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Está fechado en 1972, unos ocho meses antes de su muerte. El personaje mira fijamente al que lo observa de frente. Difícil escapar de esas cuencas de los ojos hundidas en una cabeza con las marcas de los huesos. Casi cadavérico. Así se veía Picasso ... en el último autorretrato que se hizo. «Es un rostro en el que reconoces el final. Sí, es el retrato de la muerte», asegura el artista Bernardí Roig (Palma, 1965), que se sintió atrapado por la imagen cuando lo descubrió en un catálogo y, más tarde, en vivo (mortecino) y en directo en una exposición en el Prado. A partir de esa obra profética del malagueño, el artista mallorquín ha descompuesto ese rostro hasta la calavera en una serie que contamina diferentes formatos. Una exposición impactante de un Picasso descarnado y sin cuerpo que se viene a expirar a la casa en la que nació. Y que sirve además para abrir este miércoles los actos de la fundación municipal por el 50 aniversario de la muerte del creador del 'Guernica'.
'El último rostro y la afonía del minotauro' es el título de este duelo expositivo por Picasso, que es en realidad un tres en uno ya que la muestra no solo tiene como escenario el hogar en Málaga del pintor, sino que se ha expandido a las otras sedes que gestiona la Agencia Pública Casa Natal, el Pompidou y el Ruso. De esta forma, la sala de exposiciones temporales de la plaza de la Merced acoge la propuesta más contundente con ese cara a cara con la muerte que reúne 'Entre el espejo y la cámara', mientras que el cubo del Muelle Uno exhibe en sus entrañas un viaje a uno de los seres mitológicos indispensables de la obra picassiana con la instalación 'El laberinto de la luz y la cabeza del minotauro' y el museo de la antigua Tabacalera, convertido en este momento en el tercer museo picassiano de la capital tras la salida de la colección de San Petersburgo por la guerra de Ucrania, explora la relación a distancia que mantuvieron Degas y el malagueño en 'Shadow Dancers'.
Toda una exploración en la obra picassiana que, paradójicamente, tiene poco en común con el artista mallorquín Bernardí Roig, que ha confesado que, en su juventud, el malagueño fue un autor «contra el que he pintado». No obstante, ese autorretrato final es una obra que «cruje y ese crujido fue el que me llevó a empezar ese proyecto«, ha asegurado el creador, que comenzó con cinco dibujos que eran variaciones del rostro postrero de Picasso que no pasaron desapercibidos para José María Luna, director de la Agencia de los museos de la capital, cuando los vio colgados en la galería Max Estrella de la feria Arco. Allí nació esa exposición que fue creciendo con el tiempo ya que la pandemia se metió por medio y ha acabado convirtiéndose en la gran apuesta expositiva de este Octubre Picassiano 2022.
Un tiempo en el que Roig ha desarrollado una amplia gama de variaciones en las que ha ido desnudando y transmutando todavía más ese último rostro con dibujos, fotografías, vídeos, esculturas de caras que se salen de la pared e instalaciones lumínicas de led y aluminio que descomponen ese rostro y su mirada como si asistiéramos al abandono de la vida del cuerpo del artista malagueño. Una exposición que, vista en el mismo lugar en el que nació el pintor, cierra un círculo. «Me atraía la idea de traer a la Casa Natal su imagen del final», ha destacado el artista, que ha estado acompañado por los representantes de la entidad bancaria La Caixa y su fundación, Gerardo Cuartero y Juan Carlos Barroso, además de la concejala de Cultura, Noelia Losada, que ha destacado que es la primera exposición del mallorquín en Málaga.
Si la muestra de la plaza de la Merced impresiona, el Centro Pompidou acoge la propuesta más monumental de la trilogía picassiana diseñada por Bernardí Roig. Así, 25 bloques de poliestireno expandido de gran formato convierten el espacio bajo el emblemático cubo en un laberinto del minotauro que el autor ha fundido con la mitología balear y los toros talayóticos del siglo VII a. C que se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional. Una instalación en la que la luz crea el juego de pasillos en los que el autor recomienda perderse como si fuéramos Pasífae. No es su único consejo: la visita al atardecer o de noche es todavía más sobrecogedora al aumentar la sensación del laberinto.
Por último, el Museo Ruso, que en estos momentos exhibe la colección municipal de obra picassiana en sus grandes salas, también acoge otra instalación de Roig, basada en las bailarinas de Degas y su influencia en el malagueño. «Nunca se conocieron, pese a que vivían cerca, y Picasso nunca se atrevió a pintar una bailarina», ha recordado el artista, que vio en esta relación a distancia el tema ideal para llevarlo a las salas expositivas de Tabacalera, donde cuatro pequeñas figuras de bronce cromada danzan suspendidas en el techo.
Además del hilo conductor del creador del 'Las señoritas de Avignon', las tres exposiciones inauguradas este miércoles comparten también una pieza que es una versión picassiana de Alicia a través del espejo. Así, al final de cada recorrido, Bernardí Roig nos invita a pasar al otro lado y mirarnos para buscarnos en un cristal que nos devuelve el rostro hueco del pintor mezclado con el nuestro. Y llevarnos en la memoria las sensaciones de ese artista que al final de su vida se autorretrató mirando a los ojos de la muerte.
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