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Boris Karloff, encarna a un escultor ciego que trabaja con cuerpos de muertos para sus obras en 'El coleccionista de cadáveres'.

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Boris Karloff, encarna a un escultor ciego que trabaja con cuerpos de muertos para sus obras en 'El coleccionista de cadáveres'. SUR

El castillo de Frankenstein estaba en Benalmádena

El mítico Boris Karloff sembró el terror en la Costa del Sol en una cinta del 'bikini-horror', 'El coleccionista de cadáveres', en la que encarnaba a un monstruo a su pesar en la fortaleza de Bil-Bil

Lunes, 2 de marzo 2020, 01:16

Fue la criatura de las pesadillas de varias generaciones de espectadores. Hizo de espantosa momia y de maléfico Fu-Manchú, aunque pasó a la historia como el temible y incomprendido Frankenstein. «Al monstruo se lo debo todo», llegó a decir el imponente Boris Karloff que jamás renegó del personaje que inmortalizó en los años 30 en una trilogía inolvidable que cimentó su (mala) fama para la eternidad. Aquel engendro creado con retales de cuerpos por el megalómano doctor que le dio nombre tenía querencia por las sombras de los castillos y encontró la última almena de su terrorífica trayectoria en Benalmádena, en el palacete-fortaleza de Bil-Bil, que se transformó en tétrica morada costera del mítico Frankenstein en 'El coleccionista de cadáveres' (1970), un olvidable título que inauguró el 'bikini-horror'. 

Pese a alcanzar la eternidad, Boris Karloff no llegó a ver el estreno de esta criatura que perpetró el cineasta Santos Alcocer. De eso se libró la estrella de Hollywood que, pese a la presencia en el reparto del francés Jean-Pierre Aumont, fue el gran reclamo de esta coproducción hispano-norteamericana que mezcló el taquillero género del 'boom' turístico de la Costa del Sol ('Amor a la española' y 'El turismo es un gran invento') con el no menos popular cine de miedo. Y el resultado fue este 'bikini-horror', una singular película de glamourosa ambientación playera, suecas, coches descapotables y vistosa estética pop, que se iba transformando en una oscura y gótica cinta de terror de serie B, deudora del clásico 'Los crímenes del museo de cera' (1953).

Imagen principal - El castillo de Frankenstein estaba en Benalmádena
Imagen secundaria 1 - El castillo de Frankenstein estaba en Benalmádena
Imagen secundaria 2 - El castillo de Frankenstein estaba en Benalmádena

En el caso de 'El coleccionista de cadáveres', el imponente Karloff, que curiosamente solo medía 1,80 metros, lo que no le impidió destacar siempre sobre el resto, encarnó en esta cinta a un escultor que crea sus realistas obras a partir de los cadáveres que consigue en el cementerio. Recluido en su castillo al borde del mar tras un accidente que lo deja ciego y dominado por su esposa, interpretada por una pérfida Viveca Lindfors, el artista es obligado a seguir 'creando' por razones económicas y acaba convirtiéndose en un monstruo a su pesar ya que los cuerpos que le suministra su mujer no proceden de la morgue, sino de asesinatos que ella perpetra junto a su amante.

La paradoja del argumento es que parece hablar del propio Karloff que, con ochenta velas negras cumplidas, seguía aceptando papeles infames como éstos que eran capaces de pagar su nómina, pero después no gastaban ni un duro en efectos especiales ni en disimular descarados muñecos que caen por acantilados. Amén de unas inevitables escenas andaluzas con baile flamenco y saeta fuera de lugar. Aunque nada como el personaje presuntamente castizo de la «reina de los gitanos» que en realidad tiene aspecto de bruja zíngara y está importada de una película de terror centroeuropea.

Nautilus, hotel y escenario

Junto al castillo de Bil-Bil, el filme también aprovechó la guerra que tenían los hoteles de la Costa del Sol por albergar a los equipos de rodaje, no solo por tener huéspedes ilustres, sino sobre todo por aparecer en los fotogramas. En este caso, el hotel Nautilus de Torremolinos fue el que salió ganando con escenas más propias de un publirreportaje turístico que de una película de terror. Tampoco faltan imágenes de la Cuesta del Tajo a Playamar y el Bajondillo, ni escenas de playas llenas de cañas -era febrero- que hoy pondrían en pie de guerra al Patronato de la Costa del Sol por la imagen de aquella Málaga.

Ya fuera por el pastiche argumental o por problemas financieros, la cinta tardó cuatro años en estrenarse, una vez que la mítica distribuidora Cannon Films la lanzó con el título internacional de 'Cauldron of Blood' ('Caldero de sangre'). El filme se habría rodado a comienzos de 1967, fecha en la que el mítico Boris Karloff llegó a conceder una entrevista a SUR (ver edición del 17 de febrero de 1967), en la que descubría que Frankenstein también tenía una enorme sonrisa, se ganaba a lo parroquia comparando «estos paisajes con los que he visto en California», decía que tenía contratos para otras cuatro películas -igual de olvidables- y terminaba la entrevista diciendo: «Son las dos y, la verdad, tengo hambre». Y se retiró a su castillo. Genio y figura.

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