'Lucía en Londres': Lucía, eres única

Antonio Garrido

Martes, 20 de octubre 2015, 12:55

La novela de personaje es aquella cuya estructura gira en torno a él, lo que exige que poseerá una personalidad definida, unos rasgos de carácter que lo convierten en el centro de la atención, recibe el foco de los hechos narrados y es el protagonista indiscutible. Las acciones de los personajes se proyectan en el eje narrativo y vuelven como si rebotaran en una pared de cristal; claro está que con cierta deformación, como en los espejos de feria. Esta deformación tiene su origen en el humor y la ironía, las dos claves del texto.

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Mientras más leo, mientras más conozco los mecanismos del texto, más me convenzo de que escribir como lo hace Benson es lo más difícil. El autor se puede enfrentar a la historia con toda la seriedad del mundo, nos puede transmitir las muchas desventuras que nos acosan, puede dar fe de la decadencia y de las maldades. Todo eso está muy bien pero crear una atmósfera donde el lector tiene que poner mucho de su capacidad de asombro es un plus que los dos elementos señalados arriba crean cuando la dosis es sabia. La sátira, la elegante crítica de las costumbres de una comunidad rural como es Riseholme tiene un valor universal desde su particularismo, basta trasladarse a Londres. Esta trasposición de tipos y de conductas es la clave. Dos mundos tan diferentes y tan iguales al mismo tiempo.

Lucía es una mujer desbordante, rápida, mentirosa, dictatorial, caprichosa, imprevisible, que se niega a crecer como se comprueba por ese lenguaje entre falso italiano y falsa niñita que emplea con su rendido servidor GeorgiePilson. No es muy culta pero no le importa, no le falta ingenio para salir airosa de situaciones complicadas como cuando se equivoca con un director de orquesta.

Con el desarrollo de un personaje de estas características sería suficiente para desarrollar una buena historia pero Benson llega más lejos, mucho más lejos. Su crítica al arte moderno, a cierto tipo de música, al esnobismo como forma de ser y de estar adquieren perfiles deliciosamente crueles. No hay mayor maldad que la inocencia y en el texto todo parece de una inocencia absoluta. Reír, claro que sí, todo lo que se pueda y más. Reír y sonreír que es mucho más difícil. El lector tiene garantizada esta felicidad durante más de trescientas páginas.

En una novela que se estructura desde el humor y la ironía hay necesariamente dos niveles cuanto menos. La superficie y la intención. Se me dirá que estos niveles existen en muchos tipos de textos pero en estos mucho más; de lo contrario no tendrían ninguna efectividad. No hace falta preguntarse qué quiere decir pero sí hay que estar muy atento para gustar de tantos matices.

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Pepino, marido de Lucía, tiene una anciana tía en Londres que está internada desde hace mucho. Fallece y de pronto la pareja se ve agraciada con una herencia nada desdeñable en lo económico y, sobre todo, con una estupenda casa en un barrio muy apetecible de la urbe: magníficos muebles y hasta un retrato de Sargent de la difunta a la que hacía mucho tiempo que no veían.

¡A la conquista de Londres! El pueblecito en el que reina se le ha quedado pequeño y Lucía se lanza a mayores empresas. Es una trepa que produce admiración en las trepas. ¿Cómo conseguir ser invitada y presentada en los mejores ambientes? ¿Cómo fingir amistades que no se tienen? Todo esto con un museo por medio, comunicaciones con el más allá, sesiones de música,hasta una posible infidelidad; infinidad de situaciones. Lucía desprecia a su pueblo y este toma cumplida venganza. Como en las comedias de enredo, salidas y entradas, confusiones que no lo son, apariencias y fingimientos.

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La carrera londinense va viento en popa pero, de pronto. No, no insista el lector, mis labios están sellados.

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