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Joséphine Corre y Alfredo Taján bromean durante la visita de la biznieta del escritor inglés a Casa Brenan de Churriana. Ñito Salas
La biznieta de Gerald Brenan llega a Churriana tras la huella de su bisabuelo y el origen oculto de su hija

La biznieta de Gerald Brenan llega a Churriana tras la huella de su bisabuelo y el origen oculto de su hija

Joséphine Corre y los descendientes franceses del hispanista inglés vuelven a conectar con el legado del escritor de 'El laberinto español' y el secreto familiar de Miranda Brenan

Domingo, 21 de enero 2024, 00:40

La cita era a las cinco, pero no fue puntual. Se adelantó diez minutos. Señal de que aquella visita no era una más del viaje. Apareció en el zaguán de la entrada armada con una sonrisa amplísima, mirada dulce de 35 años, saludo español con acento francés y una gran mochila a la espalda. Curiosa imagen, porque el macuto y este viaje del siglo XXI al laberinto español se parece mucho al que hizo por primera vez su joven bisabuelo, Gerald Brenan, a la Andalucía de hace una centuria. La propia Joséphine Corre había contactado con la casa del hispanista en Málaga que difunde su legado para preguntar si podía visitarla. Nada de llamada telefónica, sino por redes sociales. Una petición inusual que, vista las credenciales, también fue atendida de forma inusual. Con el propio director de Casa Brenan, Alfredo Taján, recibiendo a la ilustre e inesperada invitada en su propia casa. Bueno, en la de su bisabuelo. Una invitada con muchas preguntas. Y, al revés. Curiosidad por comprobar la huella del intelectual en esta cuarta generación de la familia.

La pista del clan se había perdido con la temprana muerte de la hija del narrador, Miranda Brenan (1931-1980) y, posteriormente, del propio literato en enero de 1987 -el pasado viernes fue el 17 aniversario- que se llevó algunos secretos familiares a la tumba. Por eso, no era la primera vez que sus descendientes llamaban a la puerta de la residencia en Churriana del autor de 'La faz de España' y 'Al sur de Granada'. Pero hasta ahora no habían obtenido respuesta.

La biznieta de Brenan, de viaje por Andalucía, llegó acompañada de su pareja, Louis Vié. Ñito Salas

Cumplidos los saludos, la conversación se instala en un lenguaje internacional que pasa por el español, el inglés y el francés, con tramos de 'spanglish'. Por fortuna, al encuentro también ha sido convocado Carlos Pranger, albacea literario y traductor de Brenan, que hace de intermediario con la lengua materna de Don Gerardo, la cual también domina su biznieta.

Tras los datos de rigor de que la residencia fue adquirida y restaurada por el Ayuntamiento de Málaga para rescatar la memoria del hispanista, Joséphine Corre comienza a fisgonear las mismas estancias que su propia abuela, Miranda Brenan, correteó siendo una niña cuando llegó aquí en 1934 para vivir con su padre y la también escritora estadounidense Gamel Woolsey. Precisamente, la bisabuela norteamericana pide protagonismo en la visita al llegar la comitiva al retrato al óleo realizado por Gertrude Mary Powis que cuelga en una de las salas de la casa.

En la primera imagen, Josephine Corre observa algunas de las ediciones originales de los libros de Brenan y Woolsey. En la siguiente, retrato de Gamel Woolsey por Gertrude Mary Powis, la obra más valiosa de la colección de Casa Brenan. Ñito Salas

«Este retrato es una de las obras más importantes que tenemos en casa Brenan, es una magnífica aproximación a la melancolía y la belleza de Gamel», apunta Taján que habla con tanta cercanía de los titulares originales de esta vivienda, que Joséphine pregunta: «¿Los llegaste a conocer?». «No, no soy tan viejo», contesta el director de la institución levantando un ceja más que la otra, aunque relaja el gesto al conceder que la cercanía con su legado sí que lo ha convertido en amigo cercano de los Brenan. «En casa tenemos el retrato que Dora Carrington hizo de Gerald Brenan», desvela la biznieta sobre esta pareja que se conoció en el mítico Círculo de Bloomsbury. El escritor se enamoró perdidamente de la pintora, pero su breve e intenso romance en 1922 se frustró por el amor que ella tenía al escritor homosexual Lytton Strachey. «Bueno, ese cuadro quedaría muy bien aquí junto al de Gamel», aprovecha Alfredo Taján, a lo que Josephine contesta con una sonrisa embarazosa y una disculpa: «Es que es de mi padre».

Más clase que dinero

La mudanza a otra estancia sirve para cambiar de tema. Las esculturas de Elena Laveron, la exposición actual de Casa Brenan, observan el curioso deambular de la biznieta de Brenan que se vuelve a topar con sus antepasados en otra foto disfrutando en una mesa con Ernest Hemingway. «Tengo mucha curiosidad sobre la historia de mis bisabuelos», asegura la joven, a la que le explican que el autor de 'El viejo y el mar' se hospedaba cerca, en la Cónsula, la finca de otro enamorado de Málaga, el «yanqui Bill Davis», traduce Taján.

«Los Brenan eran unos imanes para todo el mundo intelectual, artístico y cultural que pasaba por Málaga y la Costa, como Vivian Leigh y Lawrence Olivier. Tenían mucha clase… lo único que no tenían era dinero», abrocha Alfredo Taján con ironía y realidad. Y es que los Brenan, pese a su prestigio e influencia intelectual, nunca fueron unos superventas y el propio escritor falleció en una residencia de Alhaurín el Grande tras ser repatriado desde Londres por el Gobierno español y la Junta de Andalucía.

Joséphine Corre sorprende al sacar fotos familiares heredadas de Gerald Brenan y Gamel Woolsey. Ñito Salas

La parada hemingwayiana se reanuda con dirección a la primera planta, donde se encuentra la sala de conferencias de Casa Brenan, aunque la invitada no llega porque algo llama su atención al final de la escalera. «¡La abuela!», le dice en español a Louis Vié, su pareja y compañero de viaje, a la vez que señala un gran retrato de Miranda con tres o cuatro años, recién llegada a la casa de Churriana, escoltada por sus padres. La joven saca el móvil y hace una foto para mandársela a su padre, Stephane Corre, al que ha prometido que llamará para contarle con pelos y señales el tour. «Es una sensación muy rara, porque es la primera vez que vengo, pero veo las fotos y me siento como si estuviera en casa», cuenta con emoción esta última generación de los Brenan, aunque ya no lleve el apellido.

«No es la primera vez que vengo; hace veinte años estuve aquí con mi padre, pero no pudimos entrar porque estaba cerrado y en ruina», descubre Joséphine. Y casi como pliego de descargo, Alfredo Taján invita a su ilustre visitante y cía a subir a la torre, donde está su despacho y las mejores vistas del edificio. El mar, la bahía y Málaga se divisan en una estampa con un escorzo poco común desde este antiguo salón de té en el que Gerald y Gamel asistieron al bombardeo de la ciudad que la escritora retrató en el inolvidable libro 'El otro reino de la muerte', rebautizado después como 'Málaga en llamas' y que Antonio Banderas persiguió para convertir en película hasta que desistió por el galimatías burocrático para conseguir sus derechos.

La desconocida abuela Juliana

La vista por el otro lado también era maravillosa y, aunque venida a menos, sigue siendo un espacio despejado. Eso sí, asediado por la construcción inmobiliaria. «Esto era un cortijo en medio del campo y ahí estaba el espectacular jardín que ojalá recupere algún día el Ayuntamiento de Málaga y lo transforme en lo que era, con árboles de bambú de hasta cinco metros de altura y todo tipo de especies. Era un vergel que podemos perder para siempre», se lamenta Carlos Pranger, mientras trata de reconstruir mentalmente para Joséphine aquel oasis. Curiosamente, Corre y Pranger no son familia, pero como si lo fueran. La primera nunca llegó a conocer a su bisabuelo, mientras que el segundo sí cuando era solo un niño y su madre, Lynda Nicholson-Price, se convirtió en musa y traductora de Brenan, a partir de finales de los 70 cuando el escritor inglés se trasladó a Alhaurín el Grande.

En la primera, Brenan, Woolsey y Miranda, con unos amigos en la casa de Churriana. En la segunda, boda de Gerald y Gamel, en Roma en 1931. Colección Familia Corre

Y en ese tono familiar, casi cómplice, la propia Joséphine Corre saca el tema de su auténtica y desconocida bisabuela española. «Miranda siempre le habló a mi padre y a su hermana de Gerald y Gamel, que era su abuela. Después salió la noticia de que la abuela de verdad era Juliana», revela la heredera de la saga sobre la adolescente de Yegen (Granada) con la que Brenan tuvo una hija, Elena, en 1931, el mismo año que se casó con Woolsey. Las versiones del futuro de aquella niña son dispares. Desde la acusación de que Gerald le «sacó» la menor a su madre que ya no volvió a ver a su hija jamás, a los que defienden que el futuro de la chica hubiera sido distinto y hasta fatal de permanecer en el pueblo alpujarreño.

Aquella niña cambió su nombre por el de Miranda Helen y abandonó España con su padre y su madrastra Gamel cuando estalló la guerra civil en 1936 para volver en los 50 ya adulta. «En la familia, Juliana no ha sido un tema tabú porque nosotros no sabemos realmente la verdad, ya que la historia de lo que pasó no está clara», cuenta Joséphine, mientras Taján y Pranger no pierden detalle. Este último interviene apoyándose en la memoria escrita: «La parte de Juliana en Yegen está muy resentida hacia Brenan, pero he leído las cartas de Gamel de la época y creo que dan una versión cercana a la verdad ya que el destino de la niña en el pueblo estaba abocado a la miseria, la pobreza y un futuro algo sórdido. No obstante, ya nunca se sabrá porque ha pasado mucho tiempo». El punto y final al capítulo lo pone la propia Joséphine al constatar que «Miranda fue la hija que Gerald y Gamel no pudieron tener».

Gamel Woolsey, en el salón de su casa malagueña

Imagen algo deteriorada de la escritora norteamericana que sostiene las gafas y se las quitó probablemente para la foto. Colección Familia Corre

Miranda y Gerald Brenan, en la playa

La hija del escritor inglés heredó ese perfil delgado del propio hispanista, que aquí aparecen en la visita a una rocosa playa. Colección Familia Corre

Miranda Brenan, dormida

La hija de Gerald Brenan volvió en los años 50 a la casa familiar de Churriana, donde aquí aparece en una tumbona en el jardín. Colección Familia Corre

En la habitación

Miranda se casó con un médico francés, Corre, cuyos descendientes han heredado el apellido del padre y la colección familiar de fotos de los Brenan. Colección Familia Corre

Años 50

Aspecto de la casa de Churriana de los Brenan, con cerámicas ante las que posa Miranda Brenan. Colección Familia Corre

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Repasada la historia familiar, la expedición regresa a la planta baja. Corre va a buscar su mochila y saca un sobre. «He traído estas fotos familiares», anuncia la joven que comienza mostrando una reproducción de la boda de Woolsey y Brenan. Ella, de impecable blanco y con velo; él, con chaqué y sombrero de copa con aire de lord inglés pese a su debilidad por las cosas del campo y la sencillez.

Después saca una colección de fotos inéditas, salidas del álbum familiar heredado de la abuela Miranda, en la que esta última aparece ya adulta con los escritores en la casa de Churriana, en el jardín con amigos o con su padre en una playa asalvajada de la Costa del Sol. Escenas domésticas que tienen un valor especial para la Casa Brenan como deja claro un insistente Alfredo Taján en busca de una pertinente donación de estas imágenes que espera llegue en un futuro. El reverso de las fotos vale casi tanto como las imágenes al revelar algo de la historia íntima de la propia Miranda. En letra manuscrita, dejó escrito «mummy» -mamá- por detrás de la imagen ajada y, en parte, velada de su madre adoptiva, Gamel, con gesto sereno.

En el reverso de la foto de Gamel Woolsey, Miranda la identifica como «mummy». Colección Familia Corre

Mientras las fotos siguen centrando toda la atención de los presentes, a Joséphine Corre le queda todavía cumplir la promesa de su padre, Stephane, de 70 años. Pulsa su número en una videollamada y habla en francés para contarle sus sensaciones, mientras repite la visita en directo y teléfono en mano por toda la casa. Tras el tour virtual, regresa más emocionada todavía tras ese momento de reencuentro íntimo con un legado que ella y resto de su familia había perdido. «Mi padre me había contado de que mi bisabuelo era famoso y leí sus libros traducidos al francés, pero hasta ahora no había sido consciente de lo que era tanto», reconoce la biznieta, que promete que volverá a Casa Brenan. Y no solo eso. Sonríe, piensa lo que va a decir y sentencia en castellano: «La próxima vez hablaré español».

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