Alejandro González Iñárritu
«Hace 40 años dormí dos días en las calles de Málaga. No tenía dinero para el hotel»Secciones
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Alejandro González Iñárritu
«Hace 40 años dormí dos días en las calles de Málaga. No tenía dinero para el hotel»La última –y primera– vez que lo entrevisté fue el pasado septiembre en San Sebastián. Entonces presentaba su película 'Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades' (2022), una suerte de fábula personal en la que Alejandro González Iñárritu (Ciudad de México, 1963) coquetea con la ... autoficción para mostrar su propia trayectoria personal y sus obsesiones. Una percha perfecta para hablar de su biografía. Pero de un episodio que suena a ficción de una de sus películas: su breve paso como gogó por la mítica discoteca Piper's de Torremolinos. De regreso a Málaga para clausurar este sábado Verdial-Fiesta de las Letras y la Cultura Iberoamericana (La Térmica, 20 horas), nos encontramos de vuelta. Va vestido con ropa 'oversize' y sandalias, con pinta de monje oriental, y nos da algunos detalles más de aquel viaje iniciático en el que se gastó todo el dinero en un casino y acabó comiendo limones y durmiendo en la calle. La memoria se mezcla con el presente en esta entrevista con el cineasta que fascinó al mundo con 'Amores perros' (2000) y ha ganado cuatro Oscar con 'Birdman' (2014) y 'El renacido' (2015), que defiende que el éxito y el fracaso son pasajeros, que no le ha dado a las drogas duras porque ya le «vuela la cabeza» y que se dedicó al cine porque es un «músico frustrado».
–¿No volvía por aquí desde que bailó en Pipers?
–Hace cuarenta años exactamente. Desde el 82 o 83.
–No reconocerá la ciudad.
–Nada. Mi recuerdo es la zona del puerto. Ayer –por el jueves– fui a La Térmica y pasé por el lugar donde se toma el ferry a Melilla y por ahí dormimos. A unas cuadras estaba el consulado mexicano, donde con tres amigos tratamos de conseguir un papel para viajar a Marruecos. Lo conseguimos, pero dormimos dos días en las calles porque no teníamos dinero para el hotel. Ahora Málaga ha cambiado, pero las circunstancias también. Esa es la bendición de la impermanencia. Nos hacemos viejos, pero suceden cosas buenas.
–¿Quiere decir que esta noche ha dormido mejor?
–Ja, ja, un poquito mejor.
–¿Y cómo fue lo de bailar en Piper's?
–Nos quedamos sin dinero. Mi amigo Jaime San Bernardi y yo teníamos un poco de plata y nos paramos donde había casinos. Creo que en Marbella. Aquello era una novedad y, como clásicos adolescentes, dijimos: ¿por qué no lo apostamos y hacemos el triple? Se bajó mi amigo, entró al casino y salió sin un peso. Luego probamos con un torneo de tenis en el que había dinero de por medio. Mi amigo jugaba muy bien, yo, mucho menos. El torneo estaba organizado por un tenista famoso, ¿cómo se llamaba?
–¿Manolo Santana?
–Sí. Evidentemente, mi amigo perdió de nuevo. Literalmente, estuvimos comiendo limones de la calle o si alguien se paraba de la mesa, nos robamos un pedazo de pan. Afortunadamente, unos días antes habíamos entrado al Piper's y nos habíamos hecho amigos de unas camareras muy simpáticas. Estábamos durmiendo en la playa, tratando de saber cómo íbamos a regresar a Madrid. No teníamos dinero para pagar el autobús y de pronto nos encontramos en la playa con estas camareras que nos consiguieron un trabajo. Pero éramos un desastre y nos corrieron al siguiente día. Al final, ellas nos prestaron dinero para el autobús de regreso. Fue una aventurilla muy muy divertida.
–¿Se pasará por allí?
–Sí, tengo ganas de ir a ver Torremolinos que imagino que se habrá desarrollado como Cancún.
–Ya no es aquella Costa del Sol de la movida.
–Fue una época impresionante. En Madrid vivía en Malasaña e íbamos al bar La Vía Láctea, que ahora es un mito icónico de la época. Recuerdo cuando llegamos que veíamos en todos los bancos de las calles y en los árboles pinchadas las jeringuillas de ácido, de la droga. Era como una epidemia impresionante. Y me tocó vivir esa época, ese 'boom', ese despertar de todo lo que no se había hecho en 30 años y se estaba haciendo en un par de semanas. Muy fuerte y muy divertido también.
–No me resisto a preguntarle cómo fue su relación con ese mundo de las drogas…
–Yo fumaba nada más. Me gustaba más el hachís que la marihuana. Pero nunca hice drogas duras en mi vida. Siempre me dieron mucho miedo. Estoy muy loco como para meterme alguna cosa de estas que me vuele la cabeza más de lo que estoy. Ya sería demasiado.
–Ja, ja. ¿Lo de hoy en Verdial va ser entonces más fácil que lo de contonearse en una discoteca?
–Ja, ja. Va ser una plática agradable con mi amigo Jorge Volpi y estoy contento de estar aquí.
–En el festival le ha precedido el escritor y premio Cervantes nicaragüense Sergio Ramírez, que dijo que no pudo ser director de cine. ¿Qué no pudo ser usted?
–Soy un músico frustrado. Envidio la posibilidad que tienen de crear en soledad. Como los escritores. Ayer fui a cenar con Sergio Ramírez, al que no conocía personalmente y me pareció un hombre de una sabiduría, de una belleza y de una dignidad ante lo que está pasando tanto él como su mujer. El sentido del humor con el que lleva estar exiliado de esa forma y sin ser víctima, me pareció una inspiración hermosísima. Y le decía que me parecía hermoso el poder escribir en soledad, como un pintor o un músico. El cine es un arte de colaboración y es hermoso por eso mismo, pero también es muy complicado por la multitud de voces con las que hay que lidiar. Tiene, repito, muchos beneficios y privilegios, pero es mucho más fuerte y demandante físicamente. Por contra, la música me parece el arte más elevado de todos. Yo soy cineasta porque no pude ser músico.
Alejandro González Iñárritu
Cineasta
–¿Y cómo es su relación con los compositores de sus películas?
–Extraordinaria. Las primeras cuatro películas fueron con Gustavo Santaolalla, que es como un hermano. Luego, con Antonio Sánchez, baterista mexicano de jazz, hice 'Birdman', y con Ryūichi Sakamoto, hice 'The Revenant' ('El renacido'), del que fui muy amigo y en paz descanse. Su compañera Mónica me pidió editar un disco y seleccioné 20 temas que muy poca gente conoce de la carrera solista de Ryuichi que acaba de salir y se llama 'Travesía'. Y he trabajado con Bryce Dessner ahora en 'Bardo'. Mi relación con ellos ha sido la más gozosa dentro de la película. Me encanta.
–¿Y se deja llevar o tiene claro lo que quiere de la música?
–Tengo mejor oído que ojo y creo que entiendo el lenguaje de los músicos. Sé bien lo que quiero y lo que necesita la película, por lo que la relación es muy cordial y libre. Pero también estos músicos, que son brillantes, me sorprenden y encuentran una nota que supera lo que yo sueño. Si te das cuenta, nacemos con un sonido, un 'bit'. Cuando estamos dentro de nuestra madre, escuchamos la percusión de su corazón y del nuestro. Y cuando morimos, se acaba ese 'bit'. La vida empieza y termina con el sonido. El ritmo es Dios. Entonces, necesito saber el ritmo, el género, el tempo, escuchar como suena la película antes de hacerla. Pero bueno, hacer música ya son otras palabras.
–Volviendo a Sergio Ramírez, ¿se imagina que le arrebataran su nacionalidad?
–Del exilio hablo mucho en 'Bardo'. En cuanto al exilio político forzado, Sergio cuenta que ha sufrido dos: con Somoza y ahora con este señor Ortega. Y te das cuenta que la nacionalidad o, más bien, la identidad no tiene que ver nada con un papelito. O sea, nadie te puede quitar tu identidad ni esa vida interior ni ese arraigo que proviene de algo mucho más profundo e intocable que una expresión política. Es un poco ridículo que este pobre hombre, este pobre dictador se convierta en la patria físicamente y pueda tomar la libertad de decir a un señor que ya no es nicaragüense y que le va a quitar sus propiedades, su pasaporte y su nacionalidad. Es una idiotez que parte de su ignorancia de llegar a sentirse un mesías, un dios que pueden quitarte tu alma. Y el dictador, no importa que sea de izquierda o derecha, es terrible. Llegar a esa idea de poder extirpar a este maravilloso ser de su nacionalidad es estúpido, o sea, no lo va a conseguir. Y ayer lo comprobé. El alma y la identidad van más allá que los papelitos nacionalistas.
–¿Cómo ve la relación actual de Latinoamérica y España?
–Hemos estado juntos, quieras o no quieras, 500 años. Es una identidad compleja, diversa y mixta que se ha estado buscando, peleando y en constante evolución. Todo esto lo trajo el encuentro y es irreversible. Puedes estar en contra, pero vas a perder con la realidad. Hay muchos que quieren intelectualizarla, politizarla, victimizarla, romantizarla... pero creo que lo más importante es asumir lo que somos, esa mezcla. Lo contrario es muy infantil, porque la historia de la humanidad ha sido el mestizaje. No hay nadie que esté puro de sangre y, quien lo intenta, ha sufrido mucho. Vamos a seguir mezclándonos y hoy, con la globalización, ya no es extraño ver un padre danés con una madre brasileña, con hijos que nacieron en Colombia y que viven en México. El purismo va a desaparecer.
–Lleva usted grabado eso que le dijo su padre de «Al éxito dale un buche y escúpelo». ¿Y el fracaso, igual?
–Sí, el fracaso y el éxito son iguales, dos impostores. La edad te enseña que un fracaso o un éxito es un punto de inflexión en un viaje muy largo, pero no es el principio ni el final de nada. El éxito y el fracaso no duran más que un par de días en tu cabeza; lo demás es una masturbación intelectual.
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