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Txema Martín
Domingo, 30 de agosto 2015, 01:19
Todo el mundo recuerda cuándo la vio por primera vez, casi todos la han recordado al bañarse en la playa después de verla y los hay que desarrollaron una fobia que puede que todavía les dure, a pesar de no haber visto un tiburón en su vida. La película que en 1975 hizo famoso a un joven Steven Spielberg cumple 40 años, y el ciclo La Edad de Oro lo celebra con una proyección en la plaza de toros de La Malagueta el 3 de septiembre (3 euros). Recordamos algunos hechos insólitos que rodearon la producción de la película que redefinió los parámetros del éxito.
Todo apuntaba al fracaso
La producción estuvo rodeada por el caos y la ruina, en parte debido al empeño de Spielberg de rodar en el océano y en localizaciones reales en lugar de un estudio (el 25 % de las escenas está filmada desde el nivel del mar). El presupuesto pasó de 4 millones de dólares a 12, y el rodaje estaba planeado para 55 días y terminó ocupando casi cinco meses. Al final, lo que fue concebido como una película de serie B se convirtió en el primer estreno en superar los 100 millones de dólares y en el primer taquillazo veraniego. Hasta entonces, había convencimiento de que nadie quería meterse en una sala oscura cuando el sol brillaba. Con Tiburón querían que los espectadores vieran la película mientras estaban aún húmedos en algún resort veraniego. También fue clave respecto al desarrollo del merchandising cinematográfico, además de presentar uno de los mejores carteles de la historia del cine.
Actores: alcohol y peleas
Ya la selección del casting estuvo movidita. La productora quería a Charlton Heston como protagonista, pero Spielberg le rechazó por considerarlo «demasiado heroico». El actor se molestó tanto que juró no trabajar jamás a sus órdenes, y lo cumplió. Tras tantear a otros actores, como a Robert Duvall, y tras convencer al autor de la novela de que Robert Redford, Paul Newman y Steve McQueen no estaban al alcance, fueron Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss. Pronto surgieron problemas entre ellos, sobre todo entre Scheider y Shaw, que por aquel momento disfrutaba emborrachándose en los rodajes. La rivalidad y las broncas terminaron beneficiando la enemistad en la ficción, haciéndola más palpable.
Los efectos especiales
Los tres tiburones mecánicos que se crearon funcionaban bien en tierra firme, pero se desarmaban cuando tocaban el agua. Uno de ellos se hundió y tuvo que ser rescatado por unos buzos. El rodaje debía comenzar y no tenían ninguna bestia para filmarla. Spielberg tiró del ingenio para provocar terror sin mostrar el motivo; el primer tiburón aparece en el minuto 81. Cuentan que lo que más se escuchaba durante los meses de rodaje era «El tiburón no funciona, ¡corten!». Pero la magia de Tiburón reside en estas limitaciones: haberla rodado con la tecnología actual tendría como resultado un filme atiborrado de efectos digitales y sin sutilezas. Mantener al tiburón escondido suscitó más suspense del que nadie imaginó.
Una banda sonora mítica
La melodía de Tiburón creada por John Williams utiliza sólo dos notas musicales y es una de las más reconocibles de la historia. Cuando Spielberg la escuchó por primera vez manifestó su extrañeza pero luego reconoció que, sin ella, la película no habría tenido tanto éxito. Cuando Williams ganó el Oscar por la mejor banda sonora en 1976, estaba dirigiendo a la orquesta durante la ceremonia, así que tuvo que dejar su puesto y correr a recibir la estatuilla.
El libro es peor
Tanto el autor de la novela, Peter Benchley, como el propio Spielberg admitieron haberse arrepentido de haber tratado a los tiburones como monstruos. Fue lo único en lo coincidieron: Spielberg cambió por completo la historia y llegó incluso a expulsar del rodaje a Benchley. En inglés, el título significa mandíbulas (Jaws) y la primera vez que Spielberg lo leyó pensó que se trataba de una historia sobre dentistas. Se ha dicho que trata sobre la crisis de la masculinidad, la infidelidad, la bomba atómica, el caso Watergate... pero sólo es una película sobre tiburones, y sobre cómo una película de serie B basada en una mala novela puede sentar los parámetros de una forma de terror aún vigente.
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