La Cañeta: «He pasado muchas fatiguitas, pero la vida me ha compensado»
Flamenco ·
Es la última flamenca festera, una gitana del Perchel que se puso el mundo por montera con su cante y su baile. Ahora, a punto de cumplir los 86 años, le rinden honores en el Cervantes
Se ríen como niños al recordar su boda. No había dinero, así que Gitanillo de Triana les prestó lo suficiente para comprar dos garrafas de vino. Con ellas se fueron 'ancá' Las Monjas, el corralón del Perchel donde ella se crió, y montaron una fiesta. «Viene un gitano y me rompe la camisa. Y le digo '¡no hombre, pero si esta es la única que tengo!'», exclama José Salazar mientras se escucha la carcajada de La Cañeta (Málaga, 1936). De eso hace ya 69 años y nunca se han separado. Ni cuando cantaban y zapateaban por medio mundo, desde EE UU a Japón, ni ahora que los pies se mueven lentos y la voz tiembla. «He pasado muchas fatiguitas, pero la vida me ha compensado», dice con serenidad La Cañeta, la última festera de la Málaga flamenca, a unas semanas de cumplir 86 años y a pocos días de que le rindan honores en el Teatro Cervantes (16 octubre. 19.00 horas).
La Cañeta y José son un equipo dentro y fuera del escenario, aunque sea ella quien acapare los titulares de prensa y las letras grandes de los carteles. Pero esto a José nunca le ha importado: solo se pone en la foto si le reclaman. A él, cantaor con «doña» Concha Piquer y otros muchos, le gusta estar en un discreto segundo plano para darle a la artista todo el protagonismo que merece. Porque las habrá mejores, «pero ella ha sido diferente a todas», le alaba él. «Por algo me enamoré yo», añade ella guiñando un ojo. Los dos reciben en el salón de su piso de Marbella, ella con los labios pintados, él con su boina. A lo largo de 40 años han formado un hogar con carácter –«como nosotros», bromean– que evoca un recuerdo en cada esquina. No queda espacio para otra foto, otro diploma, otro cuadro: «Aquí está Paco de Lucía, ahí Manolo Caracol, allí Carmen Amaya, ahí sale Chiquito, esa pintura es con Antonio de Mairena…». Y, por supuesto, La Pirula, el origen de todo: «La que me parió fue un fenómeno».
Josele
De La Pirula son los tangos que luego haría populares La Repompa y muchas de las letras que todavía hoy canta La Cañeta. Cuenta que en una ocasión la acompañó a Madrid a la venta de Pastora Imperio. «Eso no se me va a olvidar hasta que me muera. Cuando Pastora la escuchó cantar, le dijo: 'Pirula, no te vayas de aquí que te pongo rica'». Pero su familia le esperaba en su casa de El Perchel y se marchó. Murió poco después, cuando La Cañeta tenía 12 años. De su madre heredó «la flamencura» y de su padre, Antonio Cañete, el nombre y ese cuerpo espigado de gitana rubia que llamaba la atención. «Pero él no sabía ni tocar las palmas. Ahora, era un monstruo: cogía un coche, lo desarmaba y lo armaba en diez minutos», recuerda María Teresa Sánchez Campos, su nombre real, con una tierna sonrisa. Se emociona cuando habla de ellos. «¡Qué le vamos a hacer! La vida. Menos mal que Dios me tiene aquí todavía». No piensa en la muerte, no quiere hacerlo. «Cuando venga que venga, pa' qué vas a amargarte más de lo que te espera», afirma con gracia.
«No tengo nada pendiente en esta vida, he hecho lo que he querido»
La Cañeta
Llevaba el arte «en la sangre», pero el duende tomó forma en los corralones del Perchel, en la escuela de la calle con sus amigos «y grandes artistas» La Repompa, Pepito Vargas, La Quica, La Pollita… Con ellos se buscaba la vida «echando el platillo» por las tabernas de Málaga. «¿Tú sabes la que formábamos los seis niños esos feos?», ríe La Cañeta. Más de una vez tuvieron que salir corriendo de la policía. «Con la procesión subiendo por la calle Larios, nos poníamos nosotros a cantar en la puerta del Central. Hacíamos una juerga y se llenaba aquello de gente», rememora. Y sacaban un dinerillo que se repartían entre todos. «¡Digo si cogíamos! Como ya no tenía madre, le daba a mi abuela los cuatro, cinco o seis duros que me tocaban». Y así vivían hasta que con el amparo de Pepita Vargas y su marido, el guitarrista Antonio Rosas 'Niño de Almería', formaron el cuadro flamenco Los Vargas y conquistaron los tablaos.
«Las habrá mejores, pero ella ha sido diferente a todas»
José Salazar
«No tengo nada pendiente en esta vida, he hecho lo que he querido», afirma La Cañeta. No ha acumulado riquezas, pero cuenta con dos tesoros: su arte y una familia con dos hijos, varios nietos y hasta bisnietos. Se le ilumina la cara cuando habla de ese «galán» de ojos azules y pelo rizado que la «roneó» en Madrid cuando era jovencísima, en el tablao El Duende de Pastora Imperio y Gitanillo de Triana. «Ahora estás como una pasa y yo también, pero le quiero explicar cómo era antes», le espeta Cañeta a José. Cuando se conocieron, La Cañeta bailaba y «canturreaba», pero José le había escuchado su voz flamenca en los jaleos y la animó a sacarla: «Le dije 'coge esto de Julio Iglesias, esto de Raphael, esto de Machín'». Y empezó a cantar al mismo tiempo que «metía los pies con esa fuerza suya», una dualidad que la hace singular. Él tenía exclusividad con la casa Zafiro Récord, donde por entonces estaban Marisol, Los Brincos y Miguel de los Reyes, y medió para que grabaran a La Cañeta. «Ahí empezó su nombre».
La Cañeta baila con la cantante Liza Minelli en su tablao de Marbella.
Cedida por Salazar y Cañeta
Después, se pondrían el mundo por montera juntos. «Conocí todos los idiomas pero no aprendí 'ná'», ríe La Cañeta. Dos expresiones le han quedado del largo año que estuvieron trabajando en Japón, donde grabaron hasta tres discos: «Chottomatte» y «arigatō», dice con la entonación característica del país nipón. «Espera un momento» y «gracias», con eso se apañaba. Otro año lo pasaron actuando en un rancho de Santa Fe, en Nuevo México. Allí conocieron «al de las pistolas», John Wayne, al que llamaban «Juan» ante la risa del actor. Estuvieron durante meses de 'tournée' con Antonio Gades, «recién casado con Marujita Díaz», de Nueva York a Buenos Aires. Con Paco de Lucía pasaron cinco meses entre Colombia y Ecuador. Cuatro meses en México.
Todo ese tiempo alejados de su tierra y de sus hijos pequeños. «Que te diga tu hija, con las lágrimas cayendo 'mamá, no te vayas' es duro», recuerda ella con la voz quebrada. «Pero no teníamos más remedio que ir porque nuestros sueldos eran cortitos, eso siempre», apostilla él.
La Cañeta y José Salazar, junto a Lola Flores y El Pescadilla, entre otros artistas.
Cedida por Salazar y Cañeta
Pero, pese a los sacrificios, la profesión les ha dado grandes satisfacciones. Han compartido tablao con todo el que ha sido alguien en el mundo flamenco. Empezaron con Rocío Jurado en El Duende «ganando 25 duros», han sido amigos de Manolo Caracol («un fenómeno»), Lola Flores («un monstruo»), Camarón de la Isla («estuvimos cinco Rocíos con él»), Carmen Amaya… «Nos llamaba todo el mundo porque cumplíamos. Hemos sido muy buena gente», asegura José. Fuera «chabacanería».
Por los dos tablaos que han regentado en Marbella –uno en Puerto Banús y otro en el pueblo–, ha pasado lo más granado de la 'jet set' de los años 70. Histórico es el fin de fiesta que se marcó con la mismísima Liza Minelli. Cuatro veces fue el Rey emérito a verla bailar: «Y tenían que cerrar el local para que no entrara nadie». Era todo un espectáculo: «Ya no hay flamencos temperamentales. Yo a ella le tenía que decir 'corta, corta': se tiraba 20 minutos cantando y bailando», rememora José. Omar Sharif y Burt Lancaster son algunos de los espectadores de lujo que hoy vienen a su memoria. «Pero cuando en los 80 ya se fueron 'las sevillanas' (se refiere a la aristocracia) ya aquí no se vivía», dice José. Abrieron entonces un local en la calle Ferraz de Madrid donde recibieron a Paco de Lucía, Juan Habichuela, Antonio Mairena, Camarón...
Con la Repompa, Niño de Almería, Tomás de la Calzá, Pepito Vargas, la Quica y Chiquito de la Calzá.
Archivo Paco Roji
Pero Marbella era la tierra de eterno retorno. A finales de los 70 fijaron aquí su base de operaciones y aquí siguen. «Hemos llevado una vida bonita. Estamos muy agradecidos a la vida y a Dios», dice Cañeta. Se siente profeta en su tierra y el evento del domingo en el Cervantes –impulsado por sus amigos y admiradores Paco Roji, Andrés Varea y Ramón Soler– lo demuestra. Más de una veintena de artistas de todas las generaciones le rendirán honores: desde Israel Fernández, Bonela Hijo, Remedios Amaya y Amparo Heredia al cante hasta Pepe Habichuela, Chaparro de Málaga y Antonio Soto a la guitarra; con el baile de La Farruca, Luisa Chicano y Carrete. La Cañeta también subirá al escenario y hará alguna de sus «cuatro cositas» como ella las llama. Sabe que «con todo el dolor» de su corazón los tiempos de fiesta flamenca sobre las tablas se han acabado, pero en cuanto le tocan las palmas... no lo puede evitar: te suelta una letrilla y empieza a mover los pies. La Cañeta, patrimonio de Málaga.
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