Martínez Virel, el desconocido padre del cine en Málaga

Solo hay que teclear sus apellidos en Google para comprobarlo. Escribimos «Martínez Virel» y el motor de búsqueda tarda apenas un segundo en arrancar y devolvernos la biografía de un pintor y reconocido retratista malagueño, aunque nacido en Badajoz en 1890.

Incluso aparece destacado en los primeros puestos la venta de uno de sus cuadros por 6.000 euros. Si bajamos un poco, la segunda entrada más común son fotos de pisos a los que dan ganas de irse a vivir ya que se encuentran en la calle Antonio Martínez Virel, en plena Malagueta, esquina con el mar. La mezcla de su biografía y su noble situación en el callejero de la capital permite concluir que estamos ante uno de los grandes pintores del siglo XX en Málaga. De hecho fue el preferido de los alcaldes de la capital hasta el punto de que el nombre del artista es de los más repetidos en la exclusiva galería pictórica de regidores de la Casona del Parque. De lo que no se dice nada es de la otra gran aportación que este incansable creador dejó para la historia: el cine. Su carácter innovador lo llevó a los fotogramas y, junto a Francisco García González, fue el padre de la primera película de ficción con sello local, 'No hay quien la mate' (1928), mientras que tras la guerra fue el introductor de los grandes carteles en las fachadas del Goya y Málaga Cinema. Una aportación tan olvidada como aquella película pionera, aunque, paradójicamente, el cine salvó al artista en la posguerra cuando sufrió las represalias de la dictadura por su condición de republicano.

El rodaje de 'No hay quien la mate' traspasó las fronteras de Málaga y llegó a la prensa nacional y a la revista cinéfila más importante de los años veinte, 'La pantalla', que publicó fotos de la filmación en las calles de Málaga de esta cinta. El semanario saludaba este intento de ampliar el «arte nacional» desde el sur y fuera de los centros de producción cinéfilos de Madrid y Barcelona, a la que vez que destacaba la «gran constancia» de sus autores para vencer las «enormes dificultades» del rodaje.

El «alma» de la película fueron Martínez Virel, que además se encargó de la dirección de fotografía, y García González, ambos profesores de dibujo de la Escuela Normal que se sintieron tentados por el cine y pusieron en marcha la primera producción de ficción de Málaga. Hasta entonces, desde la ciudad solo se habían promovido documentales.

«Mi abuelo fue un innovador y le gustaba el riesgo artístico, así que, como en todo lo que hacía, se metió a tope», relata la nieta del artista, María Jesús Páez Martínez Virel, sobre el carácter emprendedor del pintor. Aunque la firma del retratista era ya famosa y sus obras colgaban de numerosas residencias de la burguesía malagueña, el creador tenía debilidad por las artes escénicas y también había creado telones para el Teatro Cervantes y otros coliseos de la capital.

Así que la aventura del cine fue un paso lógico en su trayectoria. Más aún con el apoyo de otros artistas malagueños ya que, además de hacer tándem con García González, entre los actores que protagonizaron 'No hay quien la mate' se identifica al caricaturista y acuarelista José Sánchez Vázquez, en un reparto que encabezaron Josefina Avilés, Isabel Molina, Carlos Gutiérrez y Rafael G. Guardado.

Apenas tres fotos de rodaje con estos actores han sobrevivido de aquel proyecto que, como el 90% de la producción del cine mudo, desapareció con la llegada del sonoro. Como pasó con el Super-8, el VHS o el DVD, al llegar un nuevo sistema los filmes silentes se tiraron a la basura y la mayor parte desaparecieron. «Hay muy poca documentación sobre la película e incluso hemos rebuscado en sus papeles, pero no hemos encontrado nada», se lamenta la nieta de Martínez Virel. Efectivamente, los escasos datos de 'No hay quien la mate' dejan en sombra hasta al enigmático argumento del filme del que solo han trascendido la «ambientación andaluza» de la trama y los personajes de unos estudiantes, una acaramelada pareja y un sereno borrachín, refutada por los tres fotogramas que nos han llegado y en los que se intuye un tono de comedia.

Pura conjetura que, no obstante, confirman los descendientes del cineasta y pintor al desvelar para SUR la clave de la trama: «Mi abuelo nos preguntaba: '¿Sabéis a qué se refiere el título de 'No hay quien la mate?' Pues a una mosca», recuerda María Jesús Páez sobre el hilo conductor de este filme. Las situaciones cómicas fueron así el motor de esta esforzada y divertida producción con la mosca detrás de la oreja que también se corresponde con la propia personalidad de Martínez Virel que, según su familia, nunca perdió su «humor extremeño» y «le encantaban los juegos de palabras en lo que algo parece lo que no es, como en el título y la trama de la película».

Esta aventura cinéfila surgida de un grupo de artistas de la ciudad no tuvo continuidad, aunque Antonio Martínez Virel continuó su vinculación como escenógrafo de los teatros de Málaga y con el cine como introductor de los grandes carteles que anunciaban los estrenos en las fachadas de los cines. Una época oscura no solo por la dura posguerra, sino por las represalias que sufrió el pintor. A Martínez Virel también se le ha reconocido poco su aportación al patrimonio malagueño como miembro de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico, que creó la Sociedad Económica de Amigos del País tras desatarse la guerra civil. Aquel órgano salvó de la quema numerosos cuadros, esculturas y piezas de arte sacro de la Catedral y otras iglesias, aunque eso no fue tenido en cuenta tras la entrada de las tropas de Franco en la ciudad. Más bien todo lo contrario. Martínez Virel fue apartado de su puesto y encarcelado. Una penosa situación que se unía a la muerte de su mujer y una hija en 1936 y la necesidad de mantener a sus otros diez hijos.

«Hace un tiempo me escribió una mujer por Facebook para preguntarme si yo era nieta de Martínez Virel porque resulta que su abuelo, que era carabinero, estuvo detenido en la misma celda que el mío y le hizo un retrato con lo que tenía a mano. Poco después lo fusilaron y su familia todavía conserva el dibujo firmado por mi abuelo», recuerda emocionada María Jesús Páez. El pintor fue liberado seis meses después por la intercesión de Juan Temboury y Francisco Báguenas, aunque no se libró de la depuración.

Fue apartado de su cátedra de dibujo, a la vez que los encargos decrecieron. Así que se refugió en el cine. Como cuenta Julián Sesmero, Antonio Martínez Virel fue el introductor de los monumentales carteles de los estrenos en esa Gran Vía malagueña que formaban Goya, Málaga Cinema y Echegaray. Algunos de hasta seis metros de altura –casi tres plantas– como el que pintó en 1941 para la película 'Pigmalion', con Leslie Howard.

La publicidad también salió al encuentro del artista en esta época –la familia conserva la imagen de un mural con el icónico personaje alemán de Cerveza Victoria– hasta que le devolvieron su cátedra.

Aunque con trampa. En lugar de Málaga le asignaron plaza en Logroño. Renunció y siguió manteniendo a su familia con el trabajo en su estudio de calle Dos Aceras, aunque finalmente volvió a dar clases.

«Eligió a sus hijos. Mi abuelo era una persona muy generosa y no vivía de rencores, por lo que trazó una línea y no estaba todo el día hablando del pasado», recuerda su nieta que vivió con su abuelo los últimos años de su vida. Toda la familia heredó esa buena mano para pintar, aunque ninguno de sus hijos siguió sus pasos. Eso sí, el bisnieto Markus León Páez ha retomado ese legado artístico.

Con 94 años, Martínez Virel vivió una gran antológica en la Sociedad Económica que lo devolvió a la primera línea con titulares de prensa que lo reivindicaban como 'El pintor de la independencia'. Pero no solo fue un gran retratista. También fue el pionero del cine en Málaga, el introductor de la cartelería de película en las salas y el salvador del patrimonio artístico-religioso de la capital. Tuvo tantas vidas como esa mosca de su película con la que nadie podía acabar.

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