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Alfredo Landa y Lina Morgan, en Estepona.
Un tímido fin de semana al desnudo de Lina Morgan en Estepona

Un tímido fin de semana al desnudo de Lina Morgan en Estepona

Aquella nueva entrega del Landismo se convertía en puro Morganismo con una legendaria payasa que encarnaba a una camarera de un hotel. En sus ratos libres aprovechaba para retratarse con algunas postales costeras

Francisco Griñán

Viernes, 21 de agosto 2015, 01:03

El título era prometedor. Sobre todo en aquella España del tardofranquismo: Fin de semana al desnudo. Pero más de uno se llevó un chasco cuando comprobó en la sala oscura que el director del invento, Mariano Ozores, no solo era un maestro de la comedia popular, sino además un avispado visionario poniendo nombres a sus películas. Poca carne había en aquella cinta que anticipaba el cine del destape, aunque todavía con pudor. Lo más atrevido era el salto de cama con el que aparecía Lina Morgan que, de esa guisa, lucía sus admiradas piernas, además de su reconocible repertorio de muecas, gestos y miradas cómicas por conseguir los amores del inefable Alfredo Landa. Ya fuera por el engañoso título o por el atractivo de la mítica actriz fallecida ayer, la cinta llevó a los cines en las navidades de 1974 a 1,1 millones de espectadores. Cifras de cine de barrio que hoy son estratosféricas para la mayor parte de la producción nacional.

Aquella nueva entrega del Landismo se convertía en puro Morganismo con la presencia arrolladora y divertida de la legendaria payasa que encarnaba a una camarera de un hotel que se veía atrapada en un atraco contra su voluntad, cuando lo único que ella quería era robarle el corazón al millonetis encarnado por el gran Alfredo Landa. Este último llegaba de escapada a Estepona con su Mercedes y su secretaria para poner tierra de por medio a su infidelidad, pero en la costa le esperaba esa Lina a la que le hacían los ojos chiribitas literalmente al ver a la representación del adonis ibérico. Ella los prefería chiquitos y temperamentales como ella frente a galanes como Máximo Valverde. A este último lo mantenía a raya con Champagne. Con la botella lista para atizarle.

Además de risas, la entusiasta Lina Morgan aprovechaba para retratarse con algunas postales costeras. Sus piernas, solo hacía falta verla en escena, eran capaces de coger velocidades y direcciones endiabladas. Tanto como para recorrer Puerto Banús y, en un santiamén, ponerse a los pies del faro de Estepona. Todo para conseguir que sus compañeras le cambiaran el turno y poder ligarse a su platónico Alfredo. Todo en un fin de semana. Con más carcajadas que desnudos.

La cómica, nacida en 1937 en un piso de alquiler de la madrileña calle de San Pedro, en el barrio de La Latina, falleció ayer a los 78 años en su domicilio junto al Retiro. La capilla ardiente congregó en el Teatro de La Latina a amigos y políticos. Un teatro propiedad de la intérprete hasta que, hace cinco años, lo vendió a cambio de siete millones y medio de euros, un despacho y un palco. La comedianta más querida de España se fue tras reinar en los escenarios, el cine y la televisión.

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