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María Teresa Lezcano
Domingo, 6 de agosto 2017, 00:50
Tal día como hoy nacía Alexander Fleming, que descubrió ese antibiótico gracias al cual, cuando un organismo unicelular se cuela en su cuerpo de usted como de okupa, se le desocupa amablemente con una buena ración bactericida, y moría Fulgencio Batista, quien había convertido Cuba ... en un precioso casíbulo, es decir una mezcla de casino y prostíbulo.
Darvel, Escocia, seis de agosto de 1881. Nace Alexander Fleming, pionero de la denominada “era de los antibióticos” que representaría un cambio tan drástico como apreciado en la medicina moderna. Se hallaba un buen día Fleming en su laboratorio del londinense hospital St. Mary cuando, viva la serendipia, apreció en los cultivos que estaba a punto de destruir por inútiles una colonia de hongos que había crecido de modo espontáneo en una de las placas de Petri sembradas con Staphylococcus aureus. ¿Y qué?, se preguntarán ustedes. Pues que a partir de las observaciones fleminguianas del moho Penicillium notatum nació la penicilina, ese antibiótico gracias al cual cuando un organismo unicelular se cuela en su cuerpo de usted como de okupa, se le desocupa amablemente con una buena ración bactericida que lo catapulta al paraíso microbiano, al infierno procariota o al limbo unicelular, dependiendo de sus creencias – las de usted y las del bicho – , de manera que ya no muere usted de cualquier infección y tras haber sido drenado, punzado, sangrado y sorbido por sedientas sanguijuelas o/y amputado.
Bien es cierto que el científico escocés, más tímido que los descarados microorganismos a los que examinaba, no supo presentar a su bactericida criatura en sociedad con el adecuado rigor, motivo por el cual la comunidad científica inglesa le miró por encima del hombro y por debajo de la trascendencia, aunque no lo es menos que la Academia sueca les otorgó a él y a su revolucionario moho el Nobel de medicina. Después, Fleming finó de un ataque cardíaco, que con tanto estudio bacteriano no le quedó tiempo para atemperar su propio corazón, que fue enterrado, junto con el resto de su cuerpo incluyendo a sus bacterias de cabecera, en la cripta de la catedral londinense de San Pablo, mientras su memoria comenzó a orbitar nominativamente en el cráter lunar Fleming, que comparte con las astrónoma estadounidense Williamina (Fleming), de origen tan escocés como el propio Alexander. Sláinte.
Noventa y dos años después del nacimiento darveliano de Fleming, moría en Marbella Fulgencio Batista Zaldívar, arropado por un ya tambaleante franquismo e infartado por la dolce vita mediterránea que venía disfrutando desde que, azuzado por la revolución de los barbudos rebeldes del Che Guevara y compañía, puso pies en polvorosa con cien autoadjudicados millones de dólares de dote presidencial y se exilió doradamente, primero en la República Dominicana, después en Madeira, y finalmente en la España de su amigo generalísimo de profesión, donde se pegó la vida padre hasta que el corazón dictatorialmente se le paró cuatro meses antes de que el de Carrero Blanco volara, cien kilos de dinamita de fabricación casera y varias granadas antitanques sisadas en la base de Torrejón mediante, literalmente por los aires junto con el resto de su marcialidad explosionada y el chasis del Dodge 3700 GT, cuyo cadáver achatarrado se puede visitar en el madrileño Museo del Automóvil del Ejército.
Batista, que había llegado al poder por primera vez en 1933 con el golpe de estado eufemísticamente denominado Revuelta de los Sargentos, se levantó en una apacible mañana habanera y se dijo, pues hoy me voy a nombrar coronel y jefe de las fuerzas armadas, dos por uno, y voy a establecer una Pentarquía, más que nada por lo bien que suena, y como soy tan democrático le concedo fulgenciadamente al país una constitución y unas elecciones en las que deberán votarme sí o sí... ¿Que no? Os regolpeo estatalmente, y al carajo la constitución y las libertades políticas, y que vengan a mí la censura, la corrupción y mis amigos americanos del crimen organizado que me van a dejar La Habana como un precioso casíbulo, es decir una mezcla de casino y prostíbulo, para uso y disfrute de los Lucky Luciano y los Meyer Lansky de rigor, y no precisamente mortis, y ya que estamos en faena, convirtamos la isla en puerto internacional para el tráfico de drogas. Y así hasta que, “patria o muerte”, llegaron los guerrilleros del Movimiento 26 de julio y le desmontaron el negocio. Como dicen los autóctonos: el cubano no se baja, se apea, y no corre sino que se echa un patín. Tremendo patín el de Batista.
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