Secciones
Servicios
Destacamos
Cuando se habla del ya eterno Sean Connery y su relación con Málaga, la película más repetida es ‘Goldfinger’ (‘Dedo de oro’). Pero las razones no son cinéfilas, sino judiciales ya que hay que reconocerle a la policía su ironía al denominar el caso de corrupción urbanística en el que estuvo envuelto el actor escocés con el título de su película de James Bond más dorada. Pero antes de que el espía al servicio de su majestad se comprara casa en Marbella y cambiara a su graciosa reina por la corte hedonista del príncipe Alfonso de Hohenlohe-Langenburg, fue un visitante temporal de la Costa del Sol a golpe de rodajes. Concretamente, hasta tres producciones anunciaron por aquí a Connery, Sean Connery. Aquellas cintas que descubrieron a un tipo amante de la diversión y el flamenco tras los rodajes, mientras que en el plató mostraba carácter y su propio camino. Aunque a veces se equivocara, como le ocurrió con su último rodaje por estas tierras.
Sean Connery se embarcó en las grandes producciones para la gran pantalla precisamente en el puerto de Málaga. Tras varios papeles en series de televisión, su primera oportunidad le llegó con un 'thriller' para la Metro Goldwyn Mayer, 'La frontera del terror' (1957), aunque su nombre no aparecía con letras grandes ya que las estrellas de la función eran el norteamericano Van Johnson y la francesa Martine Carol. A Connery le tocó el papel de marinero borracho que intentaba sobrepasarse con la prota, mientras el bueno de Johnson lo ponía en su sitio con unos cuantos mandobles.
La película, que contó con un amplio presupuesto de 40 millones de pesetas de la época, un equipo de más de 150 personas, una caravana de hasta medio centenar de camiones de apoyo y reservas en el Hotel Miramar, se rodó fundamentalmente en la Casa de Botes y el puerto, que simulaban ser Atenas, aunque solo hay que fijarse un poco para comprobar que, paradójicamente, aquella Grecia de mentira tenía una Farola que era clavada a la de Málaga. Lo que también ha quedado documentado es que Sean Connery fue el que, con diferencia, aprovechó más y mejor aquella estancia en la Costa del Sol. Y es que cuando el rodaje daba el último golpe de claqueta de la jornada, el actor escocés se iba de tablao con algún miembro del equipo. Y, entre bulerías y soleás, acababa de juerga y dejándose fotografiar con cuadros flamenco. Aunque tal vez lo hacía para meterse en el etílico papel que le había tocado en la película.
Para el recuerdo ha quedado la imagen de una de aquellas noches, con el escocés arrimándose al duende de bailarores y cantaores. La foto forma parte de la colección del experto Paco Roji, que también identifica a unos jovencísimos artistas llamados a convertirse en grandes del flamenco: los bailaroes Carrete y Pepito Vargas, la cantaora La Cañeta de Málaga y la bailaora La Quica. Lo que no hay duda es que la sonrisa de Connery en la instantánea lo dice todo. No hay duda de que su entrada en Málaga fue de lo más divertida, por lo que no es extraño que acabara echando aquí raíces. A lo que hay que unir que el director del filme fue Terence Young, que ya vio que aquel chico prometía. Cinco años más tarde, el realizador le daba su gran oportunidad al dirigirlo en la película que lo lanzó a la fama: '007 contra el Dr. No'.
Una década más tarde de aquel primer rodaje, una película de Connery volvía a recurrir a las localizaciones malagueñas. Para entonces, el actor escocés ya se había convertido en el agente secreto más famoso de la historia del cine y, de hecho, la quinta película de la saga, 'Solo se vive dos veces', llegaba con las cámaras y todo un escuadrón de helicópteros para convertir el cielo de la Costa del Sol en parte de Japón. Como suena. En esta aventura, el actor, que ya decía eso de «Connery, Sean Connery», estrenaba un moderno autogiro de una plaza con el que se enfrentaba a amenazantes 'libélulas' niponas que trataban de evitar que el espía diera con la guarida de los malos en un volcán. La serie Bond había tenido tanto éxito que la productora incluso importó toneladas de cables y lonas para convertir un monte de Mijas en un volcán de cartón piedra y rodar todas aquellas escenas aéreas.
Durante semanas se tomaron planos y planos de la batalla entre helicópteros, pero la paradoja es que el espía Sean Connery fue más bien el hombre invisible ya que todo aquel rodaje lo realizó la segunda unidad de la filmación, por lo que un doble sustituyó al actor que fue después intercalado con escenas rodadas en estudio a las que se añadía el fondo del cielo y el paisaje malagueño. A aquella visita fantasma se unió un tercer rodaje la década siguiente, 'Cuba' (1979), que sí trajo de vuelta al escocés en su etapa 'post-Bond' en la que intentaba hacer olvidar al agente secreto con proyectos personales o diferentes. La presencia de Richard Lester en la dirección, con el que Connery había rodado 'Robin y Marian' (1976), convenció a la estrella para participar en esta película que contaba con un escollo: la imposibilidad de rodar en Cuba.
La solución fue buscar en Andalucía ese ambiente caribeño, por lo que las plantaciones de caña de azúcar de la desembocadura del Guadalhorce se convirtieron en los escenarios de la escena cumbre en la que los guerrilleros barbudos de Castro tratan de derrocar al dictador Baptista. Una guerra en la que se ve atrapado el mercenario inglés interpretado por Connery que, entre tanques y disparos, nos dejó una colección de imágenes cubanas muy reconocibles como los ya desaparecidos depósitos esféricos de La Térmica, el edificio de viviendas de Sacaba Beach, la cercana Playa de la Misericordia y las plantaciones de la ya desaparecida Azucarera.
De aquella visita no queda testimonio gráfico de las noches de Connery, aunque el director Richard Lester hizo alguna que otra revelación años después sobre el rodaje de 'Cuba' al recibir un homenaje en Benalmádena. «El problema de algunos era lo que hacían de noche, aunque por la mañana cumplían como grandes profesionales», sentenció el director con una de cal y una de arena… y sin dar nombres. El caso es que la película no tuvo una gran acogida y el propio actor escocés no quedó muy contento. «No he cometido muchos errores en mi vida, pero reconozco que tuve uno con 'Cuba'», se sinceró el actor años después. De lo que no se arrepintió fue de conocer mejor aquel caribe con sabor Mediterráneo que era Málaga. Poco después le compraba al cineasta Edgar Neville su maravillosa mansión marbellí de vacaciones, 'Malibú', y la convertía en su residencia veraniega. Hasta que la vendió en una operación dudosa y se convirtió en el centro de la trama del 'caso Goldfinger'. Pero esa es otra película.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.