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Ana Carrasco-Conde: «Cuando haces lo que te da la gana eres menos libre que nunca»
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La profesora y escritora dirige la cuarta edición del Festival de Filosofía que comienza este jueves en el centro cultural La MalaguetaAntonio Javier López
Jueves, 20 de mayo 2021, 00:54
Las meditaciones de Marco Aurelio, la caja de herramientas de Foucault y la pastilla roja de 'Matrix' desfilan por el discurso apasionado de Ana Carrasco- ... Conde, profesora, pensadora y directora de la cuarta edición del Festival de Filosofía que este jueves comienza en el centro cultural La Malagueta de la Diputación Provincial. Autora de libros como 'Infierno horizontal' (2012) y 'Presencias irReales' (2018), Carrasco-Conde reivindica la utilidad de la filosofía para ser «más libres». Casi nada.
–Ha diseñado el festival como un «Cluedo filosófico». ¿Me lo explica?
–(Ríe) Puede parecer una propuesta muy sorprendente… Veamos, una de las grandes críticas que se ha hecho a la filosofía es que no está en la calle, que está en la Academia, pero antes sí estaba en la calle. Es cierto que a partir del siglo XIX la filosofía se identifica con la filosofía académica, pero no tiene por qué ser así. La idea del Cluedo filosófico tiene que ver con la manera en la que entiendo la filosofía, que tiene que ver con cuestionar la perspectiva que tenemos de las cosas. La filosofía no es pensar. Todo el mundo piensa, pero todo pensamiento no es filosófico. Hacer filosofía es un acto en el que te cuestionas a ti mismo, cuestionas la realidad, tus propios puntos de partida. Y como la filosofía se cuestiona absolutamente todo, empieza a ver elementos que no encajan en las explicaciones que tenemos. Hay una línea filosófica que se puede encontrar ya en Heráclito que habla de la indagación y de encontrar las señales de los dioses, de Sócrates cuando habla de las perras de Laconia que rastrean las huellas para localizar problemas en la comprensión de las cosas, tenemos la filosofía medieval... La cuestión es que, a partir de pequeñas huellas cotidianas, nos atrevamos a pensar el mundo de otro modo y si hacemos eso de repente el mundo, la realidad, es distinta. Y te maravillas. Aristóteles decía que el principio de la filosofía es el maravillarse, Platón hablaba de la extrañeza. Cuando ves la realidad y te sales del camino establecido para verla de otro modo, cuando de repente puedes ver la misma realidad con ojos nuevos, se te abre el mundo desde el mundo mismo. Me parecía importante recuperar que la filosofía es algo que te lleva a abrir horizontes, a generar esperanzas, a ser conscientes y la consciencia te lleva a ser libre y por eso la filosofía no es algo polvoriento que esté dentro de una facultad, es una actividad de libertad, es un juego muy serio, pero hemos perdido la capacidad de juego… Lo que caracteriza el juego es la creatividad, la imaginación, las ganas, la ilusión... Es todo lo contrario a este pensamiento de (Gilles) Deleuze que sostiene que la filosofía lleva a entristecerte. Todo lo contrario: la filosofía te lleva a empoderarte.
–¿Por eso es peligrosa?
–Claro. Ese es el peligro para un poder establecido que no quiere que las personas se salgan de esos márgenes.
–¿Pero no han sido los propios pensadores, o al menos algunos de ellos, quienes han alimentado esa imagen del filósofo instalado en su atalaya?
–Claro que se ha alimentado la idea de que el filósofo es alguien especial que permanece aislado en una montaña, estoy pensando en Zaratustra, por ejemplo. Pero Zaratustra, al final, baja.
–Como parecen haber bajado muchos a la filosofía durante la crisis sanitaria. ¿Vivimos un renovado interés por el pensamiento o seguimos con el postureo?
–Hemos recurrido a la filosofía en un momento en el que ninguna respuesta nos satisfacía desde otras ciencias y necesitábamos algo a lo que agarrarnos en medio de la incertidumbre. En ese camino hemos aplicado, por ejemplo, la filosofía estoica, que es algo de lo que también habría que hablar, porque yo la detesto...
–¿Por qué?
–(Sonríe bajo la mascarilla) Porque afirma la imperturbabilidad del ánimo. Esa imagen tan repetida de Marco Aurelio en sus 'Meditaciones' en la que dice que hay que ser como una roca contra la que baten las olas… ¡Pero es que no somos rocas! Somos seres porosos, intersubjetivos, y esta idea de controlar los sentimientos me parece peligrosa, porque si no se sabe utilizar te lleva a pensar sólo en lo que te afecta a ti y a despreocuparte de lo que le pasa a los demás. Yo soy más epicúrea, creo que hay que abogar por aceptar los sentimientos y aprender a comportarte en consonancia con ellos, sabiendo frenar caballos, sabiendo que a veces nos dejamos llevar por el miedo, pero aprendiendo a vivir con el miedo o la alegría, aceptando aquello que nos hace humanos. La aceptación de lo humano es aquello en lo que la filosofía tiene que poner el dedo, porque la gente ha acudido a la filosofía buscando recursos cuando todas nuestras certezas se han venido abajo y me parece que tenemos la oportunidad de dar cuenta de que la filosofía es una actividad valiosa. Hay una frase que me enerva mucho: la filosofía no sirve para nada.
Libertad y comunidad
–Pues la repiten a menudo muchos de sus colegas de gremio…
–Pero vamos a ver... Eso es para ti y tus amigotes del bar de la facultad o de la biblioteca. Hay que ser más humildes y explicar por qué la filosofía no sirve para nada. Que la filosofía no sirve para nada significa que aquello que genera no produce un beneficio económico a un sistema dado, sino que la filosofía pone al revés los engranajes de la máquina. Yo lo llamo incordios. La filosofía incordia, pone granitos de arena y abre grietas para que de repente nos demos cuenta de cosas que considerábamos que eran de una manera, son de otra. Foucault tiene una metáfora que me gusta mucho: la filosofía como una caja de herramientas. Si aprendes a usar esas herramientas, la filosofía te hace libre, te hace consciente y cuando eres consciente eres capaz de detectar dinámicas, inercias, mentiras, elementos que permanecían imperceptibles y de los que tomas consciencia y puedes actuar en consecuencia. Es como 'Matrix', si quieres seguir con la pastilla roja y hacer tu vida, hazlo, pero tienes la posibilidad de salirte del camino, de extraviarte orientado para tratar de construir una vida más cercana a aquello que te desarrolle, pero que te desarrolle como comunidad y no como sujeto individual.
–Habla de la libertad y de lo comunitario. ¿Qué opina de los discursos políticos basados en la defensa de una supuesta libertad en medio de la actual crisis sanitaria?
–De igual manera que decía antes que no cuestionamos que la filosofía cambia con el tiempo, muchas veces no somos conscientes de que las palabras también cambian con el tiempo. Hay un historiador de las palabras, de los conceptos, Reinhart Koselleck, que habla precisamente de cómo los conceptos van cambiando con el tiempo y van cambiando con las sociedades. El concepto que tenemos hoy de la libertad no es el mismo que se tenía en la Grecia clásica o en el medievo. Los seres humanos cambian, las sociedades cambian y cambian las palabras, aparecen palabras nuevas y otras palabras desaparecen. Eso es normal. El problema es cuando, de forma consciente, una palabra acaba siendo tan repetida que se vacía de contenido y se le inocula un sentido que inicialmente no tenía.
–¿Qué sentido cree que se le ha inoculado a la palabra 'libertad'?
–La gravedad del asunto es terrible, porque de igual manera que, conforme cambian las sociedades, cambian los conceptos, si cambias un concepto, cambias las sociedades. Ese es el problema. En una novela que todo el mundo cita, '1984' de Orwell, ya se habla de la neolengua. Estamos en una tesitura en la que está habiendo una inoculación de sentidos. Pero no sólo la libertad. Una inoculación de sentido en el concepto de tiempo, en el concepto de felicidad, hasta el punto de que se habla de la 'happycracia' y hay filósofos que critican la idea de la felicidad. Se niega la idea de que podamos ser felices para sostener que es una ensoñación. Me parece que también habría que hacer filosofía sobre esta filosofía. Con el neoliberalismo hemos convertido la sociedad en una especie de suma de sujetos individuales y autónomos, en una sociedad completamente atomizada en la que cada uno vela por su los intereses y el contrato social sería cómo esos átomos individuales se ponen de acuerdo. Pero es una perversión, porque, en realidad, la libertad no tiene que ver con hacer lo que me dé la gana, sino que la libertad es siempre, y está la dimensión que hemos perdido, intersubjetiva. Si no, no hay libertad. El concepto de individuo y de sujeto es nuevo desde la era moderna. Antes no existía, porque existía el concepto de comunidad y el concepto de libertad estaba relacionado siempre con la comunidad. Con la era moderna hemos ido alambicando el concepto de libertad, hasta que lo hemos convertido en 'Lo que puedo hacer' y 'Lo que quiero hacer'. Pero la libertad no tiene que ver con lo que puedo hacer o lo que quiero hacer, tiene que ver con saber y ser consciente, teniendo en cuenta cuáles son mis condiciones de posibilidad. En el ámbito en el que estoy, soy consciente de lo que puedo hacer con los demás. Si recuperamos este concepto de libertad, nos damos cuenta de que el otro no es alguien que te coaccione, sino aquel que te ayuda a ser más libre. Los grandes proyectos políticos y sociales no tienen que ver con que yo hago lo que quiero, tienen que ver con que soy consciente y me pongo de acuerdo. No tiene que ver con ser un ser ilimitado y onmipotente, tiene que ver con reconocer tus limitaciones, saber diferenciar límites y limitaciones, que son distintos, porque los límites vienen desde fuera y las limitaciones tienen que ver con algo intrínseco de cada uno y la libertad va a tener que ver exactamente con un conocimiento y con un saber.
La relación con los otros
–Pero esa idea de libertad vinculada a los propios deseos ofrece resultados políticos evidentes.
–Sí, por eso el peligro es mucho más grave de lo que pensamos. Por lo siguiente: hemos identificado que la libertad tiene que ver con hacer lo que quiera. Y tiene efectivamente éxito a nivel político, lo que se traduce en elecciones y en una forma de entender la comunidad y la sociedad. Cuando soy consciente de que la libertad tiene que ver con saber lo que hago, saber lo que puedo hacer y que el otro te ayuda, el otro te hace más grande. En el momento en el que inoculo un concepto egoísta, individualista, de la libertad, automáticamente se construye una comunidad concreta. Entonces, aunque yo no sea consciente, y aunque esté identificando que la libertad es hacer lo que me dé la gana, en realidad no estás haciendo lo que te dé la gana, estás dentro de un marco ideológico que condiciona por qué quieres lo que quieres. Así que eres menos libre que nunca. Cuando haces lo que te da la gana, es cuando realmente no eres libre, porque no sabes de dónde viene tu deseo. Me pongo muy lacaniana (ríe), porque no sabes de dónde vienen tus pensamientos, tus prejuicios, tus ideas... Es más peligroso de lo que parece, porque no es simplemente que la libertad se pervierta, sino que se pervierte el vínculo que relaciona a los seres humanos, pero no para destruir la comunidad, sino para pervertir el sentido mismo de la comunidad. Cuanto más egoísta es el ser humano, cuanto más piensa que la libertad tiene que ver con lo que me dé la gana, más se destruye a sí mismo y más afecta a la comunidad. No está el sujeto por un lado y la sociedad, por otro. Son la misma cosa. Si no somos conscientes de esa interacción, es muy peligroso. La estructura de la libertad siempre es generadora de marcos. Entonces, aunque yo haga lo que me dé la gana, el marco, que conforma una manera de estar en el mundo, es el que se hace y es el que me llega, en el que se refuerza.
–¿Y hasta qué punto ese marco tiene que ver con una tendencia a la profesionalización de cualquier aspecto de la vida, desde el ocio hasta la concepción de la familia o la crianza?
–Tengo un concepto de la realidad muy relacional. No concibo ni sujetos aislados ni conceptos aislados. El concepto de libertad forma parte de un mundo mucho más amplio. Y aquí voy a señalar dos conceptos. El primero: vivir es la cosa más difícil del mundo, porque hay que aprender a vivir. Hay que aprender a ser libre. Hay que aprender a sentir. Hay que aprender a pensar. Hay que aprender a amar. Pensamos que la libertad la tenemos, que el amor lo tenemos, que la conciencia la tenemos. Y no. Son cosas que hay que aprender a hacer. Y aprender a vivir implica aprender a morir. Porque no sabemos, porque negamos la muerte y negamos nuestras limitaciones. Cuando yo digo que libertad es poder hacer lo que me dé la gana, estoy negando mis limitaciones, no estoy confiando, no estoy siendo consciente. Entonces vivo una vida que está basada siempre en imposiciones, que yo considero que son mías, pero no son mías. Nunca somos más libres que cuando somos conscientes de nuestras limitaciones. Nunca somos más libres que cuando nos damos cuenta de lo que implica vivir. ¿Y qué implica vivir? Implica un concepto de la vida y un concepto del tiempo. La vida se ha identificado con el tiempo de trabajo, con el tiempo productivo. 'Tengo que aprovechar'. 'No me hagas perder el tiempo'. 'Matar el tiempo'... ¡Pero qué perversión! El tiempo no se mata, no se pierde, el tiempo siempre se invierte y tienes que decidir muy bien en qué quieres invertirlo. Tienes que ser consciente de eso. En el momento en el que hemos dado por hecho que hay un sistema productivo y que entonces el tiempo tiene que ser productivo, de repente el tiempo del trabajo es el tiempo perdido y entonces la vida de verdad es cuando acabas el trabajo y puedes hacer lo que me dé la gana, pero no eres. Por eso hablaba de que muchos conceptos están siendo modificados y están cambiando la sociedad en la que vivimos. Pero la vida es profunda porque se piensa y es intensa porque se siente. Y si nos cuestionamos por qué quiero lo que quiero y si realmente es bueno para mí y es bueno para los demás, entonces quizá la vida ganaría una profundidad que ahora no tiene. Ahora vivimos en superficie. 'Soy tan productivo que toda mi vida la subo a Instagram'. Nos hemos convertido en superficie, sin nada debajo, porque parece que simplemente debes mostrar que has invertido mi tiempo adecuadamente. Tu tiempo no lo inviertes adecuadamente en las cosas que haces, el tiempo lo inviertes adecuadamente cuando te construyes con él. Este es un tiempo tremendamente acelerado, en el que no paramos, como si fuéramos ilimitados ¿y te das cuenta de que eso está relacionado entonces con no querer morir? Ni es una vida de verdad ni estoy aprendiendo a vivir, sino que me estoy dejando llevar por la inercia y por un deseo que no sé de dónde me viene. Antes decía que la filosofía nos hace libres, pero aceptar la vida, aceptar lo que es la libertad, es un ejercicio de madurez, porque tienes que aceptar lo que no puedes hacer. En esta sociedad tan individualizada, tan atomizada, nos hemos convertido en niños malcriados. El niño malcriado es aquel que tiene todo lo que quiere, ¿pero no lo que estamos haciendo ahora los adultos? Y si no lo tienes, no te preocupes, que puedes pedir un crédito al banco.
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