Pasea por la calle San Hermenegildo de Sevilla y los viandantes, habituados a verlo, saludan con naturalidad a uno de los actores más reconocibles del cine español, con 14 candidaturas a los Goya, un premio dos veces conquistado por sus papeles en 'AzulOscuroCasiNegro' y 'El ... reino'. Mientras espera que llegue la hora de recoger a su hija Martina en un colegio cercano, Antonio de la Torre (Málaga, 1968) se sienta con una cerveza para hablar de su vuelta a los escenarios, de Putin, de sus proyectos y de la vida.
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–Vuelta al teatro después de una década, ¿intencionada o coincidencia?
–Coincidencia. Es cierto que esta década ha sido muy fructífera con el cine, que han salido proyectos muy, muy interesantes. Cuando me dieron el Goya por 'El reino' eché la vista atrás y dije ¡madre mía!, si me llegan a contar a mí en Ciudad Jardín cuando estaba jugando en la calle Carlos Bruna que me iban a pasar todas estas cosas no me lo hubiera creído. He sido padre dos veces de una niña de 11 años y un niño de 5. Bueno, una mezcla de cosas que hacían poco viable lo del teatro. Es verdad que yo y Manuel Martín Cuenca, director con el que he trabajado en varias películas y ya amigo mío del alma, siempre decíamos, oye tío estaría bien hacer algo de teatro juntos y explorar.
–¿Y qué exploraron?
–Vimos el documental 'Un hombre de paso'. Felipe Vega montó una dramaturgia en torno a ese trabajo de Claude Lanzmann, que entrevistó a Maurice Rossel, antiguo miembro de Cruz Roja Internacional que visitó los campos de concentración de Auschwitz y Terezín. Y aquí estamos y el 5 de junio estaremos en el Teatro Cervantes de Málaga.
–¿Una única función?
–De momento, una función. A mí me gustaría estar más días, porque tengo la ilusión de que hay más paisanos de los que puedan caber en el Cervantes que les puede interesar la función. A ver si hay alguien que tenga un patio grande para poner unas sillas. Lo podemos estudiar. (Risas)
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–Martín Cuenca, Antonio de la Torre y Felipe Vega, tres pesos pesados del cine que se unen para un proyecto teatral.
–Somos la génesis. También están los actores María Morales y Juan Carlos Villanueva, que hacen un trabajo estupendo.
–'Un hombre de paso' se acerca al Holocausto y también a la memoria. ¿La tenemos demasiado flaca viendo la invasión de Rusia en Ucrania?
–Es impresionante la capacidad del ser humano para autodestruirse. Es como si la historia no nos enseñara. Stefan Zweig cuenta perfectamente el periodo de entreguerras en 'Un mundo de ayer'. Relata cómo la gente pensaba que no volvería a pasar más, que estaba tan tranquila en la playa o en la ópera. Y ahora ocurre lo mismo.
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–¿Cree que Putin, como al final le ocurrió a Hitler, se considera un incomprendido?
–Es probable. La violencia nunca tiene justificación, pero explicación sí que la tiene. Tampoco estaba justificada la guerra de Irak o la de Afganistán. EE UU ha iniciado muchas guerras tremendas. Y ahora vemos la iniciativa de lo que parece un loco. Tampoco hay que olvidar que la OTAN no es un club de amigos ni el club de campo al que voy los domingos con mis niños. El único futuro posible es una desmitarilización total, a todos los lados del Atlántico y de Pacífico. Pero bueno, eso es una utopía que ni usted ni yo veremos.
–Me resulta un poco raro hacerle una entrevista a un actor que antes fue periodista. ¿Vamos bien?
–Vamos bien, vamos bien.
–Sus primeras prácticas cuando terminó la carrera las realizó en la redacción de SUR. ¿Aprendió algo?
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–¿De la vida o del periodismo?
–El periodismo no deja de ser un espejo de la vida.
–Fue tan, tan intenso. Con la perspectiva de 33 años después de aquello, lo primero que pienso es en el valor de la ilusión. La primera información que firmé fue sobre la Asociación de Comerciantes del Centro que, no recuerdo qué había pasado, pero me enviaron un comunicado por fax, por supuesto. Yo quería firmar la pieza y me dijeron que por qué, que era un comunicado. Me parecía todo superimportante. Cuando escribí en el especial de la Feria de Málaga creía que estaba escribiendo 'Cien años de soledad' y seguro que era una mierda. Aprendí que la pasión mueve montañas y que al final no hay certezas.
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–Un buen aprendizaje.
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–Hemos hablado de la guerra, del Holocausto, de Putin. Mientras hacemos esta entrevista está reunida la junta nacional del PP. He aprendido mucho desde aquellas prácticas. Hay tanta gente que cuenta tanto las mismas mentiras que se las termina creyendo.
–Cita al PP. ¿Es usted de Pablo Casado o de Núñez Feijoo?
–De ninguno de los dos. Pero siempre he sentido una enorme piedad, una enorme solidaridad y compasión con la gente que sufre la soledad y la derrota. Y he sentido una compasión infinita hacia Casado. Me ha parecido muy cruel. Y mira que le he oído decir barbaridades. La manera que le han abandonado me parece tremenda. Al final hay que tender puentes. Tengo ya 54 años y ya miro la vida de otra manera. Últimamente me acuerdo mucho del poema 'Que la vida iba en serio' de Gil de Biezma. ¿Lo conoce?
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–Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde...
–Pues eso. ¡No hay más preguntas señoría!
-Icíar Bollaín, Ángeles González Sinde y Chus Gutiérrez fueron importantes en el empuje de su carrera. La presencia femenina en el cine, ¿sigue dejando bastante que desear?
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–Es un hecho que hay una desigualdad de género. Algo va cambiando. Lo veo en los técnicos. Tamara Arévalo, que es técnico de sonido y amiga mía, me cuenta que ahora, cuando se monta un proyecto, te dan una serie de puntos en función de diversas variables. El hecho de tener equipos liderados por mujeres puntúa. Pero ahí siguen otros datos, como que, en toda la historia de los Oscar, sólo dos mujeres han ganado un premio a la mejor dirección: Kathryn Bigelow con 'En tierra hostil' y Chloé Zhao con 'Nomadland'.
–¿Con qué persona se sentaría a tomar un café o un copazo aunque tuviese que cruzar el mundo?
–Con Putin, ahora mismo. Ya.
–¿Y qué le preguntaría?
–¿Por qué?
–¿Y con quién no se sentaría nunca aunque le pagasen?
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–No hay nadie con quien no me tomase un café y no le plantase cara. Mirándolo a los ojos.
–Aprendió que el peor enemigo del periodismo...
–Es no querer tomarse un café y no preguntar ¿por qué? (Risas). Bueno, es el autoengaño, la autocensura. Muchas cosas. Recuerdo una vez, trabajando en una televisión pública, había unas imágenes de un político en un palco en un partido de fútbol y uno de los realizadores hizo la broma: qué hacemos, lo sacamos o no lo sacamos. Riéndose, como diciendo: está claro que lo vamos a sacar. Cuando asumes los entresijos y no te los planteas ese es el peor enemigo de la libertad de expresión. La autocensura. Cuando ya ni preguntas. Cuando ya lo das por hecho.
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–La paternidad, ¿ha reforzado al actor?
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–En realidad lo uno te lleva a lo otro. La vida te lleva a ser actor. Así como eres como persona eres como actor. No se puede contar lo que no se conoce. Si no has conocido el amor no puedes mirar como un enamorado. Yo veo pelis y oigo a un actor decir 'te quiero'. Y pienso, ¿tú que vas a querer? El algodón no engaña. En ese sentido creo que es guay ser actor porque creo que eres verdadero dentro de lo simbólico. O sea, si te dicen ¡fuego! sales corriendo, si no lo haces es que te has vuelto loco. Eso no quiere decir que para hacer de caníbal tenga que matar a nadie. Pero, si lo entiendes en lo simbólico, lo podrás transmitir como actor.
–Después del teatro, ¿vuelta al cine?
-Este mes me voy a rodar al desierto de Atacama 'La contadora de películas' , dirigida por Lone Scherfig. Además, este verano se estrenará 'Entre la vida y la muerte', una película que hice en francés de Giordano Gerdelini, guionista de Los Miserables. Y se estrenará también la nueva película de Cesc Gay, 'Historias para no contar', donde hice un pequeño papel.
–Parece que trabajo no falta pese al golpe de la pandemia.
–No me puedo quejar. Incluso durante la pandemia me ofrecieron papeles. Desde el año 2007, que me fui de Canal Sur, no me ha faltado el pan.
–¿No le da demasiado importancia a las cosas materiales?
–Me gusta el chopped, como a todo el mundo, pero no me he metido en aventuras locas. Por lo menos hasta ahora. Tocaré madera. A ver si con la edad se me va la pinza. No tengo hipotecas. Estoy bien.
–Al niño que antes ha recordado que vivía en Ciudad Jardín, ¿le rondaba por la cabeza convertirse en actor o sólo tenía pensamientos para el periodismo?
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-Tenía que haber sido actor. En 7º de EGB vino Joaquín Eléjar, que tenía una compañía de teatro que se llamaba Teatro Arlequín, para hacer un taller en el colegio. Aquello parecía la Royal Shakespeare Company. Hacía unas piezas sobre la aceituna y me parecía lo más grande. Recuerdo la pasión de Joaquín. Me apunté al grupo de teatro, pero los niños del entorno, que se dice ahora, me comieron el coco y lo dejé.
–Y el convencimiento para ser actor, ¿cómo llegó?
–Alberto San Juan fue clave. Estudió conmigo en la Facultad de Ciencias de la Información. Un día fue a Málaga y me convenció para irnos a Madrid otra vez a estudiar juntos, pero para ser actores. Una cosa es el sueño romántico y otra la realidad. Por eso dejé el periodismo. Tenía mi carrera encauzada en el periodismo, pero me fui para intentar ser actor. Aunque luego volví a dejar la interpretación.
–¿Por qué?
–Porque tenía miedo.
–¿Miedo a qué?
–A no poder vivir de esto. Mi padre había muerto también y yo me sentía muy solo. Necesitaba orden en mi vida. Pintaba la cosa, parecía que podía tener hueco, pero no lo terminaba de tener. Tuve una escena, justo antes de volver a Sevilla para retomar el periodismo, entré en una productora para llevar un curriculum y una foto. Vi a un actor de 60 años llevando también un curriculum. Me vi a mi con mi cara y pensé: este es mi futuro, esto es lo que me espera.
–¿Y cuándo se cuadró el círculo con el cine?
–El otro día pedí mi vida laboral y me encontré que recoge 46 años, 8 meses y 3 semanas de trabajo. ¡Como si fuese un niño de la guerra! Tengo 54 años, pero he llegado a trabajar siete días a la semana.
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–No se disperse, la cuadratura...
–En enero de 2007 gané un Goya por 'AzulOscuroCasiNegro'. Luego me llamó Almodóvar. La gente me decía: has ganado un Goya y te llama Almodóvar, ¿qué esperas para creértelo?
–¿Ejerce de andaluz o de boquerón?
–Supongo que de boquerón, pero ya tengo un cacao...Vivo en Sevilla, soy malagueño y muy malaguista. También soy andaluz. Eso que decía Blas Infante de por España y la Humanidad. Estamos hablando ahora con un contexto de guerra y son cosas que ya suenan hasta naif, pero lo he dicho en varias ocasiones que mi sueño son los Estados Unidos de la Humanidad, un mundo multicultural y sin fronteras. Está claro que ahora mismo estamos lejos de construirlo.
–¿Qué palabra malaguita utiliza más?
–He perdido muchas, la verdad, es una putada. No sé si soy actor por eso o porque soy actor, más bien lo primero, pero, de toda la vida, a donde iba, se me pegaba el acento. De chico nos íbamos a veranear a Tarragona y volvía hablando medio catalán. Siempre he sido muy camaleón. Y vuelvo a Málaga y seguro que se me pega el 'perita', 'a ve' o el 'no vea vieo'.
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–¿Pero sus cabreos son en malagueño?
–Eso sí. Me cabreo en malagueño. Eso es algo que he analizado mucho, la esencia de la actuación. Al final, cuando te sale lo más profundo, lo más auténtico, te vas al niño. Claro, yo me cabreo en malagueño y actúo en malagueño, aunque cambie el acento. 'La trinchera infinita' me sirvió para recuperar muchas de las expresiones de mi madre. Hay una que decía Paco, el suegro de mi padre, que en Casabermeja tenía una casa. Para espantar a los perros decía: «Guela, que tu no pones». Era maravilloso. En la película, hay un momento que Higinio sale, está la puerta medio abierta y hay un cocido en el suelo y empieza a relamerse porque tenía más hambre que un perro chico, ¡mira otra expresión que decía mi madre! Entonces un perro empieza a disputarle la comida y él dice: «Guela, que tu no comes, guela». Eso fue un homenaje que le hice a Paco. En definitiva un homenaje a Málaga, a mis raíces.
–¿Sus hijos saben que estamos en guerra?
–Lo saben, pero afortunadamente creo que no entienden qué es una guerra. Cuando tienes una niña de 11 años y un niño de 5, como decía el personaje de Matthew McConaughey en la película 'Interstellar', no le quieres contar que el mundo se va a acabar. El mundo está muy feo para nosotros, aunque los niños lo vean de otra manera. Yo quiero aprovechar el tiempo que me queda y morirme apasionado.
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