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Lo de trabajarse una carrera le suena extraño. Lo suyo es más bien un obsesión casi militante por el aprendizaje personal. Dejó el olor a salitre de Pedregalejo por su sueño de cine en la ESCAC de Barcelona, pero se llevó la historia personal de su abuela que convirtió en su corto fin de estudios, 'Mi ojo derecho' (2013). Un pequeño pero aplaudido filme que descubrió el talento de Josecho de Linares (Málaga, 1984), que arrasó con más de un centenar de premios en festivales de todo el mundo. Perdió la cuenta de los galardones. Después llegó al largometraje con 'Desaparecer', un proyecto sobre la generación perdida de la crisis económica y la falta de perspectivas. Una situación que conocía de primera mano. La película fue seleccionada a concurso en el Festival de Málaga de 2018, pero el director no llegó a presentarla. Meses antes se había embarcado en un nuevo viaje. Literalmente. Con destino a Suramérica y sin guion ni billete de vuelta. 28 meses después está de nuevo en casa al sentir que, en este tiempo de pandemia, su sitio estaba de nuevo junto a sus padres. Ha encontrado el camino de vuelta y ha llegado además con una nueva cinta. Un documental sobre el Amazonas que acaba de estrenar en Youtube, aunque su propia historia da para otra película.
«Me he dedicado a aprender de la vida y de otras personas; he viajado mucho en bicicleta, he vivido al día y, sobre todo, descubrí que era un inútil porque, aunque había dirigido a mucha gente en un rodaje, no sabía vivir a pie de calle», confiesa el malagueño, que salió con 2.000 euros y, pese a que gastaba poco, se ha arruinado en varias ocasiones. Pero siempre salía adelante o encontraba una mano amiga. «He pintado cuadros, he tocado música, he aprendido a hacer pan, he ayudado en una construcción...», rememora este chico para todo y dispuesto a todo que salió de Benalmádena en un barco que le hizo hueco en noviembre de 2017 y siguió haciendo dedo de puerto en puerto por el sur de España y África hasta que cruzó el Atlántico en un velero que lo desembarcó en Martinica.
Ya en el continente, Colombia, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina y, finalmente, Chile han sido sus destinos a pie, en auto-stop o en bicicleta compradas a precio de saldo y arregladas con ayuda de paisanos que iba encontrando. 4.000 kilómetros a dos ruedas, primero con 'La Milagrosa', «porque fue un milagro lo que aguantó», y después con 'Balneario', en honor a la playa de su infancia, los Baños del Carmen, donde ya de vuelta posó para las fotos de Salvador Salas de este reportaje. «Me quedaban sólo 700 pesos uruguayos que era muy poco dinero –14 euros al cambio–, pero encontré un ángel de la guarda que me vendió la bici por 500 y me dejó otros 200 para mí», relata el cineasta, que durante el camino reventó las dos cubiertas y «casi me atropella un coche», pero llegó a Argentina hasta que «a 33 kilómetros de Córdoba, 'Balneario' dijo que no pedaleaba más».
Casas de amigos o desconocidos y un par de árboles entre los que colgaba su hamaca de Decathlon han sido sus alojamientos en estos dos años y pico de viaje en los que Josecho renunció al cine, ya que había dejado de disfrutar con su vocación. De hecho, no llevó cámara alguna y las pocas fotos que se hacía eran para mandar 'pruebas de vida' a sus padres. Pero los fotogramas lo encontraron a él.
En Quito conoció a un estadounidense que construía canoas de energía solar y tenía que entregar una en la remota comunidad Achuar, atravesando la selva Amazónica a pie con la embarcación, hasta llegar al río Pastaza. «Me dijo que me llevaba y que me facilitaba una cámara si le grababa 30 segundos para un vídeo, pero lo que hice fue un documental», cuenta el aventurero malagueño, que por entonces se había quedado sin blanca, por lo que llevaba unos meses en la capital de Ecuador como profesor del Instituto Superior de Cine (Incine) para ganar algo de dinero y continuar viaje. Pero antes de partir aprovechó para montar el documental y volver a la selva para estrenar 'Rumbo al sol de la Amazonia' junto a los propios indígenas y protagonistas del filme. «Ellos son una comunidad minusvalorada, pero verse en una pantalla supuso un reconocimiento que jamás habían tenido y ese fue el regalo que me llevé», explica el cineasta que ahora ha lanzando la cinta en Youtube «para que no se pierda».
Más abajo, en la paradisiaca Chapada Diamantina de Brasil, De Linares volvió a necesitar algo de ingresos, así que repitió la experiencia de enseñar cine con un taller. «Me quedé cinco meses, pusimos el pueblo patas arriba y la gente rodó ocho cortos», recuerda sin ocultar una sonrisa de triunfo. Siguió camino con destino a la Pampa. El deseado sur. El día que estalló la pandemia y cerraron las fronteras, justo acababa de pasar a Chile, donde de nuevo encontró otro ángel. «La tía Anita me acogió en su restaurante durante la cuarentena», cuenta De Linares que una noche tuvo una pesadilla.
«Mi padre, que está retirado, estaba como suplente de sanitarios para ayudar con el Covid-19 y tuve claro que me volvía», cuenta el cineasta, que consiguió subirse a un vuelo de repatriados el 2 de abril. De vuelta tuvo que ver a su familia desde lejos hasta pasar la cuarentena. Y el pasado Día de la Madre pudo regalarle a su padres, Dori y Carlos, el abrazo que se debían. Y contarles que vuelve diferente. «Con los ojos abiertos –no solo el derecho– y el corazón abierto. He descubierto que este mundo está lleno de gente buena».
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