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«Lo que en el pasado fue una catástrofe, para el arqueólogo es una oportunidad», admite José Suárez, el investigador al frente del equipo que desentierra los secretos del Cerro del Villar, la cuna fenicia de Málaga. Ahora se sabe que en ese lugar, hace ... unos 2.700 años, un incendio destruyó parte del gran edificio que, estancia tras estancia, toma forma en el acceso al yacimiento. Hay vigas de madera quemadas, ánforas rotas por el derrumbe y una huella negra en la pared. Pero, paradójicamente, esa tragedia es la clave del «excepcional» estado de conservación de la ocupación más antigua descubierta aquí hasta el momento, entre finales del siglo VIII a.C. y primera mitad del VII a. C.
Si no fuera por el fuego, que convierte en carbón los elementos vegetales, la madera de los techos y las esteras del suelo habrían desaparecido por completo con el tiempo. «Lo más espectacular es que hay edificios construidos con barro que todavía conservan las paredes», se felicita Suárez. El incendio preservó también lo que había en el interior: el desplome de los tablones de madera calcinados rompió las ánforas, pero las mantuvo protegidas y en un mismo lugar. Hasta seis se han encontrado en distintas habitaciones, «rotas en fragmentos, pero perfectamente conservadas» para su reconstrucción. Alrededor de los recipientes había semillas de vid y cebada, unos restos que dan información sobre lo que comían sus habitantes o, quizás, sobre lo que almacenaban en ese espacio. Nuevos rastros de vida en el asentamiento, a los que se suman un pendiente de bronce y metales hallados en otro punto del yacimiento.
El Cerro del Villar concluye su tercera campaña de excavaciones con nuevos hallazgos que revelan su importancia estratégica y simbólica para los fenicios. Sus habitantes se resistían a marcharse, a pesar de saberse vulnerables a los desastres naturales por encontrarse en el delta del río Guadalhorce. De hecho, tras ese incendio y una gran inundación (sucesos que pudieron formar parte del mismo acontecimiento), levantaron un segundo nivel arquitectónico, con muros más elevados, para combatir las crecidas del río y del mar.
Pero ahora también se sabe que, incluso cuando ya no les quedó más remedio que abandonar por un «fuerte temporal», ellos seguían regresando a esta parte de la ciudad. Los últimos trabajos han sacado a la luz una cabeza de mujer en terracota, pequeña pero delicadamente moldeada, del siglo III a.C., cuando los pobladores ya se habían trasladado a Málaga. Según los investigadores, podría ser una ofrenda «relacionada con la memoria que seguía teniendo la gente de esto como un sitio antiguo o sagrado». Volvían con regalos a las divinidades a lo que probablemente fue en otro momento su templo o un edificio relacionado con el culto, que aún no se ha encontrado. De ahí el exvoto con rostro de mujer y el ungüentario muy bien conservado que sorprendió a los especialistas en la pasada campaña. «Pensamos que pueden ser coetáneos», confirma Suárez.
Es el penúltimo día de excavación para el centenar de personas que durante cuatro semanas ha trabajado sin descanso en el yacimiento. Profesores, alumnos y voluntarios de la Universidad de Málaga, de otros centros andaluces y de instituciones internacionales, como la Universidad de Chicago (EE UU) -con un buen número de becados- y Marburgo (Alemania). Y esta es también la penúltima campaña contemplada en el programa que arrancó en 2022, subvencionada por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, con el apoyo del Ayuntamiento y la Fundación Málaga.
«Tenemos el año que viene garantizado y luego ya depende de que las administraciones nos sigan apoyando económicamente», avanza Suárez. Este jueves, por lo pronto, todas respaldaron el proyecto en la presentación de las conclusiones en la desembocadura del Guadalhorce. Además, del rector de la Universidad, Teodomiro López, acudieron al acto el alcalde Francisco de la Torre; la delegada de Turismo, Cultura y Deportes en Málaga, Gemma del Corral, y el gerente de la Fundación Málaga, Gonzalo Otalecu.
Porque todavía hay muchos enigmas sobre nuestros antepasados. De los 50.000 metros cuadrados de superficie del Cerro del Villar, apenas se ha destapado un 5%. «Queda mucho yacimiento por investigar, pero con lo que hemos visto ya se puede saber que el yacimiento tiene un estado de conservación excepcional», asegura el director del equipo.
Y hay más. En uno de los extremos del yacimiento han aparecido hornos de producción cerámica de época fenicia, en una época ya avanzada, entre los siglos VI-V. Es decir, «en un momento en el que la Málaga púnica es la que está rigiendo este entorno, aquí se sigue viviendo y se sigue trabajando», explica el catedrático de Arqueología Bartolomé Mora. Se convierte en la zona industrial de la ciudad, el mismo uso que varios siglos después le darían los romanos.
Muy cerca del horno –lleno de restos de cerámica desechados por los artesanos– hay una gran factoría romana de salazones romana con once piletas en batería de las cuales se han conseguido excavar hasta ahora dos, lo que extiende la ocupación de esta zona hasta, como mínimo, la época bajo imperial romana.
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