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Jorge Pastor
Granada
Viernes, 10 de enero 2025, 09:42
Les invito a que hagan un maravilloso ejercicio de imaginación. Hace once millones de años, cuando aún se estaban formando las cordilleras de los Pirineos, los Alpes y el Himalaya y cuando la Antártida se cubría de hielo, la Cuenca de Granada estaba cubierto por ... el mar. Por donde ahora circulan los coches, hace once millones de años, en el Mioceno, nadaban las ballenas, los delfines y, sobre todo, otros organismos marinos compuestos básicamente de carbonato cálcico, uno de los materiales más resistentes en la escala de dureza. Hablamos de almejas, mejillones, ostras, moluscos... que, conforme iban muriendo, se iban depositando en el fondo formando rocas. Pues bien, con esas piedras se construyó la Catedral de Granada.
¿Y por qué esto es noticia en el año 2024 de la era cristiana? La explicación la tienen en ese enorme andamio de cincuenta y siete metros de altura que forra la torre de la Catedral. Detrás de las lonas hay un equipo de experimentados restauradores, dirigidos por Julia Ramos, que está limpiando y rehabilitando todos los elementos pétreos. Esto no se había hecho nunca en los últimos quinientos años, cuando se comenzó a construir el templo –la primera piedra se colocó el 25 de marzo de 1523, siendo arzobispo Antonio de Rojas Manrique–.
Ahora es cuando están apareciendo cientos de animalicos petrificados que nos recuerdan que, mucho antes de que los primeros homínidos pulularan sobre la faz de la Tierra, hace once millones de años, Granada estaba sumergida en el Mediterráneo. Gonzalo Jiménez, catedrático de Paleontología de la Universidad de Granada, explica que lo que podemos ver incrustado en los sillares –o más bien formando parte de ellos– son fundamentalmente conchas de bivalvos, gasterópodos, algas rojas y erizos equinodermos. Muchos de ellos reconocibles a simple vista y otros, los más 'escondidos', con un pequeño microscopio portátil. Entre los primeros, las características pechinas que portan los peregrinos.
Aquel Mare Nostrum granadino se extendía por toda la Cuenca de Granada.Tenía varias islas: Sierra Elvira y Sierra Nevada. Los peces y otras especies eran bastante parecidos a los actuales. Sus cuerpos iban cayendo poco a poco en el lecho hasta compactarse. Y así se formaba la calcarenita bioclástica con la que se erigió la Catedral y otros monumentos tan emblemáticos como el Hospital Real, el Monasterio de San Jerónimo, la Alhambra y la mayoría de las iglesias de Granada. «El propio nombre –dice Gonzalo Jiménez– es la mejor explicación». «'Calca' de carbonato cálcico, 'arenita' de la arenisca y 'bioclástico' de vida y de materiales geológicos formados por fragmentos de rocas de Sierra Nevada como el cuarzo o las dolomías».
Este material se formó hace unos once millones de años y, en consecuencia, se halla por debajo de rocas posteriores del Plioceno o del Cuaternario. Pero afloran en algunos puntos debido a accidentes del terreno como las fallas –en Granada hay catorce que registran una actividad más o menos continuada y que causan los terremotos– o por la erosión que provocan ríos como el Genil. Esto sucede, por ejemplo, en la zona de Escúzar, donde se hallan las canteras que proveían a la Catedral. Arquitectos como Diego de Siloé se desplazaban allí cada cierto tiempo para elegir las vetas más adecuadas.
«Es fácil de trabajar porque es muy porosa y se puede cortar sin mucho esfuerzo», dice Gonzalo Jiménez. «Nada que ver con los granitos, por ejemplo». También era atractivo por sus tonos dorados. ¿El problema? Que debido precisamente a esa permeabilidad, le afectan los agentes climáticos como la lluvia. La transpiración facilita que penetre y salga la humedad, pero el agua también se congela cuando se desploman las temperaturas. Esto favorece la disgregación. Y ahí se está actuando ahora en el campanario de la Catedral, donde se habían registrado peligrosos desprendimientos –la degradación se ve favorecida, además, por las partículas contaminantes, especialmente el dióxido de carbono, que conforman la costra negra–.
La restauradora Julia Ramos comenta que los bioclastos no se tratan de una forma diferenciada respecto al resto de la superficie. «En unos casos se conservan bastante bien y en otros están más destrozados porque están más expuestos», indica Ramos, quien, pese a su dilatada trayectoria, confiesa que siempre resulta sorprendente la localización de vestigios de aquel pasado tan remoto. De hace once millones de años.
Barcelona luce con orgullo su Catedral del Mar, aquella que hicieron los galafates con sudor, sangre y lágrimas. Ochocientos kilómetros hacia el Sur hay otra Catedral del Mar. Está en Granada, a la sombra de la Alhambra.
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