fue del todo entendida.
-Somos lo que comemos y, tras décadas de admiración a Scorsese, imagino que alguna huella me dejó. Pero mi voluntad no era romper nada, aunque me encontré con una reacción que no diré hostil, pero si un 'quién te crees que eres' por parte de algunos. Fue una lección interesante porque yo en mi ignorancia e inconsciencia pensaba que sería bien recibida porque creía que estaba bien lo que había hecho. Allí empecé a bregar con el mundo de las expectativas y decidí que lo único que podía hacer es seguir haciendo cosas. Cuando haces una cosa se interpreta que eso es lo que eres, cuando haces una segunda cosa se va abriendo el rango y cuando haces cuatro cosas ya no parece que quieres romper nada, sino sólo expresarte. Así que todo se ha ido relajando.
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-Usted rodó aquí al lado una publicidad que convertía Málaga en Nueva York pese a que no tenemos rascacielos. ¿En el cine todo es mentira?
-Todo es mentira. Pero también en la literatura y en los telediarios. Solo existe un género que es la ficción. Ni siquiera el documental es inocente porque decides como encuadras y qué dejas fuera. Aunque por encima de todo, el cine es la gran mentira, el arte de la prestidigitación. Es una mentira pactada con el espectador que sabe que le vas a engañar y va a que le engañes. Como en un espectáculo de David Copperfield. Ya sabes que no vuela pero te lo creas. Y ese Nueva York se hizo con un teleobjetivos, varios coches, uno amarillo que ni siquiera era un taxi pero dabas por hecho que lo era, un oriental saliendo del auto... y colaba. Claro, todo esto iba después de un plano del Empire State, así que no había duda.
-Ha trabajado con algunos de los mitos del cine actual, como Robert de Niro, Sigourney Weaver, Ryan Reynolds o Uma Thurman. ¿Cómo son en las distancias cortas?
-No soy mitómano. Nunca lo he sido, lo que no significa que me sienta honradisimo y comprenda la improbabilidad estadística de trabajar con ellos. Pero cuando lo haces no puedes tener en cuenta el apellido. De alguna manera, el de 'Taxi Driver' y 'Toro Salvaje' es un concepto, pero quien tienes enfrente ya no es un concepto sino un actor y lo que tiene que hacer es sacar adelante el trabajo. No es bueno conocer a De Niro y llevarle un DVD de 'Uno de los Nuestros' para que te firme. Aunque siempre hay algo incongruente, porque a veces te despiertas y te preguntas qué hago yo aquí porque en esa ecuación claramente el que sobra eres tú. Pero ellos son lo que son porque son extraordinarios actores y, después de tantos años, lo que llevan encima es una profesionalidad increíble, porque si no nadie sobrevive a este mundo. Han vivido de todo, por lo que aportan una verdad increíble.
-Pero todo no habrá sido tan maravilloso siempre…
-No, he sido muy afortunado. Siempre escucho hablar de historias de divismo y peleas, pero yo solo me he encontrado con actores generosos que eran conscientes de que tenían que dar la réplica. Nadie nos pidió que alfombraramos con petalos amarillos la caravana ni alimentarlos con papaya o que no le miraramos a los ojos. Fue muy parecido a trabajar con Eduard Fernández con quien también alucinas con cada cosa que hace.
-¿Qué será lo próximo? Y no diga que dormir.
-Los proyectos solo merecen la pena cuando dejan de hacerlo y si hablas de que vas a hacer una película de un carnicero con Al Pacino y, al final no la haces, lo que es muy probable, puedes pasarte 20 años hablando de qué pasó con la película. En algún momento algo emergerá, aunque si te puedo decir que el 22 de septiembre publicamos una edición en libro de 'Verbolario' -las personales definiciones de palabras que publica a diario en 'ABC'- para que funcione como diccionario apócrifo. Ese es mi próximo estreno.
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